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martes, 4 de mayo de 2021

El sentido de la maravilla

Hace unos días, les comentaba como Guskō Budori no Denki (La vida de Budori Gusuko, 2012,  Gisaburo Sugii), adaptación de la obra del mismo nombre de Kenji Miyazawa, no me acababa de convencer. Me daba la impresión de que el respeto al material original, un clásico de las letras japonesas, lastraba la adaptación, impidiendo que la película fluyese. El resultado, a pesar de la brillantez de las nuevas tecnologías de la animación, parecía estar desprovisto de vida,. resultado tanto peor cuanto algunas de sus secciones eran sentidas y conmovedoras. Pues bien, Ginga Tetsudō no Yoru (Noche en el ferrocarril galactico), del mismo director y adaptando al mismo autor, pero rodada en 1985, me ha producido el efecto contrario. Está a la altura de su fama y, me atrevería a decir, se eleva al rango de obra mayor del anime. 

¿En qué estriba la diferencia? Ambas obras son episódicas, colecciones de escenas aisladas que parecen no tener relación entre sí, meros acontecimiento aleatorios en la biografía de su protagonistas. Sin embargo, mientras que en Guskō Budori no Denki las transiciones eran abruptas, auténticas interrupciones en el andar de la película, en Ginga Tetsudō no Yoru unas escenas parecen seguir de forma natural a las otras, aun cuando no resuelven los muchos enigmas que surgen en el camino. La solución se halla en la cadencia de ambas filmes. La de 1985 adopta un ritmo deliberadamente pausado, casi contemplativo, que permite que el espectador medite sobre el sentido y finalidad de lo que está viendo.

Esa parsimonia, que podría haber matado otro tipo de película, se revela como su gran virtud, ya que consigue que la transición entre la realidad y lo maravilloso se torne verosímil. El pueblo minúsculo que habita el protagonista, encerrado en sus rutinas banales, y el ferrocarril galáctico en el que se embarga, territorio de lo sobrenatural y lo maravilloso, no parecen opuestos irreconciliables, sino caras de una misma y única realidad inseparable. Con  igual poder de fascinación, en ambos mundos y a medida que los recorremos, aparecen dispersos fragmentos de lo que parece ser un único puzzle. Alusiones desconcertantes en su aislamiento, pero que cuando se ensamblan anuncia la respuesta final que nos revelará el film.

Por descontado, muchas estas virtudes deberían estar ya en la obra original de Miyazawa, pero no es menos encomiable que la película sepa trasladarlas al campo de la imagen. Además, de modo original en una escuela, como el anime, tan dada a repetir un mismo conjunto de reglas y estereotipos estéticos. En concreto, Ginga Tetsudō no Yoru se aparta de ese estilo único haciendo referencia a los modos de la animación artística europea. Fondos, ambientaciones, estilos de dibujo, no hubieran desentonado en un corto de los que se presentaban en los festivales de la época. Sin olvidar, claro está, un gusto por el movimiento, asociada a una rara expresividad de los personajes, que no sólo es desusada en el anime, sino que incluso supera a lo que las nuevas tecnologías nos permiten hacer. En concreto, esta película de Gisaburo Sugii de 1985 está mejor animada que su obra posterior de 2012.
 
Virtudes que obran, por otra parte, otro prodigio. El contenido temático de Ginga Tetsudō no Yoru es denso y profundo, con una clara intencionalidad moral y abundantes referencias religiosas, en su mayoría de origen cristiano. Esas inclinaciones podrían haber alienado a amplios sectores del público, pero en este caso,tanto en su enfoque temático como visual, contribuyen a ahondar el sentimiento de misterio y de maravilla, de transitar paisaje sobrenatural en el cual nuestra referencias terrenales no son aplicables. Elevándola, por tanto, a ese nivel de obra maestra al que me refería al principio.
 

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