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martes, 28 de febrero de 2006

Monteverdi (y 1)

Altri canti di Marte.... io canto Amor

(Que otros canten a Marte... yo canto al amor)

Altri canti d'Amor... Di Marte io canto

(Que otros canten al Amor... A Marte yo canto)


Bastan estos dos versos para resumir el espíritu del Tardorenacimiento/Manierismo y el Primer Barroco, y porqué en tantos ámbitos, no sólo los artísticos, es tan parecido y cercano al siglo XX ya pasado.

Lo primero, porque, la cultura de aquel tiempo a caballo entre el XVI y el XVII se caracteriza por la paradoja, por la yuxtaposición de los contrarios, aparentemente insolubles el uno en el otro, como lo es el amor y la guerra.

Yuxtaposición que se convierte en amalgama y que logra que ambos conceptos, inicialmente opuestos, pasen a designar la misma experiencia.

De este modo el lenguaje de la guerra, las armas, la instrucción, la disciplina, la fortaleza, la fidelidad, el valor, los enemigos, la coraza con se proteje uno de ellos, el peligro que amenaza al soldados, los combates que le son cotidianos, los asedios en que se deciden las campañas, las victorias y derrotas que son su consecuencia, la muerte y el olvido que espera al vencido, la gloria y la recompensa que espera al vencedor, todos ellos son símbolo del amor.

Pero esta conquista, este batallar, no se traducen en posesión segura y eterna. Como el soldado, el amante no conoce si saldrá vivo de esa batalla, de ese amor, y al final, la gloria del amor, no es lo que viene despues, el reposo y el descanso, sino como en la guerra, el propio combate, la ambición que se enfrenta a cualquier peligro, que arrostra cualquier resistencia, por tomar la plaza y someterla... sin saber, como he dicho antes, si al final le espera triunfo o fracaso, vida o muerte.

No importa el resultado, en este mundo refinado y cortesano, la recompensa es tan grande, tan importante, tan definitiva, que la muerte pierde su poder, su irremediabilidad. Vivo está quien se atreve, muerto es quien no obra así. Aunque el fracaso sea seguro, aunque la derrota sea cierta, es más honorable vestir la armadura y lanzarse al combate, corto y furioso, que quedarse ináctivo, que esperar a esa misma muerte mientras la vejez disipa las fuerzas y el óxido corroe las armas.

La derrota siempre la tenemos segura, pero la casualidad puede llevar a la victoria, aunque sea breve y pasajera, y más dichosos serán aquellos, que incapaces ya de blandir la espada, puedan gritar al mundo, yo me atreví y luche, mientras que vosotros, todos vosotros, ni siquiera tuvisteis ese pensamiento.

La derrota es inevitable, sin embargo, se luche, se venza, se pierda, el fracaso siempre llega, tarde o temprano. Es entonces cuando aparece el lado amor, de la ecuación amor/guerra en este mundo Tardorenacentista. Una faceta que poco tiene que ver con el amor/pop de nuestra cultura, representado en los días de San Valentin y los regalos del corte inglés.

El amor en Monteverdi no es compañía, es soledad.

Una soledad que se sabe eterna, acompañada únicamente por el recuerdo de todo lo que se ha perdido y que nunca podrá ya recuperarse, y mucho menos, gozarse, sino es en los pálidos reflejos de la memoria.

La certeza de que la muerte está próxima. Peor. Que la muerte aún está muy lejana que tardará en llegar, y que en ese camino hasta el sepulcro, solo caminará a nuestro lado nuestra pena, que sólo nosotros escucharemos nuestros suspiros, que aunque los escuchase nuestro amado no supondrían nada para él, sólo servirían para enojarle aún más.

Palabras que desde nuestro falso romanticismo, actual, son solo letras vanas que nada representan, pero que la música de Monteverdi recorre y transmuta en todos los sentimientos imaginables e imaginados, atreviéndose a cambiarlos, con las misma fugacidad que lo hacen para aquel que ama, a mitad de un mismo verso, en medio de una misma palabra.

lunes, 27 de febrero de 2006

YKK is dead

Casi desconocido, el que fuera uno de los mejores mangas que se hayan publicado ha concluido este sábado, 25/02/2006.

Puede sonar exagerado, pero para describir lo que siento ahora, no puedo utilizar otras expresiones que no sean dolor o desgarro. Me había acostumbrado a esperar todos los meses un capítulo de esta serie, apenas quince páginas donde nunca pasaba nada, pero que me emocionaban profundamente.

Y ahora ha terminado, sin concluir, sin responder a ninguno de los enigmas que había planteado, sin ofrecer respuestas válidas, sin llevar a ningún sitio.

Como lo hace la vida.


Nota: para el lector curioso ykk.misago.org + www.cafealpha.org

jueves, 23 de febrero de 2006

In the heart of darkness (y I)



Hace unos meses, en las salas de exposiciones del Cuartel del Conde Duque, estaba abierta una magnífica exposición de arte Africano, Américano y de Oceanía, antes de la llegada y colonización Europea. Magnífica exposición, tanto por el número de piezas, como por su calidad, importancia y representación, especialmente si se tiene en cuenta que, debido a que nuestro imperio se desvaneció a principios del siglo XIX, nuestros museos apenas cuentan con piezas de aquellas mundos y aquellas épocas.

Y entre todos los objetos expuestos, estaba uno muy parecido a la imagen que abre estas divagaciónes.

Algo que, por su realismo y su naturalidad pudiera haber salido de un taller europeo. Algo que aún hoy, tras un siglo de abstracción, aún seguimos viendo, estimando y reconociendo como el auténtico y verdadero arte, aquel que nos ofrece objetos reconocibles, objetos a los que podemos atribuir un significado, objetos que podemos descifrar y, aparentemente, entender y aprehender.

Sin embargo, lo importante no estaba en la coincidencia o en imaginar influencias inexistentes. A lo largo de la larguísima historia del arte mundial, de vez en cuando, los caminos de las diferentes tradiciones se aproximado y alcanzado logros casi indistinguibles los unos de los otros.

No. Lo importante se revelaba simplemente con apartar la vista y contemplar los objetos Africanos, Americanos y de Oceanía que rodeaban a esta pieza.

Ninguno era realista. Ninguno se propionía una representación veraz de las apariencias de las naturales. En todos, la forma de origen, la del ser humano, había sido deformada y distorsionada, hasta, en algunos casos llegar a la pura abstracción.

La pura abstracción. Tan cercano al arte del siglo XX, pero al mismo tiempo tan lejano, puesto que ante todo, este arte es un arte utilitario, un arte creado para ser utilizado en ceremonias y rituales, un arte para ser mostrado y compartido, un arte que, en principio, puede ser creado por cualquier miembro de la comunidad y disfrutado por cualquier miembro de la comunidad, no un producto de las elites para las elites.

Pero tampoco es eso lo importante. Decir esto no es más que resaltar lo obvio, proclamar el tópico.

Lo importante es otra cosa muy distinta. El hecho de que, entre todas esas respuestas culturales, creadas por personas muy distintas, en puntos opuestos del globo, en tradiciones completamente opuestas, en edades tan lejanas que nunca pudieron comunicarse, sólo una de ellas eligió el realismo.

Que el realismo, la representación racional y detallada de lo que nos rodea, no es más que una excepción en la historia humana.

Que nosotros, por tanto, no somos más que una excepción.

Prescindibles. Olvidables.

miércoles, 22 de febrero de 2006

La mula Barak

Acenso del profeta a los cielos
Folio f.195 del Nizam Khamza conservado en la British Library, pintado en Tabriz, Irán, entre 1539-1543

Representaciones.

Arte.

Tabús.

Prohibiciones.

Retos.

Blasfemias.

Ultrajes.

Represalías.

Resistencias.

Rebeliones.

Destrucción.

Odio.

Libertad.

Fanatismo.

Racismo.

Terrorismo.

Imperialismo.



Todo estaba hecho ya, no obstante, de la forma más bella posible, por los mismos creyentes, sin que nadie se ofendiese o escandalizase.

Y sin embargo nadie se ha molestado en recordarlo.


martes, 21 de febrero de 2006

Le bonheur (y 2)

Sal a buscar la felicidad y no vuelvas sin ella.

En los años 30, en la extinta URSS, Alexander Medvekine filmó La felicidad. Como todas las películas de aquel entonces, como La línea general o El prado de Bezhin de Eisenstein o La Tierra de Dovjenko, se trataba de demostrar al público interno y externo el triunfo de la experiencia colectivizadora del agro soviético... aunque éste en realidad fuera un inmenso fracaso, peor que un fracaso, un experimento estúpido que terminó en la muerte de millones de personas, bien por hambre o por asesinato.

Sería interesante analizar hasta que punto los directores de estas obras eran conscientes del desajuste entre lo que rodaban y lo que estaba pasando. Basta decir que, aún siendo Bolcheviques convencidos y buscando la victoria de esos ideales, su obra se hizo sospechosa ante las altas esferas, teniendo que ser cortada, remontada, en algunos casos prohibida y sus autores puestos en sospecha ideológica.

Así ocurrió en parte con La felicidad. Porque esa descripción de la colectivización, no se hizo con las armas del realismo, sino con las del humor, el absurdo y los cuentos tradicionales.

Y no hay nada que odien más los censores que la ambigüedad en las imágenes, por mucho que se proteste inocencia e ingenuidad.

Porque saben que lo ambiguo tanto se puede interpetar de una manera como de la contraria.

¿Qué puedo hacer? No puedo volver al pasado ni acostumbrarme al presente.

Sólo esta frase bastaba para condenar a la película, puesto que el héroe, el hombre que había sido oprimido y explotado por el zarismo, no encontraba su lugar en el mundo nuevo que se estaba creando para él.

Mucho peor. Puesto que no encontraba ni las fuerzas, ni la razón para unirse y participar en ese mundo. Tanto había sufrido cuando estaban los otros, tanto había sido humillado, tanto había obedecido, que ahora, cuando supuestamente era libre, cuando era él y los suyos quienes aparentemente estaban al mando, no podía creerlo.

No podía convencerse de que así era, no podía forzarse a actuar en consecuencia. Sólo podía hacer lo que siempre había había hecho. Sentarse en un rincón, sólo, sin confiar ni contar con nadie. Resistiéndose con su pasividad, con el propio peso de su cuerpo inerte, que sabía demasiado bien, que tanto con unos como con los otros, seguiría sufriendo, seguiría siendo humillado, seguiría teniendo que obedecer aunque fuera a palos o oblidado por las bayonetas desnudas.

Eso, obviamente, no podía ser. Eso, obviamente, no podía ser tolerado por las autoridades.

La presencia del descreído, lo saben muy bien todos los teólogos, anula la existencia de Dios. Sólo hay una salida para el creyente, al que el miedo le hace ser fanático. Eliminar a aquél que no cree. Exterminar a aquel que se resiste. Mostrar su castigo como ejemplo y escarmiento a todos los que puedan pensar, alguna vez, en no colaborar.

Así de este modo, se empezo castigando a los que habían oprimido y humillado. Y cuando se hubo acabado con ellos, con todos los desilusionados y desengañados, que sólo querían que les dejasen en paz. Y cuando no quedaron ya de estos, con los que no mostraban entusiasmo y adoración ante los logros y victorías proclamados desde las alturas, y cuando estos también fueron eliminados, se cargó con todos aquellos que no mostraban el entusiasmo suficiente, tal y como lo prescribían las autoridades.

Hasta que todo el mundo se aconstumbro a mentir y a fingir. Hasta que el edifició. aquél que debería contener el paraíso, se convirtió en una cáscara hueca y huera, que se habría de derrumbarse sin hacer ningún ruido.


¿Qué es la felicidad?

Así comienza la película. Ésa es la pregunta que se nos hace.

Y casi inmediatamente se nos da la respuesta.

La felicidad es que los pasteles te entren en la boca y no tengas ni que masticarlos.

La felicidad es encontrarse el dinero tirado en el camino y que no haya que partirse el lomo por conseguirlo.

La felicidad es tener el estómago lleno y vestir buenos trajes, mientras miras como los que no tienen nada, se pelean por lo que tú tiras.

lunes, 20 de febrero de 2006

Ohne Eigenschaften (y 3)

Ein Mann ohne Eigenschaften sagt nicht Nein! zum Leben, er sagt Noch nicht! un spart sich auf.

Un hombre sin atributos no dice No! a la vida, dice Aún no! y ahorra sus fuerzas.



¿Cuánto tiempo se puede esperar?

Nos creemos eternos. Peor. Nos creemos inmutables.

Pensamos que el tiempo no pasa sobre nosotros. Que podemos detenernos y mantenernos al margen. Conservar nuestras fuerzas, el modo en el que somos en ese instante, para cuando llegue el instante de la llamada.

Para entonces levantarnos,acudir, trabajar, concebir, producir, triunfar, como si los días, las semanas, los meses, los años no hubieran transcurrido.

Como si no envejeciésemos.

Pero no es así. Todo esta sujeto a cambio. Todo debe cambiar, se desee o no, se quiera o no, se evite o no, se proteja o no.

De nada sirven las mayores precauciones. De nada sirven las guardias más celosas. De nada sirven los obtáculos infrnaqueables. El paño, guardado en el arcón, bajo siete llaves, acabará apolillándose, convirtiéndose en polvo entre las paredes que lo custodían, deshaciéndose al levantarlo para sacarlo, mucho tiempo después.

Cada cosa tiene su tiempo. Cada época tiene su afán. Quienes no aprovechan en el instante, quienes no hacen lo que deben hacer en el momento preciso, se engañan a sí mismos.

Llegará el día soñado, llegará la hora que marcará el fin de la espera, y el objeto anhelado se presentará antes ellos, deseoso del contacto, sin obstáculos que impidan aproximarse, sin enemigos que puedan arrebatarlo, sin cástigos que hagan temerlo.

Llegará el día soñado, la hora querida y encontrarán que no tienen fuerzas para gozar, que el coraje y el vigor de la juventud se han perdido. Descubirán, con dolor desgarrador, que sus mentes, sus corazones, ya no son capaces de sentir con la misma intensidad, que su atención es incapaz de fijarse en lo que tienen delante, por mucho que lo quieran, que su inteligencia se ha embotado, que su agilidad se ha perdido, que su luz se ha apagado.

Eso los afortunados.

Porque los desgraciados, cuando vean el objeto amado ante sí, se encogerán de hombros y se darán media vuelta, vacíos, incapaces de sentir y de emocionarse.

Porque la espera sólo habrá servido para darse cuenta de que ya no quieren aquello.

Porque si aún fueran jóvenes, tendrían el valor y el coraje de mentirse, de aceptarlo y vivirlo, porque las mentiras que se viven con pasión y entusiasmo, acaban por transformarse en verdades.

Pero ya no lo son y cuando mirar a su juventud, esa juventud cuyos recuerdos se desvanecen rápidamente, no son capaces de determinar si, el día en que dijeron ¡Sí, lo quiero!, eran sinceros.

Ya no podrán saberlo. Las pruebas había que haberlas aportado aquel día lejano, atrapando al vuelo la ocasión, devorándola, consumiéndola, como si la vida fuera a acabar al día siguiente

Pero ahora son demasiado viejos, demasiado desconfiados, demásiado responsables, demasiado pruedentes.

Demasiado sabios.

sábado, 18 de febrero de 2006

Le bohneur (y 1)

...yes, I know the word that would come to many to describe men like you (Medvedkine), Tolchan, Vertov....
















...Dinosaurs....


...but look what happened to dinosaurs...







...kids love them...


Chris Marker, hablando del cine soviético de los años 20, en su documental La tumba de Alejandro.

viernes, 17 de febrero de 2006

Ohne Eigenschaften (y 2)

Während er sich in der kleinen und närrischen Tätigkeit, die er übernommen hatte, hin und her bewegen liess, sprach, gerne zuviel sprach, mit der verzweifelte Beharrlichkeit eines Fischers lebte, die seine Netzte in einen leeren Fluss senkt, indes er nichts tat, was der Person entsprach, die er immerhin bedeutete, und es mit Absicht nicht tat, er wartete. Er wartete hinter seiner Person, sofern dieses Wort den von der Welt un Lebenslauf geformten Teil eines Menschen bezeichnet, und seine rühig, dahinter abgedämmte Verzweiflung stieg mit jedem Tag höher. Er befand sich in dem schlimsten Notstand seines Lebens un verachtete sich für sein Unterlässungen. Sind grösse Prüfungen das Vorrecht grosser Naturen? Er würde gerne daran geglaubt haben, aber es ist nicht richtig, denn auch simplesten nerviosen Naturen haben ihre Krisen

Mientras se dejaba llevar, aquí y allí por la pequeña y enloquecida actividad que había tomado a su cargo, hablaba, hablaba demasiado, vivía con la desesperada testarudez de un pescador que arroja sus redes en un río vacío, mientras no hacía nada de lo que corresponde a esa persona, se mostraba así, y no lo hacía con intención, esperaba. Esperaba tras de sí mismo, en la medida en que esa palabra singulariza la forma, creada por el mundo y la vida, de un hombre, y su desesperación, tranquila y como de ocaso, aumentaba con cada día. Se encontraba en la peor situación de su vida y se despreciaba por su inactividad. ¿No son las grandes pruebas la señal de las grandes naturalezas? Con gusto lo hubiera creído así, pero no era correcto, puesto que también las personalidades nerviosas más simples tienen sus crisis.

Ascender por una escalera que nunca termina.

Así imaginamos la vida, bebe, niño, escolar, adolescente, estudiante, joven, universitario, hombre, trabajador... siempre hacia adelante, siempre hacia arriba, mejorando, desarrollándose, quemando y consumiendo etapas, cada vez más rápido, para llegar cuanto antes a la siguiente fase, para conseguir lo propio de cada edad, en esa misma edad y no otra, para que nadie pueda de decir de uno que no estuvo allí, que no hizo lo que debía hacer, que no disfrutó de lo que debía disfrutar, que no obtuvo lo que debía obtener.

Detenerse no está permitido. Sentarse sobre los escalones supone admitir la derrota, supone ser derrotado, sin necesidad de que se entable un combate, sin precisar lucha o violencia. Pronto, aquellos que son tus semejantes, aquellos que pertenecen a tu misma generación, aquellos con los que compartes recuerdos, experiencias, afinidades, vida, biografía, historia, te habrán dejado atrás, te habrán perdido de vista, te habrán olvidado.

Los que vienen detrás no te reconocerán, no les reconoceras tampoco tú a ellos. Nada hay en común entre ellos y tú, nada os une, nada os emparenta. No eres más que un estorbo en el camino, algo que habría que echar a un lado cuanto antes, para no impedir la subida, la carrera, más la estampida de los demás, de todos los que huyen de los que les siguen, para evitar ser arrollados y aplastados por ellos.

No queda otro remedio que ponerse en camino, seguir ascendiendo. Cueste lo que cueste, aunque las piernas se doblen por el esfuerzo, aunque el cansancio nuble la mente y espante los pensamientos, aunque el dolor ya no abandone el cuerpo e impida sentir otra cosa que no sea ese mismo dolor, aunque esté justo a tu lado, en estrecho contacto con tu piel.

Es mejor así. Continuar sin darse cuenta de nada. Porque el que mire hacia abajo verá que todos los escalones son iguales, que nada permite distinguir uno de otro. Que llegue a donde llegue el resultado va a ser el mismo. Que no hay ningún sentido en seguir ascendiendo, marchando, viviendo

Y cuando esa idea entra en la cabeza, ya no hay nada que pueda expulsarla.

Ni siquiera la consciencia, la certeza de que pensar así y actuar en consecuencia lleva a la muerte.

O a algo aún mucho peor, que esa filosofía equivale a ser un muerto en vida, alguien que ha perdido todo lo que le identificaba y representaba, todo lo que le hacía reconocible, importante y necesario ante los demás.

Todo lo que hacía de él un individuo, todo lo que le permitía vivir.


miércoles, 15 de febrero de 2006

Ohne Eigenschaften (y 1)

"Ist Ihnen noch nicht eingefallen" sagte er (Ulrich) "dass heutzutage merkwürdig viel Menschen auf der Strasse mit sich selbst reden?
Tuzzi zucket gleichgültig die Achseln.
"Etwas stimmt mit ihnen nicht. Sie können offenbar ihre Erlebnise nich ganz erleben oder in sich einleben und müssen Reste davon abgeben. Und so, denke ich, entsteht auch ein übertriebenes Bedürfnis, zu schreiben"

"¿No se le ha ocurrido aún" - dijo (Ulrich) - "que es notable cuantas personas actualmente van por la calle hablando consigo mismas?"
Tuzzi se encogió de hombros, indiferente.
"Algo no está bien en ellos. Esta claro que no pueden experimentar completamente sus vivencias o disfrutarlas en su interior y se ven obligados también a renunciar al resto. Y de eso mismo, creo yo, proviene una exagerada necesidad de escribir. "

En círculos.

Algunos escritores, cuando redactan su obra, tiene perfectamente claro que quieren ir de A a B. Da igual el número de páginas que les lleve, 10, 100 o 1000, de igual el número de tramas secundarias que acumulen, el número de disgresiones en que se pierda. Todo, hasta los elementos más ínfimos, está orientado y preparado a llevar al lector de A a B, quiera o no.

Escritores, en definitiva, que a pesar de toda su riqueza lingüistica e idológica, no dejan de ser propagandistas de una tesis. Personas convencidas ya de antemano, que sólo buscan convencer a los demás, y a los que los argumentos contrarios, por muy demoledores que sean, sólo servíran para confirmarles en su creencias.

Para mantenerles en su ceguera, en definitiva.

Robert Musil, en Der Mann ohne Eigenschaften, no es de estos escritores. Cuando se lee su novela, cuando se llevan ya cientos y cientos de páginas de su prosa en el cerebro, empieza a darse uno cuenta de que no existe el B, de que la novela puede haber partido de un A, de un lugar y unas circunstancias determinadas y precisas, pero que se está dirigiendo a ninguna parte, que no sigue, como otras, un camino prefijado que se abandona, de vez en cuando, para hacer alguna que otra excursión, tras la cual volver al camino abandonado, sino que vaga en círculos alrededor del punto de partida, acercándose y alejandose de él, pero sin perderlo de vista, como polilla que revolotea alrededor del foco que la ha atraído.

Este vagar y revagar, este moverse en círculos alrededor del mismo punto, revisándolos, revisitándolos una y otra, lo que en otro sería una confesión de impotencia y de falta de ideas, en Musil, muy al contrario, es una muestra de su genialidad, aunque él odiaría ver esa palabra aplicada a su obra.

Porque lo Musil consigue es un algo casi imposible, el crear la ilusión de que el lector y el autor están descubriendo al mismo tiempo el mundo que se describe en la novela.

Todo aficionado a los libros conoce ese placer que sólo ellos pueden dar, el adentrarse en el pensamiento de otra persona, descubrir un punto de vista extraño al nuestro, sorprenderse al toparse con opiniones que no habíamos sospechado, pero pocas veces se encuentra con un autor que es capaz de hacernos creer que él también se está sorprendiendo, dudando, vacilando, en ese mismo momento. Alguién que, como el lector, se enfrenta a un mundo que no conoce, y tiene que adelantar hipótesis provisionales, pergeñar teorías que le permitan dar un sentido a lo que están viendo en ese instante, explicaciones que pueden ser correctas o falsas, a la espera de nuevos hechos que vengan a confirmarlas o a refutarlas.

Pocas novelas hay, por tanto, donde como en ésta se sienta que lector y autor habitan el mismo plano, que comparten, como observadores de la realidad, las mismas dudas y debilidades. Pocas historias hay donde narrador y espectador caminen en círculos alrededor de un mundo en perpetuo cambio y transformación, que convierte, por ese mismo cambio y transformación perpetuas, en hueros y vacíos todos los esfuerzos por sistematizarlo y regularlo.

Pocos autores hay que tengan la sinceridad, el coraje y la técnica como para conseguir transmitir este efecto, esta sensación que experimentamos todos los días pero que no queremos, no nos atrevemos a confesarnos.

La certeza de que el control, el dominio que creemos tener sobre nuestras vidas no es más que una ilusión que toleramos porque nos permite continuar viviendo.

La certeza de que no somos más que polillas volando en círculos alrededor de una lámpara. Polillas que creen volar en línea recta guiadas por la luz del sol.

martes, 14 de febrero de 2006

Reading Dickinson (y 2)

They put Us far Apart -
As separate as the Sea
and Her unsown Peninsula -
We signified "These see" -

They took away our eyes -
They Thwarted Us with Guns -
"I see Thee" - each responded straight
Through Telegraphic Signs.

With Dungeons - They devised -
But through their thickest skill -
And their opaquest Adamant -
Our Souls saw - just as well -

They summoned Us to die -
With sweet alacrity
We stood Upon our stapled feet -
Condemmned - but just to see -

Permission to recant -
Permission to forget -
We turned our backs upon the Sun
For Perjury of that -

Not Either - noticed Death -
Of Paradise - aware -
Each Other's Face - was all the Disc -
Each Other's setting - saw



Vivimos en la época de la publicidad. De un artista no importa lo que escriba, pinte, esculpa o componga, lo que interesa es lo que hay detrás de su obra, lo que la inspiró y motivó. Ni siquiera eso, lo único que atrae al público es la imagen que el artista proyecta al mundo.

Porque vivimos en la época del marketing, un tiempo en que la creación artística no puede concebirse sin el público al que va destinada. Cada creador debe orientarse a un segmento de población, una estrecha cajita de preferencias, afinidades y creencias para la cual crea, concibe y manufactura.... para la cual él mismo se crea, concibe y manufactura.

Así, tenemos artistas jóvenes, que hablan de la juventud, que muestran una imagen de juventud y que, en apariencia, sólo pueden ser entendidos por los jóvenes. De la misma manera, hay artistas homosexuales, que hacen propaganda de la homosexualidad y sólo pueden entender los homosexuales. O por continuar una lista infinita, artistas progresistas, artistas rebeldes, artistas tradicionales, artistas clasicos, artistas cristianos, artistas multiculturales, artistas musulmanes, artistas marineros, artistas montañeros, artistas submarinistas, artistas espeleólogos, artistas tuertos, artistas cojos, artistas mancos, artistas zurdos, así hasta el infinito

Todos con una etiqueta, pesada como rueda de molino, colgada al cuello, intentando distinguirse los unos de los otros, aunque sea imposible decir quién es quién, dándose codazos por conseguir entrar en el foco de luz, aunque sólo sea un instante, para hablar a los suyos, para hablar de los suyos, para que los suyos hablen de ellos.

En medio de toda esta confusión, ningún artista que hable, o que siquiera pretenda hablar, de los seres humanos. Ninguna voz que se dirija a todos.

En medio de esta confusiuón, ¿quien podría entender a Emily Dickinson? Alguien que se aparta del mundo, alguien que rehuye todo lo que a los demás les parece primordial, imprescindible, irrenunciable. Alguien que oculta su vida tras un velo de secreto, espeso e imprenetable, apenas visible a retazos en sus versos, y estos mismos nunca destinados a la publicación, sino escondidos y acumulados año tras año, a expensas de cualquier accidente que los hiciera desaparecer, amenazados por la muerte de su creador, porque alguien considerase esas hojas manuscritas como los garabatos de una persona alienada y frustada, las divagaciones de un anormal y las consignase al fuego, para no avergonzarse ni manchar su memoria.

Porque... ¿Qué experiencia de la vida puede tener quien se ha negado a vivirla? ¿Qué conocimiento del amor aquél que nunca lo ha disfrutado? ¿Qué visión de la amistad, el cariño y la compañía, aquél que siempre ha vivido solo?

Y sin embargo, con una única ilustre excepción, cuando todas las voces de sus contemporáneos se han acallado y enmudecido, cuando verso tras verso, poema tras poema de aquella época suenan a hueco a falso y a vacío, la voz de Emily se torna cada día más sonora y poderosa, la de alguien, como dije antes, que siempre estará contigo, la de alguién que se convierte en breviario de tu propía vida, en consuelo de tu soledad.


Y piensas... llegará un día en que nuestros conflictos, los que nos llevan al enfrentamiento, a la lucha, a la destrucción y la guerra se hayan desvanecido. Un tiempo en el que sólo sirvan para aburrir a los niños en la escuelas.

Quizás en ese día, el nombre que nos represente ante el futuro, sea el de un desconocido absoluto.

Algún solitario como Emily para sus contemporáneos

lunes, 13 de febrero de 2006

Morir en vida

La semana pasada se inauguró en Madrid, en la fundación Juan March, una pequeña retrospectiva del pintor Alemán Otto Dix, bien conocido por su pintura expresionista de tiempos de entreguerras.

Sin embargo, más interesante que su obra más conocida y llamativa, bien representada en esta exposición, es el Dix después de Dix que se nos descubre en las últimas salas.

Porque de todos es conocido que Adolf Hitler no era otra cosa que un artista fracasado, alguien que intentó entrar en las academías de arte de la viena de 1900, y que fue rechazado una y otra, no por revolucionario, vanguardista, incómodo o inclasificable, sino simplemente por ser malo, un pintor de postales baratas que no daba el nivel exigido.

Ese fracaso, ese odio por todo arte que no se pareciese a sus gustos provincianos y transnochados, se convirtió en la política oficial del tercer Reich. De ahí saldría la idea de la famosa, por infame, exposición entartete Kunst (arte degenerado) donde las obras de la vanguardia se exponían acompañadas con comentarios insultantes y degradantes.

Pintores como Emil Nolde, cuyas simpatías nazis eran notorias, pero que habían formado parte de la vangüardia desde primeros de siglo, se llevaron la sorpresa de encontrar que la pintura de sus colegas era prohibida y censurada, y de que su misma obra era puesta en cuarentena a menos que cambiasen de estilo y abrazasen el credo artísitca predicado por el Führer, aquél que como era bien sabido, jamás podía equivocarse y debía ser obedecido sin titubeos.

Muchos, como Grosz y Ernst, abandonaron Alemania, otros como Dix, permanecieron en ella. Los que se fueron pudieron seguir pintando en su estilo, seguir evolucionando, sin otro temor que equivocarse en su camino. Los que se quedaron, por el contrario, a menos que su fe ideólogica les llevará a convertirse a la nueva fe y transformarse, como todos los conversos, en fanáticos peores que los viejos creyentes, tuvieron que negarse a sí mismos, fingirse y mentirse, para seguir viviviendo, para seguir pintando, aguardando que un día llegase el momento de la liberación, la ocasión de la libertad.

¿Cuánto tiempo se puede vivir así? Durante años, Dix había pintado la vida urbana en toda su variedad, sin ocultar nada de su fealdad y sus miserias. Durante años, Dix había criticado violentamente a todos aquellos que habían conducido Alemania a una guerra y la habían abocado a la derrota. Durante años, había clamado por la vida frente a la muerte, por el paraíso frente al infierno.

Pero ahora, quienes governaban sólo amaban la guerra, la muerte y la destrucción... y a Dix sólo le quedó el pintar paísajes, el único tema donde sus aspiraciones anteriores no podrían manifestarse y traicionarse, el único tema ideológicamente inocente, donde su pasado y su figura no atraerían la atención de los inquisidores.

Doce años duró aquel exilio, ese vagar por el desierto. Doce años de continuar pintando, de aguantar día tras día sin tirar el pincel, sólo por demostrar que se seguía siendo un pintor, que aún podía mezclar los colores y trazar un perfil, que aún seguía vivo.

Doce años que acabaron con la derrota del nazismo, pero que se llevaron consigo todo lo que Dix había sido, porque los cuadros de después del 45, no son más que pálidos reflejos de lo pintado antes del 33, la obra de alguien que ya no cree en la pintura, de alguien que ya no es capaz de expresarse con los pintores, de alguién que no tiene ni las fuerzas ni la razón para hacerlo.

La obra de un muerto en vida, en definitiva.