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domingo, 16 de mayo de 2010
100 AS (XIV): Harpya (1979) Raoul Servais
Mi relación con Servais es un tanto especial. Hace ya muchos años a principios de los 80, cuando comencé a interesarme por eso del cine (y no por las pelis, que decía un amigo) la segunda cadena (la dos de ahora) programaba un magnífico espacio de cine, teatro y música, llamado Fila 7. En una de sus emisiones realizaban la semblanza de un animador belga, al cual calificaban como uno de los grandes, y del que mostraron pequeños fragmentos de sus cortos, de los que me que quedé inmediatamente prendado. El tiempo paso y el nombre de este creador se me olvido por completo, no así la impresión que me causara, fue gracias a DVDBeaver cuando me topé con una integral de su obra y reconocí al instante su estilo... un reencuentro no sólo con la obra de Servais, sino con mi aletargado amor por la animación, que, afortunadamente, no ha vuelto a adormecerse.
Sin lugar a dudas Servais es uno de los grandes, no ya por su pericia técnica, más que notable, ni por el hecho de seguir trabajando aún al estilo de los pioneros, en solitario y casi sin contar con nadie; sino especialmente por su capacidad para recrearse a sí mismo una y otra vez, probando técnicas y estilos distintos en cada corto, sin repetirse nunca. Es esa búsqueda constante la que le ha llevado a explorar, en sus últimos tiempos las regiones fronterizas entre la animación y los personajes reales, evitando esa regla, casi una traición, que indica que los animadores abandonan la animación al envejecer, como si fuera igual que la poesía que requiere juventud, para conseguir soluciones que anticipan lo que se puede conseguir ahora con la ayuda del ordenador... y que de paso demuestran lo equivocados que estamos al suponer que la animación es 3D y que su culmen es el fotorrealismo.
No obstante, Servais no es sólo un formalista que busque la apertura de nuevos caminos y la exploración de las técnica. El cine del belga es eminentemente político y combativo, de izquierdas de la de antes, en perenne lucha contra la opresión política y el autoritarismo, afirmando siempre la libertad y los derechos del individuo. Nuevamente tenemos otra de esas paradojas tan abundantes en la historia de la animación, el intento de transmitir un mensaje incómodo, claro y diáfano, utilizando los recursos estéticos más avanzados. Un intento audaz de lograr un equilibrio casi imposible, entre la forma y el fondo, sin que el acento en uno de ellos suponga perjudicar al otro, sin caer en el hermetismo o la banalidad, desafío en el que Servais triunfa a la perfección.
El corto aquí ilustrado, Harpya, supone un punto de inflexión en la carrera de Servais. Por un lado, es el abandono del dibujo animado puro y el comienzo de sus experimentos para integrar imagen real y animación, una integración perfecta que se consigue con los métodos más artesanales, la pixilation ya comentada, para dar aspecto animado a lo rodado con la cámara, y la copiadora manual, para superponer los distintos planos reales y animados, borrando unos, añadiendo otros, como bien se puede observar en la secuencia de arriba, donde se nos muestra al protagonista, cuyas piernas han sido amputadas, andando con las manos.
Es también el instante en que el mensaje político de Servais se hace un poco más sutil y alegórico, no tan directo como en cortos anteriores, pero sin perder nada de su mordiente. En este caso, ese mensaje político, el del parásito, la Harpya de los griegos que ensuciaba la comida de aquellos a quienes atormentaba, y que se instala en las vidas del protagonista del corto robando y destruyendo todo lo que posee, es acentuado con un final circular que señala la posibilidad absoluta de escapar, junto con la vistas desoladas y nocturnas de una ciudad que suponemos Bruselas, y de unos interiores no menos inhóspitos y vacíos.
Y como siempre aquí les dejo con este magnífico corto, siempre inquietante, como las auténticas leyendas.
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