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viernes, 27 de mayo de 2005

En el valle del Nilo (y 2)

Cada año, hordas de turistas invaden Egipto, pero ¿Qué país es el que ven?

Se les encierra en los cruceros, los cuales marchan en fila, uno tras otros, una armada del placer, a lo largo del cauce, parándose todos buques a la misma hora y en el mismo sitio, para ocupar uno de los templos que jalona la ruta, y atronar su espacio con el estruendo de las voces, apestarlo con el hedor de los cuerpos.

Ése es todo el Egipto que ven, el de las visitas programadas y apresuradas, el casi tampoco ven, abrumados por el calor, aplastado por el sol, confundidos por la ignorancia de los guías. Excepto esos momentos, siguien viviendo en el país del que partieron, no en Egipto.

El crucero es una cárcel, de la cual está prohibido salir, incluso cuando se atraca, porque fuera espera el peligro, porque fuera no hay nada excepto calles polvorientas, casas a punto de derrumbarse, gentes incultas y miserables. Los hoteles también son prisiones, separadas por altos muros, dotadas de todas las comodidades, piscina, amplias habitaciones, abundante comida, aire acondicionado que son normales en los países de origen, pero desconocidas para los naturales.

Encerrados allí dentro, viendo, sin ver, sólo un país que hace mucho que desapareción, fascinados por el paísajes, pero olvidando a los que habitan en él, similares a sus ojos a los insectos, invisibles a menos que molesten, el turista nunca llega a emprender su viajes, la música que escucha es la misma que en su país, las lenguas familiares, la comida conocida y sabrosa, las diversiones las esperadas, el exotismo, el de la fiesta de disfraces, su información, la filtrada oficialmente.

Volverá a su patria, con una sonrisa en la boca. Optimista, seguro del futuro. El mundo es un remanso de paz, no hay tensiones entre las diferentes culturas, todas son iguales, la misma.

Idénticas a la mía, a mi terruño, la única que conozco, la única que me preocupo en conocer.

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