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jueves, 11 de octubre de 2012

Historical Research

A partir de este modelo cosmogónico, todas las ciudades mesoamericanas erigieron en su plaza principal una arquitectura dominada por la montaña sagrada de los mantenimientos, la cancha del juego de pelota y el árbol cósmico que comunicaba al poblado con los cinco puntos magnéticos del cosmos. En la traza ceremonial más antigua de Mesoamérica, la  dibujada en La Venta, los olmecas construyeron en el centro una montaña artificial que simulaba un volcán con una hendidura en la cúspide, una gran plaza hundida que simulaba la alberca que contenía las aguas primordiales, depositaron elaboradas ofrendas en el interior de la tierra y erigieron estelas con la representación de sus gobernantes. La expresión más sintética de este cosmograma puede verse en una pequeña pieza del Museo de Dallas, donde el genio olmeca representó la imagen de la Primera Verdadera Montaña surgiendo del inframundo, y sobre ella un árbol cósmico de maíz, y a sus lados los cuatro rumbos del universo.

Enrique Florescano, El Mito de Quetzatcoatl

Hablaba en entradas anteriores de mi decepción con el Millennium de Tom Holland, un claro ejemplo de esa historia novelística, que tanto éxito tiene entre el gran público pero que tan mala imagen da a esta disciplina, al introducir todo tipo de elementos que no se basan en datos contrastables... o al menos que estén atestiguados por las fuentes, sea cual sea la credibilidad que nos merezcan.

El libro de Florescano, que dudo sea conocido fuera de su Méjico natal, es todo lo contrario, y un ejemplo de como se debe proceder a la investigación histórica de un tema dado, reuniendo y presentando todo el material existente, de forma que sirva de base a una especulación apropiadamente señalizada. El tema, la reconstrucción y el significado del mito mesoamericano de Quetzalcoatl, no es precisamente fácil ni sencillo, y hace no demasiadas décadas, hubiera sido un simplemente un ejercicio imaginativo sustentado en muy pocos datos.

Los problemas que nos impiden tener una visión clara del mito de Quetzalcoatl son múltiples y variados. En primer lugar estamos hablando de un motivo religioso que fue utilizado por todas las civilizaciones de centroamérica (con perdón de los mejicanos) de Olmecas a Aztecas, cada uno a su modo y de acuerdo con sus particularidades culturales, y que en elgunos casos, como el de los Mayas, fue reelaborado a los largo de más de un milenio y medio, hasta la llegada de los españoles, de forma que se puede suponer que lo que pensase un maya de la época clásica (antes del siglo IX d.C) poco tendría que ver con la teorizaciones de un maya del siglo XVI (tal y como ser recoge en el Popol Vuh).

Por otra parte, Quetzalcoatl hace referencia a varias figuras, que se confunden entre sí, lo cual hace aún más difícil al estudioso elucidar de quién se está hablando en ese instante. En primer lugar se tiene a la propia serpierte emplumada, traducción casi directa del nombre (Quetzal, el pájaro, más Coatl la serpiente), un dios directamente relacionado con los ritos agrícolas y que representa el milagro de la germinación del maíz tras ser depositado y enterrado durante la siembra. Esta doble condición de aero y terrestre, de resurrección tras la muerte, le une con otros de los mitos fundamentales de las culturas de esa región: en el de los gemelos divinos, constructores del mundo actual en que vivimos y vencedores sobre las fuerzas del mundo destructor subterráneo, el Xibalbá. Una victoria que fue parcial, puesto que para impedir que el mundo visible sea devorado por la obscuridad inferior y que el maíz germine cada día, es necesario que los hombres sacrifiquen regularmente a parte de los suyos, ritual expresado en el ubiquo juego de pelota de esas culturas, repetición ritual del partido en que estos gemelos consiguieron derrotar a los dioses del mundo inferior.

No obstante, Quetzalcoatl hace referencia también a un aparente personaje histórico: el sacerdote/gobernante de la Tollan/Tula de los Toltecas  (hacia el siglo X), alrededor del cual se tejen una serie de mitos tan extendidos por la región mesoamericana como el de los gemelos divinos. De forma curiosa y paradójica, este Quetzalcoatl de Tula se convierte tanto en el paradigma del gobernante y el estado ideal, como en el de su caída y destrucción, ya que este personaje acaba quebrando sus propios ideales de pureza y renunciando a su corona, para desaparecer misteriosamente, no sin dejar una promesa de retorno y reconstrucción. Esta contradicción entre ideal/decadencia se convertira en una obsesión para todas las culturas sucesoras de Mesoamérica, que clamaran tanto haber sido fundadas por ese Quetzalcoatl huido de Tollan/Tula en diferentes momentos (como los Mayas del Yucatan) como ser vicarios de este personaje, ejerciendo el gobierno como regentes hasta su retorno, lo que puede haber tenido consecuencias catástroficas en el caso de los aztecas, cuando los españoles se asomaron por sus tierras.

Otro problema, quizás el mayor es que las fuentes que nos podrían ayudar a desentrañar estos enigmas fueron destruidas por misioneros y conquistadores españoles en el siglo XVI, en su afán por eliminar los idolos de los paganos y arrebatar el poder a sus elites... las cuales no mucho antes, al menos en el caso de los aztecas, habían procedido a hacer una purga ideológica de todos los documentos que no les señalasen como vicarios legítimos de ese Quetzalcoatl. Debido a esto, nuestras fuentes escritas se reducen a los códices que las elites indias escribieron en el siglo XVI bajo la supervisión de los misioneros y conquistadores españoles (como el Popol Vuh o las crónica chichimeca) que seguramente cristianizaron y homegeniezaron muchos de los detalles; las colecciones antropológicas recopiladas por esos mismos misioneros y conquistadores (como la relación de las cosas de Nueva España o la de Yucatán), que presentan el problema de ser escritas por personas que copiaban relatos que no entendían bien narradas por miembros de los pueblos conquistados aún traumatizados por la conquista; o los tratados clandestinos que se conocen como Chilam Balam, en los que individuos de esas culturas ahora prohibidas, intentaban mantener con vida el recuerdo de sus tradiciones y su grandeza.

Esta era la situación hasta ayer mismo: un conjunto de escritos cuyos contenidos habían sido sometidos a una doble deformación, la del tránsito cultural y la de la transmisión a lo largo del tiempo, unidos a un impresionante lista de restos arqueológicos, cuya condición de téstigos mudos impedía cualquier otro esfuerzo que no fuera el de catalogarlos. El desciframiento de los glifos mayas vino a cambiar de forma radical el panorama, al permitirnos leer los mitos tal y como se concebían casi un milenio antes de estas crónicas de los tiempos de la conquista, y interpretar de forma más o menos segura lo que estátuas, pinturas y cerámicas pretendían representar.

Por supuesto, no todas las preguntas han recibido respuesta, y de hecho los nuevos problemas que este destello de luz en la obscuridad ha traído consigo son de un calibre similar a los que se tenían antes. Sin embargo, esta revelación de mitos casi olvidados en las palabras de sus propios creyentes, antes de que una intervención exterior viniese a deformarlos, ha venido a mostrar la extraña resistencia y pervivencia de estas creencias, hasta el extremo que la versión del Popol Vuh es casi la misma que la que nos muestran los relieves y cerámicas de la época clásica, sólo que esta última es más completa, compleja y rica en elementos mitológicos que el resumen aséptico que nos legaron los cronistas de la conquista.

Y este mundo rico y variado, complejo y profundo, el que el libro de Florestano nos ayuda a descubrir, recorriendo todos estos testimonios, los escritos y los plásticos, los clásicos y los recién descubiertos/traducidos.

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