Hace muchos años, cuando tenía quince o dieciséis (no recuerdo ya exactamente), leí entera La República de Platón.
Es curioso, pasados ya los decenios, recordar la forma, el ímpetu y la entrega con que se leía a esa edad, en el tiempo en que uno desconoce todo, y cada lecturar es un descubrimiento revolucionario. De ese tratado de filosofía recuerdo el placer con que me topaba con lugares comunes en la cultura de mi tiempo, ideas que flotaban en el ambiente que me rodeaba, mis padres, mi familia, los medios de comunicación, el colegio, los amigos, la actualidad, la historia, y que yo no sospechaba que su germen estaba en aquella obra.
Recuerdo también el rechazo que me producían muchas de las ideas allí expuestas, como ocurría con el modelo cuasidictatorial de estado que se proponía, algo que en un país apenas salido de una dictadura de cuarenta años y con una democracía apenas estrenada, no podía producir más que repugnancia, un asco que contrastaba con la fascinación irresistible de otras ideas, como era la caverna o la transmigración de las almas.
Un tiempo en fin, en que la mente aún estaba fresca, sin hollar, sin influencias, y todo lo que leía dejaba una impronta imborrable.
Como ocurrió con la descripción de la segunda de las clases en la república platónica, aquella de los soldados, en la que participaban por igual hombres y mujeres, existía comunidad de bienes, y, en palabras de Platón, las parejas deberían entrar en combate juntos, pues en caso de peligro para un amante, el otro acudiría al rescate, y en caso de no haberlo, rivalizarían por distinguirse mediante sus hazañas, para así conseguir la admiración del amado, y por su puesto su amor.
Un caso en que el amor, entendido en su faceta física, haría mejores soldados que la propia disciplina. Una regla que se haría realidad en la misma Grecia de Platón, con la famosa Legión Sagrada de los tebanos, formada por 15o parejas de homosexuales, e incluso antes con la estricta disciplina militar de los espartanos, donde se promovían esas relaciones entre los adolescentes, pues esos lazos, decían, habrían de servirles más tarde en la vida adulta.
Unas ideas, las de Platón en su República, que he venido a recordar viendo esta secuencia.
Es curioso, pasados ya los decenios, recordar la forma, el ímpetu y la entrega con que se leía a esa edad, en el tiempo en que uno desconoce todo, y cada lecturar es un descubrimiento revolucionario. De ese tratado de filosofía recuerdo el placer con que me topaba con lugares comunes en la cultura de mi tiempo, ideas que flotaban en el ambiente que me rodeaba, mis padres, mi familia, los medios de comunicación, el colegio, los amigos, la actualidad, la historia, y que yo no sospechaba que su germen estaba en aquella obra.
Recuerdo también el rechazo que me producían muchas de las ideas allí expuestas, como ocurría con el modelo cuasidictatorial de estado que se proponía, algo que en un país apenas salido de una dictadura de cuarenta años y con una democracía apenas estrenada, no podía producir más que repugnancia, un asco que contrastaba con la fascinación irresistible de otras ideas, como era la caverna o la transmigración de las almas.
Un tiempo en fin, en que la mente aún estaba fresca, sin hollar, sin influencias, y todo lo que leía dejaba una impronta imborrable.
Como ocurrió con la descripción de la segunda de las clases en la república platónica, aquella de los soldados, en la que participaban por igual hombres y mujeres, existía comunidad de bienes, y, en palabras de Platón, las parejas deberían entrar en combate juntos, pues en caso de peligro para un amante, el otro acudiría al rescate, y en caso de no haberlo, rivalizarían por distinguirse mediante sus hazañas, para así conseguir la admiración del amado, y por su puesto su amor.
Un caso en que el amor, entendido en su faceta física, haría mejores soldados que la propia disciplina. Una regla que se haría realidad en la misma Grecia de Platón, con la famosa Legión Sagrada de los tebanos, formada por 15o parejas de homosexuales, e incluso antes con la estricta disciplina militar de los espartanos, donde se promovían esas relaciones entre los adolescentes, pues esos lazos, decían, habrían de servirles más tarde en la vida adulta.
Unas ideas, las de Platón en su República, que he venido a recordar viendo esta secuencia.
...y es que como no me canso decir, el tiempo en realidad no existe, no es más que una ilusión...
Como veo que insiste con "Marimite", ha conseguido usted que sea mi próximo objetivo, pese a mis reparos iniciales.
ResponderEliminarNo creo que me defraude, como no lo hizo su lista de las veinte mejores series de anime que todavía puede leerse en Cinexilio. Por cierto, esta misma semana he conseguido la última de ellas y más esquiva, "Figure 17".
No me imaginaba yo que tuviese tanta influencia, me da alegría el haber conseguido que alguien se aficione a esto y sobre todo no haberle defraudado.
ResponderEliminarSobre Marimite, tengo que decirle que la serie no es perfecta, aparte del azucar evidente, en la segunda temporada hay capítulos que directamente se caen... es más una especie de debilidad mía que otra cosa, por ello no acabó en la susodicha lista.
Lista que tendré que actualizar algún día, por cierto...
No es fácil encontrar una buena crítica de anime, la mayoría están escritas por gente que no ha visto mucho cine, o simplemente son tan jóvenes que no han tenido tiempo de verlo. No digo que tengan que saber quién es Tarkovsky, pero seguro que no conocen ni a Fritz Lang. Y por otro lado, los críticos de cine habituales no prestan atención a la animación, especialmente si es japonesa (¡cuánto daño han hecho Oliver y Benji!), salvo en algunos casos como Otomo (para mí sobrevalorado), Oshii o Kon, con los que repiten sus alabanzas sin convencimiento.
ResponderEliminarPor eso su lista es importante. Supongo que llegó al anime como yo, habiendo visto a Bergman, Eisenstein o Preston Sturges antes que Cowboy Bebop o Evangelion, las primeras series que me planteé ver seriamente hace solo tres años.
Y sobre Marimite, hay pocas series que sean perfectas, pero si encuentro conmoción en vez de perfección lo doy por bueno.
Ahí le ha dado, porque esa es precisamente mi formación, y mis intereses más que variados (Tarkovski fue un amor a primera vista)
ResponderEliminarY es curioso que haya nombrado a tantos cineastas clásicos, porque, curiosamente, y al igual que los clásicos, el anime tiene esa preferencia por los seres humanos y sus conflictos, expresada en su amor por los rostros y las expresiones.
...y sí Otomo está sobrevalorado, ha vivido mucho tiempo del impacto de Akira, pero hay que reconocer que, para los que lo vimos en 1986 (o 1987 no lo recuerdo bien) era algo completamente distinto a todo, sin puntos de comparación