The two most prominent leaders of the Tabriz resistance -Saltar Khan and Baqer Khan, who later were elevated to the status of national heroes- were luti leaders, as were many of their fellow fighters. They were associated with the Shaykhi wards of Amirkhin and Khayabam, respectively , both of which played a pivotal role in the success of the Tabriz resistance. It was primarily the two leaders' sectarian rivalry with lutis of the opposite league that shaped the conflict and ensured its resilience. But contrary to earlier instances of urban strife, the two leaders were operating largely as free agents. The gave the resistance a popular character somewhat distinct from the politics of the elites that had so far characterized the Constitutional Revolution. Over the course of the fighting in 1908 and 1909, neighbourhood loyalties transcended their immediate surroundings to include Tabriz and clearly set "supporters of the constitution" (mashruteh-khalam) against the royalist camp, who invariably labelled them "supporters of the tyranny" (mostabeddin)
Abbas Amanat. Iran, a Modern history
Los líderes principales de la resistencia en Tabriz -Saltar Khan and Baqer Khan, quienes luego fueron encumbrados al rango de héroes nacionales- eran líderes luti (unidades voluntarias de policía y vigilancia dentro de un barrio), como la mayoría de sus compañeros de armas. Estaban relacionados con las barriadas Shavki de Amirkhin y Khayabam,respectivamente, que jugaron un papel principal en el éxito de la resistencia en Tabriz. De hecho, la rivalidad sectaria de ambos líderes con las lutis de la alianza rival la que conformó el conflicto y aseguró su pervivencia. Sin embargo, al contrario que anteriores ejemplos de conflicto urbano, los dos lideres actuaban, en su mayor parte, por libre. La resistencia se vio imbuida así de un carácter popular, en claro contraste con la política de las elites que hasta ese instante había caracterizado la Revolución Constitucional. Durante las luchas de 1908 y 1909, las lealtades locales superaron los límites de sus entornos cercanos para extenderse a todo Tabriz e identificarse como defensores de la constitución (mashruteh-khalam) en lucha contra el bando realista, quien les tildaba de amigos de la tiranía (mostabeddin)
En entradas anteriores, les había señalado el papel fundamental que juegan en la historia del mundo, durante los siglos XVI y XVII, una serie de imperios universales que recorren Eurasia del Atlántico al Pacífico: la Monarquía Hispana, el Imperio Otomano, el Imperio Safavida de Irán, el Imperio Mogol de la India y la China Ming. Si la consolidación de estas entidades puede establecerse, con reservas, hacia 1500, de 1650 a 1700 se verán envueltos en una crisis que va tornarlos antiguallas en vías de disoloción. Safávidas y Mongoles desaparecen como potencias dominantes en su entorno, la monarquía Hispana se ve amputada de sus posesiones Europeas, los Otomanos pierden el control del Danubio medio -Hungría-, mientras que la dinastía Ming es derribada y substituida por la Qing, de origen manchú. Un siglo más tarde, en 1800, todas estas entidades supranacionales se verían en el punto de mira de las nuevas potencias coloniales, que procedería a repartirse sus dominios o colocarlas en estado de vasallaje.
El caída de la dinastía Safaví puede ser el caso más drástico de todos. Hacia 1700, su area de influencia se extendía más allá de las fronteras actuales de Irán, englobando -con mayor o menor control, más o menos duración - los actuales estados de Azerbayán y Turkemistán, la mitad sur de Irak y la mitad occidental de Afganistan. Sin embargo, en 1722, Mahmud, un jefe tribal afgano, lanzó una expedición de conquista contra la capital Safaví, Isfahan, sin que el Shah Soltan Hossain pareciera reaccionar. Tras un largo asedio, la ciudad capitulaba y el Shah abdicaba en Mahmud, vencedor y nuevo dueño de Irán. Un estado, como el Safaví, que había sido capaz de plantar cara ante el Imperio más poderoso de Oriente Próximo y Europa -el Otomano- se derrumbaba como un árbol carcomido.
De ordinario, estos cambios cataclísmicos obedecen a razones estructurales de amplio rango. Las conquistas árabes de la década del 630 sólo pueden comprenderse si se considera que los dos Imperios dominantes del Próximo Oriente, Bizantino y Persa, estaban agotados tras décadas de lucha sin cuartel. La conquista, en apenas unos años, de la Hispania Visigoda por esos mismos árabes revela un estado fragíl, fundamentado en tres apoyos, centralizados y de escasa base demográfica. Dos de ellos, el rey y la nobleza militar, fueron aniquilados en la batalla de Guadalete, mientras que el tercero, el tesoro real, cayó en manos invasoras junto con la ciudad de Toledo. Algo similar ocurriría a principios del siglo XVI con la monarquía húngara, cuando su rey Luis II y la mayor parte de la nobleza feudal perecieron en la batalla de Mohacs ante los jenízaros otomanos.
Resulta evidente que ese desplome repentino sólo puede explicarse porque el poder Safaví estaba muy debilitado ya en 1722, lejos de la cumbre de que había supuesto el reinado del Shah Abass hacia 1600. Como consecuencia, durante el resto del siglo XVII la historia de Irán va a ser la de una continua guerra civil, durante la que jefes militares aislados, ya fueran iraníes o extranjeros, se harán con el control del país durante un par de décadas, pero se mostrarán incapaces de fundar una dinastía duradera. Será sólo en 1796 cuando Aqa Mohamad se corone como Shah y funde la dinastía Qajar, que dominaría Irán durante el siglo XIX y comienzos del XX, hasta la Primera Guerra Mundial y el ascenso de Reza Palhavi, fundador de la dinastía del mismo nombre.
Irán se converíría así en uno de los pocos países de Eurasia que escaparía a las asechanzas imperiales europeas, al contrario, por ejemplo, de la India. Esto se debió, en gran medida, a su alejamiento de las rutas marítimas y de los centros de poder terrestre europeo. De nuevo, el contraste con la India es revelador. Mientras que en 1756, este país, como escala en el camino hacia las especias indonesias y la riqueza China, se convirtió en uno de los escenarios de la guerra de los siete años entre Francia e Inglaterra, lo que llevó a su incorporación al Imperio Británico, Irán no vio interrumpida su evolución interna por agentes externos. Quizás la Rusia de los zares hubiera podido entrometerse, vía el Cáucaso, pero esa amenaza sólo se materializó en la primera mitad del XIX. En el XVIII, aun quedaban vasallos otomanos en Crimea, que la reina Catalina la Grande se esforzó en someter durante su reinado.
Es sólo en el siglo XIX cuando las potencias europeas intentan intervenir en Irán y repartirse su territorio. Sin embargo, a pesar de sustanciales pérdidas territoriales, la misma rivalidad entre las potencias coloniales servirá para preservar la integridad de Irán, aunque encerrada en sus fronteras actuales. Ninguno de los imperios en liza, el ruso y el británico, se mostrará dispuesto a conceder una ventaja decisiva al otro, de forma que Irán se tornará un tablero de ajedrez más del "Big Game" que ambos imperios jugaban en Asia Central. El periodo Qajar se conformará así como una época de relativa paz, en donde la sociedad iraní dará pasos de gigante hacia la modernidad.
De nuevo surge esa contradicción esencial al Irán moderno. Aunque lo consideremos un país atrasado, presa de una teocracia retrógrada y asfixiante, lo cierto es que en la sociedad iraní hay amplios sectores que aspiran a colocar a su país a la altura de Occidente, tanto en los aspectos científicos como en los culturales. No es de extrañar, por tanto, que Irán figure en los puestos protagonistas de la ola revolucionaria mundial que va a tener lugar entre 1905 y 1914. Un movimiento, además, que muestra como en esa fecha tan temprana el foco de la historia mundial comienza a migrar de la Europa imperialista al tercer mundo colonizado.
En esa ola figuran el movimiento de los jóvenes turcos en 1908, la revolución mexicana contra Porfirio Díaz de 1910, la abolición del sistema imperial chino en 1911, el estallido insurrecional ruso de 1805 y, por último, el movimiento constitucional iraní de 1908. Revoluciones que no son motines a la antigua usanza, en donde una dinastía es substituida por otra nueva, sino movimientos de masas en donde se mezclan aspiraciones de democracia burguesa, con sus elecciones parlamentarias, junto con utopías de raigambre marxista, que instauren a una sociedad sin clases.
Evoluciones imposibles en una Europa donde la sociedad burguesa había devenido inconmovible y donde sus debilidades posteriores a 1918 sólo conducirían a los múltiples fascismos de entreguerras.
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