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jueves, 31 de diciembre de 2020

Nieblas y cortinas de humo (yI)

Cabe apreciar mejor la fuerza de la anterior objeción cuando se consideran los estudios recientes sobre el funcionamiento de la memoria y se cae en la cuenta de su falibilidad, los errores perceptivos y la proclividad humana al autoengaño se añaden los intensos sesgos ideológicos de las fuentes. El modelo de los criterios de autenticidad se basa en la premisa de que una parte de la tradición original sobre Jesús se conservó virtualmente intacta durante la fase oral del proceso de transmisión. Ahora bien, la investigación moderna ha mostrado que en la tradición oral no se puede contar con estabilidad. En particular, la memoria -que es más reconstructiva que reproductiva e implica por ello la imaginación- tiende a funcionar manteniendo de modo fiable los grandes rasgos de un evento o una persona, pero sin retener los pormenores: la visión general está menos sujeta a distorsión que los aspectos de detalle, que se desdibujan más fácilmente (a menudo en virtud de la interferencia de experiencias similares posteriores). Esto exige una metodología que difiera sustancialmente de la presupuesta en el enfoque criteriológico, orientado a determinar la fiabilidad de unidades aisladas.

Fernando Bermejo Rubio. La invención de Jesús de Nazaret: historia, ficción, historiografía

 En este periodo de confinamiento, sea estricto o laxo, impuesto por el COVID he leído mucho menos que de ordinario, pero quizás, en compensación, me he topado con obras que me han producido un gran impacto, tanto de literatura como de historia. Una de ellas -descubierta gracias a uno de tantos youtubers culturales- ha sido el libro de Fernando Bermejo Rubio que cito un poco más arriba. Su objetivo es descubrir quién, y qué ideología, se oculta tras la imagen del Jesús-Cristo que constituye el corazón de la fe cristiana. 

¿Quién y qué?  ¿No está acaso claro? La realidad es que sobre el posible personaje histórico de Jesús, cuya vida transcurrió en la Palestina del primer tercio del siglo I de nuestra era, se han acumulado espesos estratos ideológicos y teológicos, que lo han convertido en el Cristo de la doctrina, ocultando al ser humano por completo. La invención de Jesús de Nazaret intenta así una labor de limpieza, realizada en tres fases, metodológica, para determinar los mejores métodos del análisis; la propia analítica, examinando los textos que nos han llegado a la luz del contexto histórico e ideológico, para terminar con la crítica de la propia disciplina, tan propensa a posiciones extremas.

¿Por qué es tan difícil encontrar al Jesús histórico que se encuentra detrás de la doctrina? El principal problema se haya en los propios textos bíblicos. Puede resultar chocante esta afirmación, en especial si se ha crecido en un ambiente cristiano -mi caso en particular-, ya que la imagen popular que sobre ellos se tiene, al menos la propagada por la Iglesia, es la de una historia coherente y sin fisuras, estructurada en tres hitos principales: natividad, predicación y pasión. Sin embargo, si se examinan los Evangelios con atención se descubrirá que abundan en contradicciones e inconsistencias. En ocasiones, las versiones de diferentes evangelistas son tan divergentes que resulta imposible establecer una versión común, es decir, una mínima que contenga los datos en los que todos coincidan.

En el caso de la Natividad, por ejemplo, sólo dos evangelistas, Mateo y Lucas, relatan los hechos, pero en versiones irreconciliables por completo. En el caso de la predicación, asímismo, tres de ellos, Marcos, Mateo y Lucas, los autores de los llamados evangelios sinópticos,  suelen relatar las mismas anécdotas, pero con claras divergencias ideológicas. Marcos suele ser más projudio y antiromano, por ejemplo, mientras que Lucas es prorromano y antijudio. En lo que respecta a la pasión, las incoherencias llegan a la propia fecha de la última cena y la crucifixión. En lo sinópticos, el prendimiento tiene lugar el jueves por la tarde, el juicio ante el Sanhedrin de madrugada, el de Pilatos por la mañana del viernes, de manera que la muerte de Jesús tiene lugar a la caída de la tarde. Sin embargo, Juan adelanta toda la secuencia medio día, de forma que Jesús muerte el jueves por la tarde. ¿La razón? Hacer coincidir la muerte del salvador con el sacrificio del cordero pascual.

¿A qué se deben estas discrepancias? La razón es muy simple; los Evangelios fueron escritos mucho tiempo después de la muerte de Jesús. Si suponemos que ésta ocurrió hacia el año 30, el primer Evangelio, el de Marcos, fue escrito hacia el setenta como muy pronto, Mateo y Lucas son del ochenta -y se basan en gran parte en Marcos-, mientras que Juan es del 90. Estamos hablando, por tanto, de una horquilla de entre 40 y 60 años como mínimo, durante la que la transmisión de las noticias se debió hacer, en su mayor medida, por vía oral, aunque haya huellas de colecciones escritas de dichos, como la supuesta fuente Q. Es un tiempo más que suficiente para que cualquier hecho real -por ejemplo, una curación milagrosa- haya sido embellecido hasta convertirse en irreconocible. No por maldad o interés, sino por mero funcionamiento de la transmisión real.

¿Ocurrió esto así? Uno de los argumentos de las corrientes tradicionales -aquéllas que suponen que los evangelios son veraces y deben aceptarse sin grandes dudas- es que la propia importancia radical del material transmitido -el mensaje de una religión nueva y de su fundador carismático- debió haberse conservado con especial cuidado, sin casi modificaciones, desde los testigos directos hasta quienes lo pusieron por escrito. Sin embargo, contra esta teoría de una transmisión casi sin errores se pueden aducir dos objeciones. El primero se basaría en nuestra propia experiencia. Vivimos en una sociedad donde somos testigos en directo de cualquier acontecimiento. Esa inmediatez debería dejarnos una huella imborrable, al menos de aquéllos gran impacto emocional. Pues bien, no ocurre así-

Sin embargo, piensen en los atentados del 11-S. ¿Sabrían decirme a que hora exacta impacto el primer avión? ¿Fue contra la torre norte o la sur? ¿El avión del pentágono, se estrelló antes o después? ¿O entre medias? Si no podemos ponernos de acuerdo en los detalles de un hecho que todos vimos en directo, ¿qué ocurriría con algo sucedido medio siglo antes, como la predicación de Jesús, y que llegaba de cuarta o quinta mano? Se podría objetar, no obstante, que este olvido es propio de nuestras sociedades, en donde la información y la memoria ya no está en nuestros cerebros, sino en sistemas externos. Seguro que en las sociedades antiguas la memoria estaba más desarrollada y era más fiel. Pues bien, los estudios antropológicos han mostrado lo contrario. Es cierto que hay especialistas que sirven de almacén de la memoria compartida de una comunidad. Sin embargo, ocurre que en cada reproducción de los que almacenan, estos especialistas modifican el contenido, lo alargan o enriquecen, cortan o resumen, de acuerdo con las apetencias del público al que se dirigen.

En realidad, no hay una tradición oral fija, sino muchas, dependientes de la ideología de cada comunidad en particular, de forma que cada  versión puede acabar divergiendo de forma irreconciliable, justo lo que ocurre con los evangelios. Ahora bien, ¿existe algún elemento externo, ya sean fuentes escritas o hallazgos arqueológicos, que nos permitan poner un poco de orden? Aquí el problema es otro muy distinto. Dado el éxito del cristianismo, tendemos a pensar que el impacto de su fundador debió de ser desmedido, con repercusiones inmediatas en todo el Imperio Romano. Sin embargo, predicadores apocalípticos como Jesús los hubo a decenas en ese tiempo, mientras que él no fue de los más sonados. El movimiento que encabezaba fue yugulado antes de que pudiera representar cualquier amenaza para el gobierno romano de Judea. Cuando Jesús es crucificado, por tanto, no debía contar con más de unas decenas de seguidores, unos cientos como mucho.

Esto nos lo vienen a indicar, de forma implícita, los propios evangelios. El enfrentamiento de Jesús contra las autoridades, religiosas y judías, se limita a unos pocos días durante la Pascua, mientras que su juicio y ejecución no llevan más de una mañana y una tarde. Para Pilato debió ser un asunto más en el orden del día, que no dejaría ningún registro escrito, mucho menos en piedra, ni justificaría una comunicación con sus superiores. En otras palabras, nadie en el orbe romano tuvo noticia de que un revoltoso cualquiera, en una provincia perdida del imperio, había sido ejecutado. ¿Y más tarde, hacia los años 40 y 50, cuando comenzaron a fundarse comunidades fuera de Palestina? De esa época tenemos el testimonio del apóstol Pablo -anterior, por tanto, a los propios evangelios-, pero esa suerte es también una decepción.

Por alguna razón, a Pablo no le importa el Jesús real y sólo nos transmite unos escasos datos, dispersos y confusos, nada que nos permita anclar a Jesús en una realidad concreta o elucidar cual fue su pensamiento. A Pablo sólo le interesa el hecho de su resurrección, que para él representa el inicio de una época nueva en la humanidad. En realidad, el fin de la historia, ante la pronta segunda venida del Mesias.. Esa parquedad de datos es tal que ha dado combustible a las teorías que sostienen que Jesús fue un invento -en concreto, del propio Pablo-, sin no tuvo existencia real. Para empeorarlo todo, algunas de las opiniones de Pablo podrían resultar un tanto heterodoxas, cuando no rayanas en la herejía, como su insistencia en señalar que habló con el hermano de Jesús, Santiago el Mayor. declaración que la heterodoxia ha intentado difuminar con mayor o menor torpeza.

Pero, ¿de verdad los romanos no supieron nada de él? Es cierto que Tácito, Plinio y Suetonio citan a Cristo en sus obras, pero, sin entrar en cuestiones de autenticidad, esas referencias no nos sirven de mucho. Estos autores latinos escriben hacia el año 100, justo cuando el mundo romano descubre que existe una secta nueva, los seguidores de un tal Cristo. Lo más probable es que repitieran, en sus escritos, aquéllo que habían escuchado decir a los pocos cristianos con que tuviesen contacto. Luego está Flavio Josefo, un judío cuya vida pública tuvo lugar hacia el año 70, es decir, en la misma fecha que se escribe Marco. Aquí sí encontramos dos referencias directas, pero una es de pasada -la ejecución de un tal Santiago, hermano de Jesús- y otra ha sido manipulada por los escritores cristianos posteriores, hasta un punto que no se puede estar seguro de su contenido real o de si existió.

Tras este largo viaje, nos encontramos con las manos vacías, pero eso no significa que debamos abandonar. Seguiremos el próximo año.




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