Ich stellte mich recht lebhaft vor, wie hübsch ihre Wangen, und wie ihre körperliche Erscheinung mich mit ihren melodischen Weichheit bezauberte, wie ich vor einiger Zeit etwas fragte, wie sie im Zweifel und Unglauben die schönen Augen niedershlug, und daran, wie sie "nein" sagte, als ich sie fragte, 0b sie auf meine aufrichtige Liebe, Zuneigung, Hingabe und Zärtlichkeit glaube. Die Umstände hatten ihr befohlen, zu reisen, und sie war fortgegangen. Vielleicht würde ich sie boch rechtzeitig haben überzeugen können, das ich es gut mit ihr meine, das ihre liebenswürdige Person mir wichtig und das es mir aus vielen schönen Gründen daran gelegen sein,sie glücklich zu machen und damit mich selbst; aber ich gab mir keine Mühe mehr, und sie ging fort. Wozu dann die Blumen? "Sammelte ich Blumen, um sie auf meine Unglück zu legen" fraget ich mich, und die Strauss fiel mir aus der Hand. Ich hatte mich erhoben, um nach Hause zu gehen; denn es war schön spät, und alles war dunkel.
Robert Walser, der Spaziergang.
Me imaginé con gran viveza, que bellas eran sus mejillas y como me había embrujado su aparición física con su blandura melódica, como al poco tiempo la pregunte algo, como cerró los ojos con duda e incredidulidd y como me dijo que no, cuando la pregunté si creia en la firmeza de mi amor, de preferencia, de mi inclinación y mi ternura. Las circunstancias la obligaron a viajar y se había marchado. Quizás podría haberla convencido con tiempo de que yo la quería bien, de que su persona, digna de ser amada, era importante para mí, y que por múltiples y hermosas razones la haría afortunada yo con ella, pero no me esforcé y se marchó. ¿Para qué entonces las flores? "¿Es que recojo flores para depositarlas sobre mi infortunio?" me pregunte y el ramo se me cayó de la mano. Me había incorporado, para volver a casa, porque ya era tarde y todo estaba obscuro.
Hablaba ayer de mis excursiones a los lugares de mi infancia, y según publiqué la entrada, me di cuenta que en este último mes, el trayectos de casa al trabajo del trabajo a casa, había estado leyendo el cuento largo, una cien páginas, El paseo de Robert Walser, el eterno solitario errante, cuyo final he reproducido arriba, en traducción mía... y tengo que decir que cuanto más leo de ese escritor suizo de primero del siglo XX, más me siento fascinado por su pensamiento, no, eso es poco, cada vez me siento más identificado con él, con su forma de sentir y experimentar la vida, como si fuera un hermano mayor que me marca el camino y me advierte de los peligros, aunque yo no haya tenido el valor de seguir su ejemplo.
Yo también concibo, como él, el paseo como un placer irrenunciable, un goce físico y mental al mismo tiempo, puesto que es de los pocos ejercicios que te permite seguir pensando, sin que la violencia y la exigencia de esa actividad te distraiga del mundo que te rodea. De esa manera, al mismo tiempo que andas es posible admirar, dejarse fascinar y seducir por todo aquello que te encuentras en el camino, los paisajes, las vistas, las personas, sus variaciones a lo largo del día y la luz, e integrarlo en tus pensamientos, convertirlos en el mantillo espiritual que te permitirá seguir vivendo al día siguiente, que concederá la ilusión por volver a despertar, que te capacitará con las palabras y las frases necesarias para comunicarte con tus semejantes, para escribir estas anotaciones, estas aparentemente inútiles divagaciones.
Una actividad, la de vagar y divagar, que para Walser y para mí, es el pilar central de su personalidad, la que fundamente su trabajo, la que le permite rendir y brillar. Una necesidad sin la cual nos derrumbaríamos y que, incluso cuando todo se derrumbe a nuestro alrededor, como ocurrió con el suizo, como temo que ocurra conmigo, seguiremos manteniendo, porque no hacerlo así, será similar a estar muertos, será la auténtica muerte, de la que la otra no es más la confirmación.
Por ello, en este paseo de paseos que se narra en este asombroso cuento largo, Walser defiende bravamente su metodo de trabajo, el pasear largas horas para poder luego escribir encerrado en la alcoba, no frente a sus iguales, sino frente a los que podríamos creer sus contrarios, ni más ni menos que unos inspectores de aduanas, que quieren conocer cual es su oficio y dedicación, para así poder medir y calcular el impuesto de paso que deben aplicarlo. Una excusa que sirve al escritor para hacer una apología de su vida, de como su trabajo, como digo, no podría existir sin su vagabundeo, tan bien argumentado y tan bien demostrado, que los serios y estrictos funcionarios no pueden por menos que darle la razón y casi le extienden un certificado, lleno de sellos oficiales, para que le sirva de salvoconducto en el futuro.
Y esta es otra característica de este autor que me enamora. Otros vagabundos solitarios, o mejor dichos supuestos vagabundos solitarios, de esos que se hacen lenguas de estar On the Road, albergan en su interior un profundo rencor contra el mundo, desean en cierta manera, destruir y arrasar todo lo que no concuerde con ellos mismos, incluso, en la mayoría de las ocasiones, a ellos mismos. Nada de este odio, de esta amargura, de esta desesperación puede encontrarse en sus escritos, en tanto que se le respete, que se cumpla con él eso tan olvidado del Live and Let Live, todo los modos de vida son lícitos, todos son hermosos y encomiables, porque todos contribuyen a la variedad, a la riqueza del mundo por el que pasea Walser y de cuya belleza, tanto él como yo estamos enamorados.
Sólo en su pensamiento, y por supuesto en el mío, cabe un punto inextinguible de melancolía, el miedo a las ocasiones perdidas por nuestra propia culpa.
A todo eso que pudo ser y a lo que no supimos dar realidad, convertir en recuerdo y no en imaginación.
Celebro verle tan prolífico!
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