Páginas

domingo, 14 de octubre de 2012

The World at War (VI): Banzai! Japan 1931-1942















El capítulo sexto de The World at War está dedicado a narrar la deriva de Japón hacia la intervención en el conflicto mundial del lado de las potencias del Eje, junto con la Blitzkrieg nipona en el Pacífico durante los seis meses que median entre diciembre 1941 y Junio de 1942.

Es importante señalar que lo que llamamos segunda guerra mundial es en realidad un conglomerado de tres guerras independientes. En Europa, el conflicto podría dividerse entre la lucha entre la Alemania Nazi y los aliados occidentales, circunscrita al periodo 1939-1945, y el combate a muerte entre los totalitarismo nazi y soviético en el periodo 1941-1945, con un prólogo en 1938 y una larga coda en los años de postguerra, en la que se produjo la sovietización de Europa Occidental. A estos dos frentes  hay que unir el larguísimo conflicto que asoló Asia antes y después de la Guerra del Pacífico de 1941 a 1945, que bien podría empezar con la intervención japonesa en Machuria en 1931 o la guerra abierta con China en 1937, pero cuyo final admite múltiples términos, tempranas como la caída de la china nacionalista en 1948 o el fin de la guerra de Corea en 1953, con la estabilización de las fronteras de extremo oriente; o mucho más tardías, casi hasta 1975 con el fin de la guerra de Vietnam-Indochina, que se había iniciado en 1944, y la distensión entre los EEUU y la China comunista.

Dejando aparte estos problemas temporales, hay que indicar también que la guerra del Pacífico, sensu estricto, es un conflicto poco conocido para la población Occidente, tanto en países protagonistas, como los EEUU, como en aquellos que se mantuvieron al margen, caso de España. En sí, la guerra se reduce a los dos acontemientos que marcaron su inicio y su final, por un lado el ataque por sorpresa contra Pearl Harbour, rodeado de todo tipo de narraciones propagandísticas y teorías conspirativas; por el otro las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, acontencimiento que por su horror propio de un crimen de guerra, ha sido terreno abonado para todo tipo de teorías exculpatorias y condenatorias, con un origen demasiado frecuente en los acontecimientos contemporáneos y por tanto con intención de demostrar que esto de ahora ya fue igual en ese pasado remoto.

Ya habrá tiempo de hablar, en los últimos episodios, de las bombas atómicas. Baste decir que para mí, la decisión de arrojarlas no es tanto un salto cualitativo como cuantitativo. Antes de Hiroshima y Nagasika, los EEUU ya estaban arrasando diariamente las ciudades japonesas con bombardeos condicionales, con lo que, dicho en plata, la bomba atómica no era otra cosa que una mejora en ese modus operandi, la cual permitiría ahorrar recursos y pilotos. Lo que si me interesa discutir aquí es esa idea tan común que hace de los militares y el régimen japonés los buenos de la película, de forma que personas de mi ideario político llegan a alabar el espíritu de resistencia a ultranza del Japón incluso cuando ya Hiroshima y Nagasaki no existían, mientras que egregios directores americanos contemporáneos no dudan en escribir auténticas cartas de amor a generales japoneses cuyo único timbre de gloria es haber perecido con toda su guarnición, en un combate que ni sirvió para nada, ni decidió nada.

La historia oculta que hemos decidido ignorar, empezando por la sociedad japonesa, es que durante los años 30 se produce una lenta e inexorable deriva del estado japonés hacia soluciones de tipo fascista. Así. el estado creado por el emperador Meiji, copia de las democracias liberales de occidente, que había asombrado al mundo de 1900, se va transformando poco a poco en un estado de partido único, donde toda opinión discordante es castigada con la cárcel y en el que el poder último queda en manos de los militares, que acaban por dictar su voluntad a los organismos civiles, aún en vigor pero vaciados de todo significado. Esta evolución no se va a producir por medios pacíficos, si es que esta palabra tiene algún sentido viniendo de militares, sino por lo que se va a llamar la política del asesinato.

Esta política va consistir simple y llanamente en eliminar a todo político cuyas ideas se opongan o simplemente disientan de las políticas de expansión y control dictatorial promovidas por el ejército. La forma de intervención va a tomar múltiples formas, desde la acción individual a cargo de algún miembro de las muchas ligas nacionalistas existentes en aquel tiempo, protejidas y jaleadas por los mandos del ejército, a la simple y llana algarada militar, en la que unidades militares invadirán ministerios y edificios oficiales, para eliminar de una tacada a los opositores e infundir terror en los corazones de los supervivientes. Este combate entre civiles y militares concluirá hacia 1936/1937, coincidiendo con la intervención en China, momento en que el ejército japonés, dueño ya de todo el poder procederá a la militarización completa de la sociedad japonesa, prohibiendo todo signo de occidentalización (sea música, vestimenta o peinado) e intentado convertir a los japoneses, especialmente a la juventud, en auténticos robots que sólo piensen en morir por su emperador... como desgraciadamente ocurriría en tantas y tantas islas abandonadas del Pacífico.

Por supuesto, esta transformación del Japón en un país de soldados y madres tenía unas ráices bastante más prosaicas: la obtención de las materias primas de las que el país del sol naciente carecía. De esta manera, en 1931, el ejército japonés inventará un falso incidente que justificará la invación de Manchuria, en contra de los deseos del gobierno nipón, aún parcialmente controlado por civiles, mientras que en 1937, un confuso incidente en las afueras de Pekín, será utilizado para lanzarse a la conquista de toda China. Ambas operaciones, como las que tendrán lugar en 1941-1942, serán presentadas como un intento de liberar Asia de las cadenas de las potencias occidentales, en aplicación del lema Asia para los Asiáticos, lo cual hará que muchos líderes independentistas asiáticos se planteen muy en serio apoyar al Imperio japonés, cosa que algunos, como Chandra Bose, llegaron a hacer.


La cuestión no es baladí. El hecho de que la guerra del Pacífico fuera un conflicto entre potencias coloniales europeas y asiáticas, quitó gran parte de la justificación moral , cuando no toda, a los aliados occidentales, que no tenían reparos de hablar de libertad cuando mantenían esclavizados a millones de asiáticos.  No obstante, como muchos líderes independentistas pronto descubrieron, el lema Asia para los Asiáticos era en realidad un Asia para los japoneses, que no tenía reparos en explotar y esquilmar los territorios "liberados" en su propìo beneficio, sin importarles el bienestar de las poblaciones sometidas y siempre dispuestos a hacerse respetar con medidas draconianas.

Una crueldad similar a la que aplicaban a su propio pueblo y que estuvo presente desde los primeros momentos de la guerra del Pacífico, desde la ocupación a sangre y fuego del territorio Chino en 1937, en la que no se escatimaron los bombardeos contra la población civil ni las represalias indiscriminadas, culminando en el saqueo de Nankín de ese mismo año, en el que durante una semana las tropas japonesas tuvieron via libre para expoliar esa ciudad, causando un número indeterminado de muertos, que se estima entre 500.000 y 200.000.



No hay comentarios:

Publicar un comentario