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martes, 21 de septiembre de 2010
Pioneers
Durante estas semanas pasadas (y algunas más de las que vienen) he estado revisando la integral de los cortos supervivientes de Méliès, una supervivivencia que en el caso de este pionero se ha debido más que nada al azar, ya que el propio autor quemó su producción entera en la década de los años 10 del siglo XX, tras la quiebra de su compañía, en un tiempo en que su manera de hacer cine ya no gozaba del favor del público y por tanto nadie estaba interesado en conservar aquellas antiguallas.
Durante esta revisión, no siempre fácil, he encontrado que la mejor definición de Méliès es la que viene en la separata que acompaña la integral, según la cual el cineasta francés era un hombre del siglo XIX que utilizaba un invento del XX. El sentido en que hay que entender esta frase es que Méliès era un hombre de teatro decimonónico y su intención al hacer cine era capturar las representaciones del teatro de varieadades de su tiempo de forma que fueran reproducibles en cualquier tiempo y lugar.
Se podría hablar de teatro filmado, ese término tan, tan peyorativo, pero sería un absoluto reduccionismo y una infjusticia para Méliès. Es necesario ver estos filmes del pionero francés en la pantalla de un cine para darse cuenta de que lo que está haciendo hacer desaparecer la pantalla de proyección para que se abra en un imaginado escenario de un teatro. Esto explica el estatismo de su cámara, la lejanía de los actores y su renuncia incluso en sus últimos filmes, a guiar la mirada o utilizar el montaje para destacar elementos, de forma que se mantenga en todo instante el punto de vista de un espectador teatral, sentado en el patio de butacas, que explora con su mirada lo que está sucediendo encima del escenario.
Esa fidelidad por el punto de vista del espectador teatral, lleva a que excepto en muy contadas ocasiones, nada de lo que se ve en los filmes de Mélies sea real, todo es decorado, cartón piedra, llegando al extremo de que los propios objetos que se utilizan en la representación son planos, utilizándose el dibujo para dar una ilusión de tridimensionalidad. Es esta falsedad, tan contraria a las formulaciones cinéfilas de la Nouvelle Vague, tan preocupadas por que el mundo real se colase en la imagen captada, pero que era completamente natural para el espectador de 1900, la que constituye el mayor atractivo de Méliès para el espectador contemporáneo. Su forma de hacer cine, lo que busca capturar y mostrar está tan alejada de nuestras constumbres, llega a ser tan viejo que deja de parece anticuado y se vuelve fascinante, como muestra que una y otra vez se realicen videos musicales a su manera.
Sin embargo, no es ese Méliès de los viajes a la luna del que quería hablar. Lo que quería resaltar aquí es el Méliès ilusionista, o como esa faceta suya de mago teatral es uno de los grandes rasgos de su cine. Como es sabido, el inventó uno de los trucos básicos de la cinematografía hasta ayer mismo, consistente en parar el rodaje, substituir un elemento por otro y continuar rodando, de forma que parezca haberse obrado una transformación mágica. Un truco que parece muy simple, pero que no lo es en absoluto y que Méliès es capaz de realizar una y otra vez sin que parezca viejo ni usado.
Un secreto que no es otro de su experiencia como ilusionista, puesto que sabe cuando realizar el cambiazo para que el espectador no se dé cuenta, simplemente cuando el objeto está en movimiento para que cualquier modificación de la postura sea indectable, pero sobre todo dirigiendo nuestra atención como lo hacen los magos, centrándolo en un punto, de manera que todo lo que ocurra a nuestro alrededor se torne invisible y seamos incapaces de descubrir esa parada en el rodaje.
Como queda de manifiesto en esta magnifica secuencia.
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