A lo largo de esta serie de entradas, habrán podido observar como las historias de Wong Kar-Wai se mueven dentro de una extraña contradicción: la originada de mezclar la crónica criminal con el melodrama. Esa aparente incompatibilidad en realidad no es tal. El gran atractivo del cine negro, por ejemplo, se basaba precisamente en aunar esos dos elementos tan separados, así como por la presencia de un fatalismo existencial al que Kar-Wai no es ajeno. En los films de este director, los personajes al margen de la ley acaban siendo desgarrados por la dinámica en la que viven, al tiempo que los enamorados suelen separarse para no volverse a encontrar o, en todo caso, sus historias quedan inconclusas. Se hurta a los espectadores el conocimiento de si su búsqueda tuvo éxito o fue infructuosa.
No obstante, a medida que avanzaba su filmografía, los aspectos románticos tenían cada vez más preeminencia. De hecho, en Happy Together (1997) los aspectos criminales desaparecen por completo, para centrarse sin distracciones en la relación destructiva entre dos amantes, atrapados en una montaña rusa de agrias separaciones y fugaces reconciliaciones. Obra que presenta dos características poco frecuentes, al menos en el tiempo de su estreno: transcurrir en un país extranjero para los amantes, donde ambos han quedado atrapados, sobreviviendo con trabajos precarios -o directamente, rayanos en la ilegalidad-, junto con el hecho de que se trata de una pareja de homosexuales. Si no me falla la memoria, Happy Together es de las primeras películas en describir una relación homosexual con el mismo respeto que una heterosexual. La historia podría funcionar igual de bien si los amantes fueran del mismo sexo, lo que ayuda/ayudaba a que el público se identificase con ellos, olvidándose de que eran del mismo género.
Una relación, ademas, en la que no queda claro quien tiene la culpa de su fracaso -o de su continuación más allá de lo humanamente posible-. Como es habitual en su obra, Kar-Wai adopta el punto de vista de uno de los personajes, pero al tiempo nos muestra situaciones, momentos, que éste es imposible que haya presenciado, mucho menos llegado a conocer, y que contradicen sus conclusiones. Con esa manera, si al principio nuestras simpatías están del lado del narrador, al final de la película se han invertido. Quizás el culpable del desastre no sea quien pensábamos, sino quien se presentaba como inocente, pero al que hemos visto cometer bajezas imperdonables. Una conclusión que no es segura, sólo intuida, como nos ocurre a nosotros mismos a lo largo de nuestra vida, ya que Kar-Wai nos muestra situaciones aisladas, desconectadas, que pueden bien pueden unirse de una manera, bien de la contraria.
Ambigüedad, indefinición, que no se extiende al estilo usado por Wong Kar-Wai, preciso y riguroso. Una y otra vez, el director hongkones consigue plasmar en imágenes lo que los personajes sienten, incluso lo que aún desconocen. Por ejemplo, casi al principio de la película, Kar-Wai nos muestra con toda claridad el abismo que separa a ambos amantes tras una sonada riña y la subsiguiente ruptura. En primer lugar, con un encuentro casual donde el montaje rápido, los encuadres cortados de los rostros de ambos o los travelling apresurados, fugaces, sin detenerse en ninguno de ellos, señalan como no quieren reconocerse -o no quieren mostrarlo ante terceros- y el dolor que esa indiferencia les produce. Un momento más tarde -el mostrado en las capturas que abren esta entrada-, la salida de uno de ellos al exterior, en busca del otro, coincide con el instante en que éste último se marcha en coche. Nueva separación, dolorosa y cruel para ambos, subrayada porque está rodada desde el coche que se va y cuando el ocupante vuelve la vista -suponemos que para contemplar a su amante - éste se ha convertido ya en una mancha borrosa.
Hallazgos que no son casuales, tampoco ideas felices aisladas, sino que constituyen las dovelas con las que Kar-Wai construye su bóveda narrativa. A base de imágenes que se aluden las unas a las otras y van guiando nuestro pensamiento, descubriendo lo que los personajes no nos cuentan, ni se atreven a confesarse. Otro ejemplo es como el plano de uno de los amantes en su piso es montado con uno del piso vacío, utilizando el mismo encuadre e iluminación, del que sólo falta un elemento, seguido por un tercero del otro amante de camino al hogar, en el autobús. Se anticipa así el dolor que va a sentir al llegar, tan abrumador que, cuando sucede, provoca que su imagen se desenfoque. Como pueden ver, recursos muy sencillos, a veces tan sutiles que pueden escapar a la consciencia del espectador, pero que son enhebradas con la mano segura de un maestro.
De los que sólo se me escapa el significado de uno: la alternancia entre el color y el blanco y negro. En principio identificado con las etapas de separación y reconciliación, pero que no acaba de casar bien, ni ser del todo consistente.
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