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domingo, 1 de noviembre de 2020

Oportunidades perdidas




































 

Un día más con vida (2018) de Raúl de la Fuente y Damian Nenow, tenía todas las papeletas para haberse convertido en un hito del cine de animación. Su modelo más claro es el de Vals Im Bashir (Vals con Bashir, 2008), de Ari Folman, película con la que comparte rasgos estilístico y temáticos. Primero y principal, el uso del rotoscopiado -pintar encima de una filmación real- para representar un material de claro tono documental, no sólo basado en testimonios de primera mano, sino incluyendo insertos, en forma de entrevista, con esos mismos testigos/protagonistas. Un realismo a ultranza, prosaico, en clara disonancia con el modo fantasioso que se supone a la animación, al menos la comercial, pero que no impide la irrupción repentina de fragmentos surreales, utilizados como contraste y amplificador de la realidad repelente y aterradora, la de una guerra sin cuartel, que se plasmaba en imágenes.

En Un día más con vida, el hilo conductor es el libro del mismo nombre escrito por el reportero polaco Ryszard Kapuściński, Como sabrán, este periodista era capaz de meterse en los peores fregados de tiempos de la guerra fría, de ésos de los que nadie sale con vida, pero de los que volvía ileso una y otra vez, protegido por su buena estrella, para luego escribir libros relatando su experiencia. Obras que no sólo se leían como una novela de aventuras, de las que llevan al lector al corazón de la acción, sino que además abundaban en certeros análisis de la realidad sociopolítica de esos acontecimientos, en especial sus causas y sus posibles consecuencias. No de manera equidistante y neutral, sino tomando partido claro, como conviene a quien ha hecho amigos en esas tierras, compartido sus anhelos y temores.

En el caso de este libro y película, se describe la guerra civil en que cayó Ángola tras la descolonización portuguesa, con cada superpotencia apoyando a su propio movimiento guerrillero: Rusia al MPLA, EEUU a UNITA. Un conflicto de larguísima duración y de crueldad insondable, que culminó con una intervención sudafricana, seguida por la llegada de tropas cubanas. Este apoyo evitó la caída del régimen comunista de Angola, pero sólo sirvió para eternizar una guerra civil, cuyo término sólo llegaría más allá de la caída del comunismo y el fin de la guerra fría,  con varios de los actores principales desaparecidos -la Sudáfrica del Apartheid y la URSS- y sin que a nadie la recordase o le importase ya. Desinterés que no comparte Kapuściński, quien no puede y no quiere ser neutral: en su fuero interno, no puede apoyar a los EE.UU y mucho menos al régimen racista sudafricano. Sólo le queda confiar en el triunfo de la revolución. De ésa definitiva que tantas veces alboreó en el horizonte, pero nunca llegó a amanecer.

Respecto a la película... pues ha sido una gran decepción. Aunque pueda parecer lo contrario, el rotoscopiado es una técnica muy difícil de dominar. Si no se tiene talento, el resultado queda sin vida, envarado y robótico. Esto es lo que ocurre en Un día más con vida, donde los personajes parecen moverse a trompicones y carecer de luz interior. Son meros disfraces, fantasmas de personas reales, un efecto que podría haber tenido su lógica, pero que en esta ocasión me temo no es el que los creadores querían conseguir. El resultado de esta falta de naturalidad es que no conseguí meterme dentro de la película en casi ningún momento, repulsión agravada por el hecho de que en las entrevistas se utilizaban tomas reales de las personas y lugares que Kapuściński había encontrado en Ángola, sólo que en la actualidad. La distancia infranqueable entre la realidad real y la realidad animada quedaba así de manifiesto, en detrimento de la reconstrucción animada.

Esa presencia, en nuestro presente, de los protagonistas del pasado que reconstruye la película, llevaba de rebote a un grave error narrativo. A intervalos regulares, cuando aparecía uno de estos personajes centrales, se nos mostraba su nombre en la pantalla para, a continuación, presentarlo en la actualidad, transición marcada por el uso de imagen real. En todos los casos, menos en uno, donde se nos muestran imágenes documentales del pasado. Es una clara insinuación de que ese personaje ya no está vivo, cosa que podría ser normal -hace ya más de cuarenta años de esos hechos y el propio Kapuściński está criando malvas-, si no fuera porque la muerte de ese personaje marca un giro trascendental en la historia y en las actuaciones posteriores del periodista. De esa manera, cuando su desaparición llega, lo hace sin sorpresa alguna, perdiendo sin gran parte del impacto emocional que habría tenido, si los creadores hubieran sabido callarse o dosificar un poco mejor sus presentaciones.

Tampoco ayuda que los fragmentos surreales, a pesar de su poder expresivo, parezcan mazacotes arrojados en cualquier sitio y de cualquier manera, sin relación alguna con la historia. En el caso de Vals Im Bashir, sin embargo, esos viajes afectaban a nuestra percepción de la realidad, se integraban de manera tan perfecta en ella, que dejábamos de saber donde empezaba la alucinación, donde lo verídico. La guerra se tornaba absurdo completo, destructor de cuerpos y almas, algo que en este caso, aunque se intenta, queda demasiado forzado. 

En resumen, otra ocasión perdida para la animación... y ya van demasiadas.



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