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miércoles, 15 de febrero de 2012

Past, Versions and Renderings (y I)












No soy muy aficionado a ese género del cine clásico llamado Peplum. En líneas generales, ya fuera en su versión Hollywood o en su variante CineCita, se trataba de producciones hinchadas con poco respeto por la historia que bien terminaban convirtiéndose en panfletos cristianos rama protestante americana, tipo Quo Vadis, Barrabas, The Robe, The Ten Commandments o Ben-Hur, o relatos de aventuras inverosímiles, donde la ley que regía la historia eran los poderosos músculos del protagonista, mientras que los conflictos políticos parecían dignos de un parvulario... lo cual por cierto, no está demasiado lejos de la realidad, incluso en tiempos tan sofisticados como los nuestros. Por otra parte, en términos cinematográficos los peplum se convirtieron en el modo preferido de directores mediocres a los que sólo salvaba el inmenso aparato de producción puesto a su disposición, mientras que para directores mucho más capaces e importantes, como Ray, Mann o Mankiewick (y casi Wyler) se convirtió en la tumba de su carrera, la película maldita que les cerró las puertas de Hollywood y les llevó a buscar suerte en producciones independientes más baratas.

De hecho, sólo me gustan, y cuando digo gustar quiero decir fascinar  y apasionar, dos peplum, dirigidos ambos por el mismo director, el ya citado Joseph Leo Mankiewick. La primera es su Julio César, esa vibrante y sentida representación de la obra sespiriana, y la segunda es Cleopatra, película maldita durante varias décadas (extraño apelativo para una superproduccion), que como es sabido atravesó múltiples dificultades durante su producción, no siendo el menor el antagonismo entre productor y director, que llevó a apartar a este último y a añadir varias escenas rodadas por otra mano, y que concluyó en la mutilación de la película, eliminando casi hora media de su metraje, hasta hacerla casi incompresible. En este estado incompleto permaneció durante varias décadas, en las que fue considerada unánimemente como una de las peores obras de Mankiewick, salvable sólo por ser de este director, pero en esencia espectáculo hinchado y prescindible, hasta que en los 90 fue restituida en toda su gloria, recuperando las escenas perdidas, esplendor que ha sido aumentado aún más si cabe con la gloriosa edición en BR, que a muchos de sus admiradores nos ha permitido apreciarla como si estuviéramos en la sala de cine.

Dejando aparte a Julio César, que merecería un artículo por sí solo,  y centrándonos en Cleopatra, es importante empezar primero por sus defectos. Como todas las superproducciones de la época tiene una evidente tendencia al exceso, a mostrar en todo momento en pantalla el coste de la producción, uno de los puntos de conflicto entre el director y el productor de Cleopatra, de manera que aparezcan inmensas escenas de masas abarrotadas de extras (detalle éste heredado a lo barato por la obsesión moderna con los CGIs) donde la precisión histórica se sacrifica a un sentido del espectáculo que linda con lo vulgar y el Kitsch, cercano por tanto al espectáculo de variedades en el que se habían educado creadores y espectadores. Únase a esto que, a ojos contemporáneos, acostumbrados a reconstrucciones del pasado naturalistas, donde prima la suciedad y la cochambre, el cartón piedra de los decorados es más que visible e incluso molesto, al igual que la pulcra limpieza de interiores y exteriores, o la iluminación desprovista de sombras que inunda la escena, totalmente opuesta al expresionismo del blanco y negro contemporáneo, y que estaba pensada para que las cámaras, en esos primeros tiempos del cine en cinemascope disfrutaran de la máxima profundidad de campo.

Sin embargo, y este el el primer detalle que distingue a la película de Mankiewick del resto de Peplums, podemos considerar a Cleopatra, como un Julio César II, es decir una narración de la misma historia que se narraba entonces, es decir,  la transición de la Roma del primer triunvirato al segundo y la creación del principado en manos de Augusto, desde otro punto de vista, completando  lo que no se había podido ver entonces, y realizando un complejo juego de referencias entre ambas historias. Un punto de partida que nos pone ya sobre aviso respecto a las intenciones de Mankiewick, ofrecernos una representación teatral de lujo, de resonancias sespirianas en su planificación y lenguaje, utilizando las fuentes históricas como guión básico de la versión teatral/cinematográfica.

¿Y qué significa esto?

Pues en primer lugar que lo que Mankiewick intentó crear no fue otra cosa que un Peplum intimista. Siendo un director cuyas películas se basaban en el diálogo y que nunca intentó ocultar sus influencias teatrales, toda su obra se construye sobre el enfrentamiento dialéctico entre personajes, que presentan sus argumentos, los discuten y defienden con pasión, utilizando para ello las herramientas del ingenio y de la retórica. Un modo que ahora es casi inexistente, tanto en el Hollywood comercial como en los proponentes del ascetismo cinematográfico, que confundió a muchos de los creadores del canon crítico, al enfrentarse con un gran director que parecía no confiar en la imagen sino en la palabra, pero sobre todo que exasperaba a los productores del Hollywood clasico, especialmente en el género superproducción, al huir del gran espectáculo rayano en el Kitsch (piensen solamente en las escenas babilónicas de Intolerance) para refugiarse en ese combate verbal entre personalidades.

Y es aquí donde radica la grandeza de Cleopatra, porque partiendo de lo que cuentan las fuentes históricas y ese sespirianismo del que hablaba, Mankiewick se las arregla para construir unos retratos de César, Cleopatra, Marco Antonio y todo el resto de personajes históricos que realmente respiran vida, que tienen inteligencia e ideales, y que están dispuestos a luchar por ellos utilizando el poder que les ha sido conferido. Un poder que no se limita, como harían otros peplum a mostrar grandes ejércitos o atronadoras cargas de caballería, sino que se expresa en la conciencia de ese poder y la voluntad de ejercerlo, de forma que poco a poco, la lección de historia de Cleopatra, se van convirtiendo en una lección de política, de ese juego de alianzas y traiciones que aún sigue constituyendo su meollo en la actualidad, aunque ahora concluya con la muerte de los oponentes derrotados.

O escenas de una potencia arrebatadora, como la arriba ilustrada en que la ira de la reína estalla incontenible contra César, al enterarse de que los combate en la ciudad han degenerado en la quema de la biblioteca de Alejandría. Indignación expresada en palabras que no por menos hirientes dejan de ser menos verdaderas, especialmente en un mundo como el nuestro donde los tesoros culturales son repetidamente expoliados, cuando no directamente destruidos.

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