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domingo, 27 de julio de 2008
Hieroglyphs in the Sky
El año pasado, más o menos por estas fechas, comentaba de mi visita a los lugares de la Sierra de Madrid a los que mi padre me llevaba cuando niño, concretamente, al puerto de Canencia, a unos 1500 metros de altura, más o menos.
Haces unos días, el jueves de la semana que hoy acaba, he vuelto a subir hasta allí, y me he encontrado con el cercado que me cerraba el paso a los prados de mi infancia, sólo que esta vez tenía yo el ánimo más de explorador y rodeando, rodeando he descubierto que es posible llegar a los lugares de mi memoria.
Para el que no lo conozca se pueda hacer una idea, la cosa es que una vez coronado el puerto según se viene de Madrid. se atraviesa un enorme pinar, de árboles rectos y gigantescos, la carretera sigue más o menos llana durante un buen tramo antes de empezar a descender al valle del Lozoya. El final de esa mesetilla es una curva donde mi padre dejaba el coche y donde se abría, al otro lado de la carretera, la entrada a los prados, protegidos de la vista desde la carretera, por una delgada pantalla de árboles.
Los prados estaban divididos en dos, uno grande que ocupaba un colina a la que había que subir desde la carretera, y uno pequeño, al que se llegaba tras descender de esta elevación y que estaba como recogido en un pequeño fuerte natural, puesto que el bosque hacía como una estrechura, dejando únicamente un estrecho paso, para llegar a ese prado pequeño, recogido y oculto, a salvo de todas las miradas (y mi padre, aún más celoso de su intimidad, era capaz de llegar a un tercer abrigo, un miniclaro en medio del bosque, que ¡ay! no he podido localizar.
El caso es que el cercado lo único que hace es cerrar el paso al prado grande, extendiéndose desde la cortina de árboles que bordea la carretera a los arbustos que anuncian el bosque que desciende al Lozoya, pero si uno sigue la carretera y más o menos adivina el lugar donde está la entalladura del prado pequeño, puede llegar hasta él, siguiendo su lindero, puesto que esa entalladura, esa extensión del bosque que cierra la entrada del prado pequeño y lo separa del grande, no es más que un arroyo, seco en estos tiempos de verano.
Así caminando sobre las piedras, saltando sobre troncos de árboles muertos, llegué, radiante de alegría al centro mismo del prado pequeño, casi irreconocible tras tantos años transcurridos, pero el lugar amado de mi infancia nuevamente restituido.
Y ahí estaba la pared infranqueable del bosque, helechos, arbustos, pinos altísimos...
..pero tan seductora y atrayentes, que nos hacía, a mi hermana y a mí, acercarnos al lindero y soñar con perdernos en sus sombras, con explorarlos y cartografíarlos.
Porque en las alturas se vislumbraban nuevos claros, nuevos lugares secretos, nunca visitados, o al menos así lo suponíamos, pero extrañamente llenos de promesas y tesoros...
...aunque estas sólo fueran, el orgullo de llegar hasta ellos, de haberlos conquistados, de admirar el cielo azul infinito, los bosques eternos...
que nos rodeaban por todas partes, separándonos de la civilización, borrando su existencia por un breve instante...
Aún quedaba lo mejor por llegar, puesto que tras este descubrimiento, tras este llegar como digo a mis lugares de la infancia, para que su visión me abriera el arcón de los recuerdos y me embriagaran los aromas allí almacenados durante años, mezclados y decantados hasta convertirse en uno solo, descubrí que podía desandar mis pasos y llegar hasta el prado grande, pues el cercado era sólo una barrera y no lo ocupada por completo, sólo te impedía llegar, ver, intuir los tesoros que tras él se guardaban, me encontré con este enorme árbol solitario...
...del cual despegaron, en medio de un estrépito de graznidos, unos cuervos no menos gigantescos, casi venidos de alguna época de la que los hombres no tiene recuerdos.
Así de esta manera, volví a Madrid lleno de melancolía, deseando encontrar el resto de lugares de mi infancia, aunque de algunos haya olvidado hasta el nombre, aunque no la luz tamizada de sus bosques, y de otros sepa que no seré capaz de encontrar el camino, o aunque lo encuentre, habrán sido borrados por el tiempo o la mano de los hombres.
¡Pero qué más da! Si me hubiera quedado en casa, encerrado, si no hubiera decidido rodear el cercado, no habría encontrado mis dos prados.
¡!Adelante pues! ¡Hacia el pasado!
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