Meikyu Monogatari (Laberinto de historias, 1987), también conocida como Manie Manie o Neotokyo, es otra de esas anomalías dentro del anime a las que me refería en la entrada anterior. Se trata de un mediometraje, a diferencia de Memories (Recuerdos, 1995, Koji Morimoto, Tensai Okamuracon, Katsuhiro Otom), pero ambos comparten unos mismos parámetros narrativos y estéticos: compilación de cortos firmados por grandes nombres del anime, cada uno de ellos al nivel de obra maestra; audacias narrativas y visuales en las que lo surreal y lo críptico juegan un papel protagonista; animación de insuperable calidad técnica, incluso para la potencia de cálculo de los ordenadores actuales; giro decidido hacia los terrenos de la vanguardia y la experimentación, con una clara conexión con el cómic de autor occidental coetáneo.
Unos rasgos distintivos que los aficionados de entonces considerábamos, equivocadamente, como característicos del anime, pero que en realidad señas de estilo de una época muy determinada, ya pasada por completo: la que correspondería al periodo 1980-2010. En ese sentido, Manie Manie es una muestra señera de los repetidos intentos por conducir al anime a nuevos territorios y como tal ha quedado en la memoria de los aficionados. No por su mero carácter de excepción con respecto a las producciones comerciales de entonces y ahora, sino por contener dos cortos que son auténticas obras maestras, narrativa y formalmente, aunque el tercero no quedaba muy a la zaga.
Labyrinth/Labyrinthos, esta dirigido por uno de los grandes autores de la historia del anime, Rintaro, cuya obra se caracteriza por su intento constante de ir más allá del nivel de la época, un objetivo que es patente incluso en sus producciones más comerciales. En este caso, renuncia a todo tipo de historia, embarcando a los espectadores en un viaje surreal protagonizado por una niña y su gato, en cuyo transcurso irán apareciendo diferentes pesadillas de la cultura japonesa de su época. No encarnados en los consabidos Yokais, sino como trasunto de los muchos hechos históricos incómodos que el Japón de la época Showa se había esforzado por olvidar. Todo ello con una animación de una riqueza y expresividad pocas veces vista en el anime -e incluso en la animación occidental - donde casi cada plano tiene carácter y sentido propio.
Running Man, de Yoshiaki Kawajiri, es el más occidental de todos, casi indistinguible de las historias que un lector de cómics de los ochenta hubiera podido encontrar en uan revista semanal de prestigio. Esto explica su fortuna en occidente, dónde era fácil encontrárselo en las emisiones nocturnas de los años noventa, pero no quiere decir que sea de menor categoría que Labyrinth/Labyrinthos: con un uso minimalista de sus recursos, apenas las distorsiones faciales de su protagonista, consigue narrar, con precisión e intensidad insuperable, cómo un piloto de carreras va perdiendo la razón hasta autodestruirse. Aún hoy, la forma en que desarrolla y plasma esa carrera hacia el abismo es estremecedor, como corresponde a una plasmación perfecta de nuestros temores más ocultos.
Construction Cancellation Order es el más flojo de los tres, lo que no quiere decir que sea menor. Por separado sería excelente, pero por desgracia palidece un poco comparado con la brillantez de los dos anteriores. Escrito y dirigido por Katsuhiro Otomo, remota un tema habituales en este autor: su desconfianza por la sociedad moderna, basada en una creencia sin fisuras en la ciencia y la tecnología, pero que al final se muestran impotente para evitar su derrumbe. En este caso, al narrar cómo el empleado de una gran empresa, enviado para detener la construcción de una ciudad en medio de la jungla, encuentra que esas operaciones han adquirido un lógica propia, absurda e imparable, contraria a lo que los diseñadores habían planeado: los robots al cargo han decidido seguir con la obra por su cuenta, sin atenerse a ningún plan, al tiempo que desobedecen cualquier orden en contra que les llegue de fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario