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lunes, 10 de enero de 2011

Modernity's Elegy/The Shock of the New (y X)

Dos Puntualizaciones.

La primera es que el análisis de los capítulos de esta magnífica serie de principios de los 80 se acabó en la entrada anterior. Lo que viene es de mi propia cosecha, así que notarán la caída de calidad. Si no se sienten con ganas, les recomendaría que viesen la serie, que corre por esas internets de dios en un ripeo de los DVD que se editaron hace ya una década, y si no que adquieran el libro de Robert Hughes también titulado The Shock of the New, donde realiza el mismo análisis del formalismo/modernismo que en la serie, sólo que un poco más de ecuanimidad, equilibrio y serenidad, corrigiendo algunos juicios apresurados del pase televisivo, o lo que es lo mismo observando este movimiento algunas décadas tras su fin, como algo perteneciente al pasado y que, en cierta manera, ya no nos afecta.

La segunda puntualización, si han continuado leyendo, se debe a mis propias carencias. A mediados de los 80 acabó mi educación generalista y comenzó mi especialización, en otras partes que pase de la escuela superior a la universidad, para seguir una carrera técnica. Aunque mi pasión por lo que podríamos llamar "las artes" ha continuado, digamos que el marco teórico sobre el que he seguido trabajando es el que recibí en ese tiempo. Una base que aunque haya sido modificada, corregida y ampliada en el mucho tiempo que he dedicado a estos intereses míos, no puede por menos que resentirse de vacíos, huecos y múltiples desconocimientos en todo lo posterior a 1970. Por poner un ejemplo, en 1980 los escolares españoles aún no nos habíamos enterado de que había sucedido un algo llamado postmodernismo, a pesar de que sus bases filosóficas habían sido puestas en la década anterior.


Como ya he dicho, esta ignorancia de lo que estaba sucediendo en el mundo, unida a la herencia de una dictadura que había considerado el arte modernista como lo opuesto a las esencias patrias, puede explicar porque para muchas de las personas de mi generación estas serie tuvo el carácter de revelación. Por primera vez se nos explicaba, de una manera clara y convincente el significado e importancia de ese arte de nuestro tiempo, contemporáneo, como se le llamaba entonces, y que nosotros sólo habíamos experimentado hasta ese instante con apelativos despreciativos, arte de niños, decadente, tan próximos a los usados por los nazis para referirse al entartete Kunst. Sin embargo, en esta euforia del descubrimiento, se nos había pasado el fuerte tono elegíaco del documental, de revisión y valoración de los logros y los errores de un estilo artístico, tan meta, como renacimiento y barroco, cuyo tiempo ya se había terminado, cuyas vías estaban ya agotadas, y que debía dejar paso a algo nuevo, que nadie era capaz de prever.

¿Y qué ha sido ese algo nuevo? Aquí, hablando desde mi más absoluta ignorancia es necesario hacer dos puntualizaciones, incompletas y restringidas.

La primera es que un documental de estas características sería imposible de realizar hoy en día. No es ya que cada capítulo dure 58 minutos, sin dejar espacio a la publicidad, lo cual lo restringiría al ámbito de escasas emisoras (la BBC y poco más, porque la patrias no estaría por la velocidad). No, lo que realmente hace imposible repetir este producto, como muestra el hecho de que no se haya reeditado en DVD, es el hecho de que vivimos en un ambiente cultural soft frente al hard de hace unas décadas. Dicho de otra manera, para que uds lo entiendan, cuando ahora cierto canal patrio presume de ser un canal cultural, lo hace porque emite a las cuatro de la tarde un documental de animalitos. Cuando en los setenta y ochenta reinaba la televisión educativa, eso significaba acostarse con Renoir y levantarse con Mizoguchi, para entre medias haber emitido varios debates con temas tan acuciantes como las subidas de precios en la baja edad media húngara.

Entonces y sólo entonces, a lo mejor recibía el apelativo de cultural.

Por supuesto, esta relajación de los estándares no es sino uno de las consecuencias del modernismo, al cuestionarse en los sesenta el propio concepto del arte, qué debía ser considerado como arte y que no, que luego sería adoptado y amplificado por el postmodernismo, en su persecución de un arte consciente de sí mismo, que se sabe afectado e influido por multitud de fenómenos, incluido los artísticos, y no intenta ocultarlos, sino que llama la atención sobre ellos, más importantes que la propia obra final. En sí, esta pregunta sobre qué es arte y que no lo es, fue una conquista positiva, puesto que abolió la división en artes menores y mayores, o entre gran arte y arte popular, permitiendo que fuera posible disfrutar sin excusas de manifestaciones que antes se consideraban como poco dignas, véase el caso de la ilustración, la animación o el cómic. Sin embargo, ha producido un fuerte rebote indeseable, en el sentido de un orgullo del ignorante, por el cual cualquiera puede permitirse enmendar la plana a cualquiera, mientras que el despliegue de conocimientos en una disciplina, especialmente si se refiere a lo que podemos llamar el núcleo duro, es acogido con hostilidad y desprecio, a menos que se temple con la aprobación del subproducto cultural que en ese momento esté de moda... y qué será ensalzado convenientemente por el estamento crítico.

Pero claro, esto tampoco es nada nuevo, y todas las épocas han conocido sus modas y sus timadores. Al fin y al cabo, el cuento del traje nuevo del emperador no se inventó ayer.

Pero por concluir ¿Qué ha sido del arte en estas décadas? Hemos hablado de la victoria del postmodernismo, de como el arte se ha vuelto consciente de sí mismo, de forma que lo que realmente importa es, como digo, señalar las influencias que se están utilizando, las citas, para llamarlo de alguna manera, y la manera en que se utilizan. No obstante, el modernismo ha sido un movimiento eminentemente literario e incluso la filosofía que le presto su andamiaje conceptual tiene la fuerte tendencia de reducir todas las manifestaciones humanas a lenguajes y narraciones. Esto ha provocado que su traducción a las artes plásticas haya sido bastante impura, dando lugar a que bajo su paraguas se agrupen multitud de fenómenos que sólo tienen de postmodernistas su amodernidad, pero al mismo tiempo ha dado paso a un fenómeno que Hughes no había previsto, la vuelta del arte a considerarse como un medio de discurso.

Porque en cierta medida, todo artista actual no aspira a investigar la forma, sino que es un artista conceptual, alguien que antes que nada, busca transmitir un mensaje, por muy oculto o disociado del producto final que esté. Lástima que no se haya revelado falsa también la otra prediccióm de Hughes, la de que el arte de nuestro tiempo ya no podía ser subversivo, puesto que la mayoría de las obras de estos artistas la única reacción que encuentran es la de la indiferencia.

A menos que, claro está, sus obras sean directamente pornográficas, con lo que aparecerán en primera plana de todas las publicaciones, para que el personal lo disfrute amagando todo tipo de remilgos, esquilmen recursos públicos, para escándalo del coro de ultraliberales, o ataquen a alguna religión en peligro, provocando la ira de algún grupo de fanáticos, más o menos dispuesto a tomarse la venganza por su mano.

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