Peter Janz Saenredam, La Buurkerk en Utrech
En la entrada anterior, hablaba de una de esas megaexposiciones madrileñas que se anuncian en todos los medios, la 1914! del museo Thyssen. Una big one que se supone imprescindible y de la que se marcha uno con un cierto mal sabor de boca tras su visita, puesto que sus intenciones han quedado muy lejos de sus resultados.
Sin embargo, una de las exposiciones más impresionantes de esta temporada se encuentra a dos pasos de esa big one, ni más ni menos en la sala de al lado, y se puede saborear con toda tranquilidad, sin aglomeraciones, prisas, ni escándalos, ya que apenas recibe visitantes debido a que el nombre del pintor, Saenredam, uno de tantos artistas de género del siglo XVII holandés, no dice nada a nadie, y por tanto, pensamos, no merece perderse tiempo en él.
De hecho, hasta el sábado pasado ese nombre a mí tampoco me decía nada, siendo esa ignorancia mía, o mejor dicho, mi falta de interés por ese pintor, uno de los mejores ejemplos de los efectos perversos de los Cánones en las artes, que nos marcan un camino determinado del cual creemos no se puede salir, porque lo bueno ya está perfectamente señalado en el mapa de carreteras , cuando en realidad deberíamos tomar ese Canon como guía para no perdernos, que nos permitiese realizar excursiones a uno y otro lado del camino.
Excursiones en las que los descubirientos suelen compesar el esfuerzo y la molestia, como es el caso.
¿Y quién era este Saenredam? Gombrich, en su historia del arte, definió perfectamente a los pintores de genero de aquella época. Artistas que se especializaban en un tema, el paisaje, la marina, los animales, y llegaban a plasmarlo con una prefección inaccesible e inalcanzable. Saenredam era uno de ellos y su tema elegido eran las iglesias, sus interiores y sus fachadas, de las cuales realizó una pintura tras otra a lo largo de su vida, labor que se convirtió en casi una obsesión, puesto que las medía detenidamente, reconstruía sus dimensiones y proporciones en el estudio, para transferirlas finalmente en el lienzo.
¿Una pintor aburrido entonces? ¿Alquien que siempre realiza el mismo cuadro, ateniendose a una fórmula? Así podría pensarse, es cierto, si no fuera por un pequeño detalle del método de trabajo de este artista, el hecho de que esa transferencia al lienzo del objeto medido y reconstruido no se realizaba de manera notarial, sino que el pintor no tenía miedo a modificar las proporciones, la posición de los objetos o la propia perspectiva para conseguir una mayor belleza, mejor dicho una forma mejor, ya que muchas de sus obras, esas naves de iglesia vacías, de un blanco deslumbrante, llenas de aire y luz, desprovistas de la presencia humana, alcanzan una cualidad casi abstracta, patente en los complicados diseños de sus suelos.
Un ejecto, de abstracción y de estar fuera de este mundo, que resulta amplificado por el hecho de toparse con una docena de cuadros de este pintor, en una única sala, uno al lado de otro, y que nos sumen a nosotros, los espectadores en la misma obsesión y absorción que este artista debía sentir, puesto que algunos de esos cuadros por su dimensiones, por el modo en que están trazados, apenas el vacío blanco de la nave enmarcado por las altas columnas góticas, parecen chuparte a su interior, arastrado por las líneas de fugas de los intrincados pavimentos.
Una ilusión que coincide con el efecto preciso que produce la visita a uno de esos templos góticos, donde la luz, el silencio y la altura parecen sobreponerse a uno mismo, aplastar y disolver el ser, conducir la conciencia a un estado alterado, superior, y el contacto con esos seres ultraterrenos inexistentes posible... y que hace difícil volver al mundo tras la visita a uno de esos templos, pero que aquí, cuando a un cuadro de esas características sigue otro, y a este otro, y a este otro, y otro, provoca una resonancia anímica, casi dilatando el tiempo, fundiendo contrarios como movimiento y estatismo.
Todo por un señor que hasta el sábado pasada era un completo desconocido para mí, del cual yo una única obra, expuesta en la Thyssen, represantando la anodina fachada de una iglesia holandesa, valiosa sólo porque ese templo ya no existía y el cuadro nos devolvía su aspecto. Un pintor y un cuadro, como digo, perfectamente olvidables.
Olvidables... ¡Je!
Buenas
ResponderEliminarVaya, pues yo era uno de los que iba a hacer un hueco estas navidades para ver la de 1914. Bueno, pues con la cantidad de cosas y compromisos que tiene uno que hacer en estas fechas...
Un saludo y muy interesantes ambas entradas. De hecho intentaré ver algo de Saenredam si veo que 1914 está muy masificada. Según me voy haciendo mayor, mi aguante de los eventos de masas disminuye.
Creo que he sudo demasiado duro...
ResponderEliminarLa exposición es interesante, por mostrar la vanguardia históricacde otra manera, pero falla en su objetivo de relacionar arte e historia. Eso sí, como otras de la Thyssen está mucho más lograda la continuación en la Fundación Caja Madrid (casi al lado, cerca de la puerta del sol), que además es gratis
Y masificada no está, tenga en cuenta que le falta un big name, tipo Picasso o Van Gogh que sirva de reclamo a las masas.