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lunes, 21 de noviembre de 2011

The TDS Files (XXIII): Intolerancia, Phil Mulloy

Lunes, tiempo de artículo rescatado de Tren de Sombras, en este caso y dentro de la sección Parpadeos, le toca a un corto del animador británico Phil Mulloy, una de las pocas personalidades cinematográficas que realmente merece el título de rebelde y subversivo, en un tiempo que tanto abundan los falsos rebeldes y subversivos, ya que este autor  intencionadamente elimina de sus cortos todo aquello que pudiera hacerles bellos o agradables.

Sin mayor introducción, les dejo con el artículo, otro de aquellos ¡Ay! de cuando yo sabía escribir....



Intolerance, Phil Mulloy, 2000
Producción: Spectre Film, United Kingdom, 2000
Dirección y Guión: Phil Mulloy
Productores:  Maggie Ellis, Phil Mulloy
Música de: Peter Brewis .
Voz de: Joel Cutrara

En la tradición anglosajona, desde tiempos de Jonathan Swift y su Gulliver’s Travel, o gran parte de la obra del mismo Dickens, curiosamente la que nunca se muestra en pantalla, hasta el Lil’Abner de Al Capp o el Cerebus de Dave Sim, por referirnos a obras más recientes, la sátira social ha sido una constante literaria, casi un rasgo definitorio, al contrario que en nuestra tradición, donde, excepto por las figuras aisladas de Quevedo o Buñuel, la ironía y el sarcasmo, la burla y la risa, han sido considerados siempre como algo menor, falto de seriedad y, sobre todo, carente de responsabilidad social.

Quizás siempre hemos tenido miedo, y seguimos teniéndolo, a que nuestras ideas, nuestras convicciones más profundas se mostrasen falsas ante la ironía y la risa. Con razón, hay que decir, porque eso es precisamente lo que se propone la sátira, al contrario que la parodia, el conseguir la reconstrucción distorsionada del mundo que nos rodea, de manera que las gentes, las constumbres, las ideas representadas sean perfectamente reconocibles y familiares, pero el efecto al ver aquello que queremos y estimamos, no sea un efecto de confirmación y tranquilidad, sino el contrario, de asco y repulsión.

En el mundo del artista satírico no existe la belleza o el respeto. Para su mente, no existe nada sagrado, todo, absolutamente todo, puede y debe ser atacado, demolido, destruido, objeto y objetivo de la burla y la risa. No es de extrañar por tanto, que, independientemente del ideario político del artista satírico, su obra sólo sirva para crearle enemigos, tanto entre su bando como en el contrario. No es infrecuente tampoco, que la personalidad del artista satírico sea la del escéptico, la del cascarrabias, la del amargado y desengañado, o que su carrera acabe en la soledad y el aislamiento, simplemente porque constituye una molestia para todos, un incómodo recordatorio,  que no se pliega a las consignas y eslóganes de partidos y gobiernos, ni siquiera los de los suyos.

Cualquier plano de la prolífica obra de Phil Mulloy, sirve para confirmar que él pertenece a esa larga tradición de la sátira, el sarcasmo y la ironía.


Como ya he indicado en otras ocasiones, un tabú no escrito pero universalmente respetado, del dibujo animado en Occidente es que su acabado debe ser perfecto, que la técnica debe primar, siempre y en todas ocasiones, sobre el contenido formal de la obra, puesto que en el fondo, así se nos enseña, la animación no es más que un espectáculo circense, un trabajo de taller mecánico, donde el éxito y el valor del producto, se miden por los Oooh y Aaah del respetable que presencia las acrobacias de los trapecistas.

La primera subversión en la que incurre Mulloy es precisamente la de quebrar ese dogma de fe. La animación de Mulloy es visceral y voluntariamente desarreglada y fea. Un conjunto de manchas, generalmente en blanco y negro, o de colores chillones, de garabatos mal pintados, que se mueven a trompicones (jerky animation, utilizando la expresión despectiva inglesa) por la pantalla. El mundo de Mulloy, la realidad que su espejo refleja, es un mundo desprovisto de cualquier belleza, ya sea natural o artificial, ya sea soñada o real.

Este feísmo expresivo, tan corriente ahora, se podría quedar sólo en eso, en un formalismo vacuo, sin otra utilidad que el de mostrar que yo, el artista Phil Mulloy, soy distinto a los demás, como es el caso de tanto artista falsamente rompedor y original. En este caso, sin embargo, el feísmo tiene una profunda intencionalidad política y filosófica, como basta con observar detenidamente la representación del ser humano en los cortos de Mulloy. La figura humana está desprovista de cualquier elemento que pudiéramos llamar bello o hermoso, o incluso cercano y reconocible, sino que se ha reducido a un espantajo de enorme cabeza, enormes dientes, y no menos enorme sexo, señalando bien a las claras el peso incontenible de los instintos, el de conservación y el de reproducción, sobre cualquiera nuestros actos, pensamientos y acciones.

Al mismo  tiempo las criaturas que pueblan el mundo de Mulloy han sido desprovistas de cualquier individualidad, de cualquier seña que nos permita distinguir hombres de mujeres, protagonistas de secundarios, buenos de malos, explotadores de explotados, del mínimo agarradero que nos permita reconocernos en y/o distanciarnos de esos personajes para poder, desde la comodidad de nuestra butaca, posicionarnos frente al contenido y elegir bando, el bando al que ya pertenecíamos antes de sentarnos a ver el corto. 

Sin embargo, esos espantajos que pueblan el universo de Mulloy, esos seres crueles y mezquinos, esos animales bípedos que gozan en el sufrimiento y en la muerte ajena, somos nosotros, los espectadores... una realidad que tenemos que aceptar, a pesar de la repulsión e indignación que nos provoca.

En el caso de Intolerancia, el corto que nos ocupa, a estos aspectos formales se une otro aún más hiriente. Se trata de la utilización de otra de las tradiciones más persistentes de la cultura europea, la del mundo al revés, que aparece ya en los cuentos recopilados por los hermanos Grimm o, como no, en Gulliver’s Travel. Una técnica que consiste en representar un mundo donde las convenciones, las estructuras y las normas sean exactamente las contrarias a las que vivimos cotidianamente, de forma que se muestren, las reales y las representadas, como la falsedad y la mentira que son, es decir, no como formas consustanciales a la humanidad, sino como vestidos que ésta ha adoptado para protegerse.

No obstante, vivimos en un mundo que presume de libertad, y sobre todo de la libertad de poder cuestionar y poner entredicho cualquier idea, hasta tal punto que cualquier crítica política acaba por ser olvidada casi antes de ser mostrada al público, puesto que en el fondo todas se limitan a remover los mismos viejos argumentos y querellas. Una sociedad en la que, de hecho, ya sólo queda un ámbito en el que aún es posible el escándalo, aunque sea por poco tiempo.

Se trata del sexo, de la representación pública del mismo y de la definición de las conductas prohibidas/permitidas (o aceptables/inaceptables, si se quiere ser más correcto).

En este ámbito, y con esta intención, Mulloy descubre pronto sus cartas. El mundo al revés que se nos describe es el de la  civilización extraterrestre del planeta Zog, el manido tópico de la ciencia ficción, una civilización a cuyo conocimiento se ha llegado por el descubrimiento casual de un documental describiendo sus constumbres, seguido por su análisis (hilarante) por parte de los científicos y políticos del mundo, y su proyección a escala mundial, como si tratase del Blockbuster de la temporada...

...lo cual lleva a descubrir, a nosotros y a las criaturas de Mulloy,  lo extrañamente similares, corporal y socialmente, que son los Zogs a la humanidad, excepto porque algunas partes importantes del cuerpo han cambiado su ubicación natural, como bien puede verse, modificaciones anatómicas que producen no menos importantes modificaciones sociales y morales...


Como puede suponerse, Mulloy juega a tres bandas al componer así el corto. Por una parte se tiene el contenido del documental extraterreste, por otra la reacción ante la emisión de sus criaturas, los habitantes de ese nuestro mundo distorsionado, y por último la reacción de nosotros, los espectadores reales de fuera de ambas pantallas, ante ambas narraciones. Este triple visión es una jugada perversa por parte del director, puesto que en el documental de los Zog no deja de acumular ultraje sobre ultraje, buscando que nosotros, al igual que el público de ficción que lo contempla, experimentemos un mismo asco e indignación, para luego tener avergonzarnos al descubrir las acciones en que se desembocan esos sentimientos... reacciones que bien podrían ser las nuestras.

Describir aquí el contenido del documental Zog sería destruir gran parte de la “gracia” del corto (y al cabo de unos visionados, superado el impacto primero, hay que reconocer que el corto tiene “gracia”), pero seguro que el lector inteligente, si tiene presente el concepto del mundo al revés y la intención manifiesta de Mulloy de mostrar lo más normal y sencillo, lo más bello y respetable, como asqueroso y repugnante, puede llegar a imaginar como se saludan entre sí los Zog o como transcurren sus ritos de apareamiento...


.. o como transcurre al alumbramiento, crianza y educación de los niños Zog, a cargo de los hombres, pero aún así extrañamente similar a lo que ocurre y es propuesto como modelo en otros lugares más cercanos...


Otros cortos, otros autores, se habrían quedado ahí, en la simple presentación del mundo al revés, en el chiste al estilo de South Park que se pudiera revisitar una y otra vez, una vez superado el shock inicial. Sin embargo, como buen satírico, Mulloy tiene esa componente desengañada y desesperada que le lleva a desconfiar de toda amabilidad y buena educación. Para la mente satírica, detrás de cada hombre se esconde una bestia dispuesta a saltar en cualquier instante, a matar y a asesinar, para luego justificar sus acciones con bellas y hermosas palabras. Un final infeliz, por tanto, no es que sea necesario políticamente, es que es el único que existe, tanto en la ficción como en la realidad.

Al contrario de lo que se nos predica, la exposición a otras culturas no lleva, al menos en el mundo deformado de Mulloy, a la comprensión, sino a la intolerancia que da nombre al corto, representada en las hordas de personas honradas, portadoras de la moral y las buenas constumbres, que se sienten ultrajadas por el documental y se niegan a verlo y a permitir que lo vean otros, aunque piensen distinto y no tengan sus mismas creencias. Por ello, con el noble ánimo de proteger a la humanidad, invaden la sala de proyecciones y destruyen la película... en escenas que podrían ser hilarantes, si no nos recordasen sucesos desgraciadamente demasiado recientes, dentro y fuera de nuestro ámbito cultural.


Todo ello, aunque como señale Mulloy con cruel ironía, los Zogs sean también personas religiosas, que creen en el mismo Dios que adoran los terrestres y están convencidos de la justicia y moralidad de sus costumbres, instituidas por ese mismo Ser Supremo que les ha creado a su imagen y semejanza...


...o quizas precisamente por eso, puesto que un mismo Dios, sabio y omnipotente, no puede haber creado dos mundos tan opuestos que aborrezcan el uno lo que adora el otro. Inevitablemente uno de los dos tiene que estar equivocado y sólo hay una manera de sacarle de su error.

La aniquilación.

Por esa razón, la Tierra Unida decide enviar una flota para defender nuestra forma de vida, aunque no haya mediado provocación alguna. Eso es lo de menos. La simple existencia de los Zogs es ya bastante amenaza, por constituir la negación de todo lo que es santo, respetable y honrado, por lo que debe ser conjurada por todos los medios a  disposición de la humanidad.

No debemos sin embargo, albergar simpatías por los Zogs, como podría llevarnos a creer cierto ingenuismo tan de moda ahora. El satírico, el desengañado, sabe perfectamente que no hay diferencias a ambos lados del espejo. “Ellos” también han encontrado un documental nuestro, narrando nuestras más queridas costumbres y, al igual que nosotros, lo han encontrado repugnante y aterrador... y nuestra existencia indigna de ser vivida. La flota Zog se dirige derecha hacia nuestro mundo con las mismas intenciones “pacíficas y pacificadoras” que nuestros gloriosos  y heroicos soldados.

No podía haber otra conclusión, si lo miramos bien, puesto que para la mente satírica, no hay inocentes ni culpables. Todos, sin excepción, somos inocentes y culpables al mismo tiempo, víctimas y verdugos cuyo papel y destino final depende más del azar y la casualidad que de la elección propia.

Por ello, cuando se decide optar por la guerra para eliminar al “otro” no hay disensiones, ni voces en contra, dentro de ninguno de los bandos enfrentados, sino una llamada a la unidad, a la aceptación de los sacrificios, cualesquiera que sean, puesto que así lo ordena la creencia en la verdad y la justicia de lo “nuestro”.

Señalar únicamente que, en un último guiño de la historia, la batalla decisiva por el honor y la libertad de la tierra (o del planeta Zog, tanto monta, monta tanto) nunca tendrá lugar, puesto que la tripulación se hallará enfrascada en tareas, ejem, más entretenidas...


... y como se suele decir, esto es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...

En concreto en Intolerancia II (2001)





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