L'Universe de Jacques Demy (El universo de Jacques Demy, 1995), es el último de los homenajes que Varda dedicó a su marido, el director Jacques Demy, fallecido a principio de la década de los noventa. De todos ellos, incluyendo Les cent et une nuit (Las cien y una noches, 1993), remembranza de un cine que dejaba de ser, me parece el más equilibrado e interesante. En L'Universe de Jacques Demy, Varda realiza una semblanza de la obra de Demy, pero no en un orden cronológico, sino saltando de una película a otra, en un proceso de asociación libre. De esa manera, la directora destaca la unidad fundamental de todo el corpus creativo de su marido, entendida no por un retorno continuo a los mismos temas, sino por una visión cercana a la de un niño: descubrir a diario la maravilla del mundo, preferir el cuento a la realidad, habitar una región/refugio donde nadie más tiene acceso. Lo que no quita que algunas de esas miradas se lancen sobre realidades sórdidas y tétricas. La fantasía no tiene porque estar reñida con el desengaño.
Entre medias, se insertan meditaciones de la propia directora, contribuciones de actores y colaboradores, así como anécdotas de la vida del director -algunas ya incluidas en Jacquot de Nantes (1991). El motivo de estas digresiones es no hacernos perder de vista la persona detrás del mito, ya que Demy, en su país natal, llegó a alcanzar proporciones de auténtico fenómeno nacional, con algunas de sus películas pasando a formar parte de la memoria colectiva de varias generaciones de franceses. Un carácter, el de Demy persona y no el del personje, que, por lo que se adivina, debería estar muy cerca del de Varda: Demy debía ser de esas personas capaz de ganarse la confianza de cualquiera y de trabar amistades -y fidelidades- capaces de perdurar muchos años, cuando no décadas.
El talante de Demy durante los rodajes, por lo que vemos, debería ser opuesto por completo al de un director que se sabe genial y busca plasmar sus visiones a cualquier precio, sin consideración por nadie. Aunque de ideas muy claras, da la impresión de que Demy consideraba sus rodajes como una labor de la que todos, espectadores y actores, debían salir satisfechos, con un buen recuerdo, o al menos con una satisfacción que compensase cualquier sinsabor, amargura o rencor. Postura vital -y moral- que se nota que agradecen todos los actores y actrices que van apareciendo en L'Universe de Jacques Demy, o al menos todos los que figuran en el montaje final. Talante que, por el propio testimonio de Varda, se extendió a su vida privada, ya que la razón de que su matrimonio durase pudo ser que ambos acordaron no interferir en sus respectivas carreras. Decisión tanto más sabia cuanto que la convivencia entre artistas con visiones estéticas tan opuestas podría haber degenerado pronto en un infierno.
L'Universe de Jacques Demy es por tanto una ventana abierta al mundo de un director esencial en la cinematografía francesa, pero cuya época de gloria, salvo excepciones, se reduce a una corta década. Fuera de los sesenta, ninguna de las películas de Demy parece haber quedado en la memoria, fuera de esa maravilla que es Une Chambre en Ville (Una habitación en la ciudad, 1982). Esa decadencia -o al menos un asemejo de juicio de valor- podría haberse filtrado en la película de Varda, tornándola incompleta o desequilibrándola. Es cierto que, por razones personales, algunas obras reciben más espacio que otras, como la citada Une Chambre en Ville o Les Demoiselles de Rochefort (Las señoritas de Rochefort, 1966) , autentica institución del cine francés, pero en general, no se observa favoritismo o menosprecio.
Como el propio título de la película indica, no se trata de crear una clasificación de la obra de Demy, sino de demostrar que toda ella obedece a unas mismas reglas, que brota de un mismo mantillo biográfico y cultural. En otras palabras, que a pesar de sus evidentes diferencias, todas son la misma y única película, fragmentos dispersos de un único universo.
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