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martes, 20 de diciembre de 2011

Magritte malgré Magritte


No sé si les sorprenderá o no saber que uno de mis pintores favoritos es el belga René Magritte.

Mi pasión por él se remonta a la inmensa e irrepetible retrospectiva que la Fundación March realizó en 1989, en ese esfuerzo suyo por hacer visible la vanguardia pictórica a un país que había vivido dándole la espalda, en gran parte por cuarenta años de dictadura. Tuve la suerte de ver esa exposición cuando tenía veintepocos años, en esa edad en que los enamoramientos son aún posibles además de irresistibles, mientras que tu poder de concentración y tus fuerzas aún están por gastar. En resumidas cuentas, que me quedé una hora larga viendo los cuadros y cuando acabé volví a repetir el pase, hasta que me aprendí los cuadros casi de memoria, para salir con la mente llena de ideas, de posibilidades, funcionando al máximo rendimiento para tratar de asimilar lo que acababa de ver (por si les interesa esa misma tarde tenía un examen de la carrera que estaba estudiando, sin relación alguna con las artes).

La semana pasada, en Bruselas, pude visitar el magnífico Museo Magrite abierto hace poco en esa ciudad. Un edificio entero dedicado a su obra que contiene cuadros de toda su trayectoria, además de un completísimo material de apoyo,(bocetos, cuadernos de apuntes, publicaciones contemporáneas y otros materiales culturales que sirvieron a Magritte de inspiración y acicate)... y debo confesarles que tengo que agradecer haberme encontrado con este pintor cuando era joven, rápido de reflejos y de aguda inteligencia, puesto que ahora es mi experiencia, mis recuerdos de antaño, los únicos que me permiten sentir lo que sintiera antaño, emocionarme de la misma manera. En otras palabras, que me queda el resquemor de que si lo conociera ahora de nuevas, nunca pasaría a formar parte de mis preferencias, de aquello que amo y considero como parte irrenunciable de mí mismo.

Pero dejando aparte las jeremiadas de anciano, lo que realmente quería decirles es que Magritte es uno  esos pocos pintores y artistas que realmente merece el calificativo de visionario, ya que  creó imagenes nuevas y turbadoras partiendo de objetos completamente anodinos y cotidianos... una certeza que se ve sin embargo, algo rebajada por cierta tendencia a considerar que el artista belga trabaja con una limitada cantidad de símbolos que reelabora y recombina continuamente, sin gozar de la efervescencia pirotécnica de un Dali, o que desprovisto de ese contenido fuera de lo corriente, no sería más que un pintor de muy segunda fila, en un equivocado concepto del formalismo en las artes.


La Magie Noire

Es cierto que muchos cuadros de Magritte, como el que antecede estas palabras han pasado a formar parte del imaginario popular y son perfectamente reconocibles e identificables como suyas, hasta el extremo de que prácticamente esas imágenes y el pintor son prácticamente intercambiables, como ocurre con el famoso hombre del bombín al que siempre se le ve la espalda o que en cierta medida su surrealismo se muestra, en oposición al de Dalí, como un surrealismo amable y comedido, casi de salón de estar. Apreciaciones ambas, como la anterior referente a sus capácidades técnicas y estéticas completamente erradas.

Magritte fue un pintor que se movió una y otra vez fuera de lo que los modernos actuales llamarían "su zona de comodidad". Una de mis grandes sorpresas en mi visita al museo Magritte fue descubrir que el cartel que figura al principio de la entrada fue dibujado por él. Un cartel que yo conocía por mi afición a la segunda guerra mundial y que nos habla de un Magritte fuertemente implicado en política y abiertamente opuesto a los totalitarismos fascistas que buscaban dominar la Europa de los años 30. Un toque de atención. el de ese cartel que debería llevarnos a recordar, al menos a todos los aficionados a Magritte, la radical violencia y espiritu subversivo que muestra mucha de su obra de los 20 y los 30, como es el caso del cuadro que sigue a continuación.


Le Plaisir

Una violencia y una radicalidad que volverían a reproducirse al final de los años 40, y que nos sirven de introducción a la excepcionalidad del arte Magritiano en esa década, ya que durante esos años Magritte dejó de pintar como solía hacerlo, aunque sin abandonar sus temas habituales y atravesó primero lo que se conoce como su época Renoir (Le surrealisme à plein air) con unos cuadros que imitaban la técnica impresionista pero no sus temas y que, como muestra la siguiente imagen, no acabaron de convencer a nadie, ya que en Magritte la técnica impresionista acaba por producir una sensación expresionista, de desasoguiego e inestabilidad, mientras que el efecto de sus cuadros, subrayado y potenciado por su realismo pictórico casi de notario, se ve tanto más disminuido cuanto más se diluye su pincelada.


L'Echo

La siguiente etapa, el periodo Vache, es quizás más interesante, especialmente por su radicalidad. Como otros  grandes llegado a la madurez, Magritte dio un giro de 180 grados a su carrera y empezó a pintar como los pintores jóvenes, esa generación que daría origen a los varios informalismos de postguerra y que, afectada por la catástrofe del conflicto mundial, había abandonado toda pretensión de considerar que arte y belleza eran conceptos indisolubles. Así, si en la etapa Renoir, Magritte era todavía reconocible bajo su disfraz, muchos aficionados serían incapaces de reconocer al maestro en estos cuadros, si no viesen la firma.

L'Ellipse

Ambas etapas fueron de corta duración, sin embargo, y, como muchos otros pintores, Magritte volvió a su estilo y sus temas, como si nunca los hubiera abandonado. Una appel à l'ordre que no supuso ninguna concesión en sus temas o en sus pretensiones, puesto que hasta el último momento, el surrealista belga supo crear esas imágenes paradójica e irreductibles, sin otro significado que su propia imposibilidad, pero que son capaces de fascinar al espectador e incluso de quitarle el sueño.

Le Séducteur
Porque toda la obra de Magritte no es más que un juego continuo entre lo que sabemos y lo que creemos saber, lo que vemos y los que damos por supuesto, la palabra y las imágenes que denotan, mostrando las muchas muletas y sobreentendidos en las que se funda nuestra percepción y nuestro conocmientos, esas muletas necesarias que sólo nos llevan al error y a la confusión, de forma que acabemos por ser incapaces de distinguir entre la realidad y la percepción de la realidad, perder la noción de las fronteras entre lo real y lo imaginado, de forma que tengamos que confesar que es imposible llegar a averiguar qué es verdadero, qué es cierto, que es real.

Peor aún, que si llegásemos a rasgar el velo de la realidad percibida, lo que encontrariamos tras ella es el mismo mundo de apariencias del que nos hemos liberado.

La Condition Humaine

Un mundo donde el absurdo, lo paradójico y lo imposibles campan a sus anchas, como en el mundo que percibimos y en el que tenemos que vivir.

Le Présent

2 comentarios:

  1. Madrid, los 80 y la fundación March, es una relación plena que muy poca gente se atreve a hacer. En general todo el mundo acepta "Rockola", y otros términos de escaparate, pero la ventana creativa al mundo en Madrid fue la March.
    1982-83 fueron unas exposiciones muy importantes, y la gente cambiaba estilos, ropas y modas al correr de esas.

    Bélgica? tengo que mirar en el mapa donde cae...
    un saludo

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  2. Si, la labor cultural de la March en esos años fue de primera fila, lçástima que yo pillara los últimos coletazos.

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