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lunes, 5 de diciembre de 2011

Urban Landscapes

Canaleto, Plaza de San Marco.
Durante este otoño-invierno madrileño puede visitarse en el museo Thyssen la exposición Arquitecturas modernas, que intenta explorar como se ha plasmado el entorno urbano a lo largo de la historia de la pintura. Digamos, para empezar, que últimamente encuentro las exposiciones de la Thyssen algo flojas, salvo excepciones, y que ésta no ha sido de las que suben el listón debido principalmente a un olvido, no sé si premeditado, y a un defecto de la historia de la pintura.

El olvido es que la visión del mundo urbano se detiene hacia 1800, dejando de lado a la pintura moderna y modernista y centrándose exclusivamente en los siglos dorados de la pintura figurativa europea, del XIV al XVIII, y hurtándonos un tiempo, el del XIX y el XX en que la ciudad y lo que ocurría en la ciudad se convirtieron en protagonistas de la pintura, signo de los cambios sociales y en curiosa oposición a unas vanguardias cuyo disparadero fue la pintura de paisaje. Es este olvido el que nos lleva al defecto, y es que si en los siglos XIV al XVII la ciudad no pasa de ser decorado en el cuadro, es en el XVIII en que se convierte en protagonista, con la aparición de las vedutas. Un género, que no lo olvidemos, era el equivalente a las postales turísticas modernas, ya que como ellas quería responder al ansia de souvenirs de un público acomodado que quería llevarse a casa un recuerdo de lo que había visto en el Grand Tour.

Esto provoca que cualquier exposición centrada en los veduttistas acabe por indigestar - y perdónenme mis admirados Canaletto, Bellotto y Guardi - debido a esa concepción del cuadro como objeto de consumo, cuyo sentido se termina en la representación fotográfica de la realidad y que llevó al uso extensivo de la cámara obscura. Vicios y defectos que son claros en la trayectoria de una artista como Canaletto, cuyos cuadros de juventud tienen una energía, una vida, una impresión de estar en el lugar representado, que se pierde en su obra tardía, pensada ya como un negocio de souvenirs turísticas, Una primera época del que es un ejemplo magnífico el  cuadro que encabeza esta entrada (aunque la reproducción sea mediocre) que se halla situado en lugar de honor de la exposición, aunque los visitantes pasen casi sin mirarlo.

Así, la exposición de la Thyssen se ve gravemente lastrada por ese exceso de vedutistas que abarrotan la segunda parte de la exposición, la situada en la fundación Caja Madrid (o será ya Bankia) y que por primera vez en muchos años consiguen que la parte más interesante sea la situada en la propia sede de la Thyssen, al mostrar los primeros balbuceos de la representación de la ciudad en la pintura, y como ese genero, disfrazado de pintura de paisaje, religiosa o de historia, aparece una y otra vez en los lugares más imprevistos, en grandes firmas como Claudio de Lorena o Nicola Poussin, o, lo más importante, en una larguñisima serie de pintures menores, olvidados por el gran público, pero que ahora nos parecen extremadamente interesantes, originales e incluso cercanos.

Cristoforo Canozzi,  Paisaje Ciudad con Puente
Artistas, tan originales como los Canozzi, que utilizaban la madera, diferentes tipos de madera, para crear visiones imaginarias de ciudades desprovistas de habitantes, pero que asombran por su increíble realismo (¿o debería decir expresionismo?), pero sobre todo por su característica de piezas únicas, algo que tuvo lugar en un momento de la historia del arte, pero no tuvo continuidad ni seguidores, hasta que nuestros ojos contemporáneos, acostumbrados al concepto de que no hay un estilo único y disfrutar de muchos distintos e incluso incompatibles, han sabido redescubrirlos.

François de Nomé, Paisaje con San Agustín y el niño.
O un pintor como François de Nomé, que parece un precursor del surrealismo y del simbolismo, e incluso del cómic o de la ciencia-ficción, al crear paisajes apocalípticos, ciudades de colores irreales destruidas por una catástrofe desconocida, donde se mueven personajes aplastados por el tamaño de esa arquitectura. Un artista olvidado, que no tuvo repercusión alguna en su tiempo, el del barroco, cuyo gusto caminaba en una dirección divergente,  ni en épocas posteriores de las que le separaban siglos y muchas revoluciones estéticas, y del que incluso puede decirse que adelanta rasgos del postmodernismo, al firmar parte de sus obras con el pseudónimo de Monsú Desiderio, pseudónimo utilizado por otros dos artistas coetáneos, creando una especia de metapintor de estilos contrapuestos y contradictorios, un enigma que sólo la crítica moderna ha sabido dilucidar.

Extraña exposición, por tanto, donde los pintores desconocidos y de segunda fila, están representados con mejores pinturas que las de sus hermanos mayores, famosos y admirados. Extraña exposición, repito, no menos, porque es la parte que está en la Thyssen, la más interesante, a mi entender, la que está casi vacía y se puede visitar sin problemas, mientras que la de Caja Madrid está abarrotada, a pesar de su sobrecarga de vedutistas.

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