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martes, 22 de noviembre de 2011

Into the void



A estas alturas no creo que vaya a descubrir a nadie la existencia de Andrei Tarkovski, ni por supuesto a aportar algo inteligente, profundo o perspicaz al debate, pero permítanme hacer unas cuantas apreciaciones tras el visionado de Offret (Sacrificio) en glorioso BD, para terminar con una reflexión personal.

La primera apreciación es una idea que ya me vino cuando revise hace poco Solaris. Tarkovski es un director de cine que ve el mundo con ojos de pintor, lo que implica que presta una atención poco corriente a la composición, el color y la luz que llena (o que falta)  sus encuadres, una característica subrayada en esta ocasión por el trabajo del fotografo Sven Nykvist, de fama Bergmaniana, de quien puede decirse que estaba destinado a encontrarse con el director ruso, por la consonancia entre sus formas de ver y de plasmar.

Antes de que alguien se eche las manos a la cabeza por mi blasfemia (ya se sabe que el cine no es pintura), precisemos. Cuando hablo de pictoricidad en Tarkovski lo hago con un doble (o triple) sentido. A lo largo de toda su obra, el director ruso dejo patente su amor por la pintura, no ya por su adaptación de la vida de Andrei Rubliov, sino por haber incluido cuadros como centros temáticos de sus obras (Pieter Breughel en Solaris o Leonardo en Offret). Un amor que no sólo se extiende a ese lugar de preferencia en la pintura, sino que le lleva a replicar en imagen y de forma perfectamente integrada en la estructura fílmica los efectos de luz utilizados por los maestros del pasado.

Dicho así, podría sonar a neoclacisicimo, con toda la carga peyorativa que el prefijo neo- conlleva, pero el que haya observado con atención la obra de Tarkovski - y esa es la única manera en que se la puede observar - sabrá también que su percepción pictórica está también fuertemente influida por los modos de la vagüardia pictórica de su tiempo (circa 1960), el descubrimiento de la belleza en la fealdad, la obsesión por la basura, los desechos, la putrefacción y la descomposición, que el ruso (y su colaborador sueco) fotografía con  una precisión inusitada y estremecedora.

Podría concluir aquí, pero aun queda una segunda apreciación, en forma también de blasfemia contra la religión cinéfila. Offret tiene una fuerte componente de teatralidad, entendida como que muchos de los movimientos de los personajes no son naturales, sino que es fácil descubrir que se desplazan entre posiciones determinadas, siguiendo caminos prefijados y obedeciendo a un ritmo constante, como si formaran parte de una ceremonia desconocida y tuvieran que ajustarse a un ritual inflexible.

No sólo esto, en esta película Tarkovski utiliza un efecto que incrementa esa antinaturalidad y que contribuye al desasosiego que por razones que ya se verán, poco a poco inunda la película. Se trata simplemente de hacer que los personajes hablen directamente a la cámara, como si se dirigieran a otro actor cuyo puesto hemos substituido temporalmente... para descubrir que en realidad no era así, sino que el personaje había girado la cabeza con respecto a su interlocutor, rompiendo la comunicación, en un proceso de destrucción de las convenciones sociales cuya razón se descubrirá a mitad del metraje, para adentrarse en un monólogo interior del que somos testigos involuntarios y no invitados.

Es con sobre estos fundamentos sobre los que se puede construir mi tercera apreciacón, el hecho de que esta panoplia de recursos que Tarkovski exhibe eran revolucionarios en su época, durante esa larga muerte del clasicismo cinematográfico en que su presupuestos fueron uno tras otros puestos en duda y descubiertos prescindibles. Un proceso en el que últimamente hemos llegado a una nueva etapa, puesto que como en pintura, ese ideal de belleza que las vanguardias históricas mantuvieron intacto hasta el estallido de la segunda guerra mundial, ha sido puesto en duda también en el cine, de manera que el rigor estético de Tarkovski, que hunde sus raíces en una tradición artística de siglos, parece el enemigo a batir para los más radicales proponentes del cine ascético, tan próximos en sus planteamientos a los eremitas de los primeros siglos de la cristiandad.

Por último mi reflexión personal. En mi opinión Offret, a pesar de su grandeza, tiene un grave defecto: La mayoría de los espectadores más jóvenes serán incapaces de entender la repercusión e importancia del argumento.

Me explico.

La película de Tarkovski es quizás la que ha abordado con el mayor rigor y la mayor humanidad la posibilidad de una guerra nuclear que acabase con la humanidad, lejos del melodrama televisivo trufado de efectos especiales de obras como The Day After. Rodada cuando esa amenaza estaba a punto de desvanecerse, cualquier persona que hubiera crecido y vivido en tiempos de la guerra fría no podía evitar quedarse helado de miedo, aunque la descubriera unos cuantos años más tarde, cuando el mundo parecía haber despertado al fin de la pesadilla.

Y es que, lo que muchos no podrán recordar ni menos comprender porque no lo vivieron, es que aquellos cuya juventud coincidió con esos años grises de la guerra fría sabíamos cómo íbamos a morir, una víctima más del holocausto nuclear, que quebraría nuestras vidas cuando menos los esperásemos y contra cuya amenaza ninguna de nuestras acciones serviría para evitarla o conseguir su clemencia, al igual que ocurre con la muerte que a todos nos espera.

Porque en esta película, ambientada en un lugar aislado del mundo el cual sobrevive un poco más al apocalipsis que ha devorado el resto del planeta, poco a poco sus efectos van haciendo visibles, de manera que todas las ficciones con las que nos protegemos, Arte, Ciencia, Religión, Familia y Amigos, se derrumban una tras otra inexorablemente, hasta que la única salida es retornar a un estado primitivo, en el cual la magia y el milagro, el sacrificio que da nombre al título, aparecen como últimos recursos contra la sinrazón que ha asesinado el planeta.





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