Dentro de la república pastoril de la Arcadia Felix, ese lugar imaginario tan caro a los siglos XVI y XVII, donde los pastores, y las pastoras, dejaban transcurrir la vida apacentando sus rebaños, escribiendo sonetos y silvas en la corteza de los árboles, y entregándose al juego del amor, había una calavera sobre un pedestal, y en éste la siguiente inscripción:
et in Arcadia, ego.
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