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lunes, 3 de agosto de 2020

Sin salida











































Tuve la suerte de ver en pantalla grande Les Hirondelles de Kaboul (Las golondrinas de Kabul, 2019), dirigida por Éléa Gobbé-Mévellec y Zabou Breitman, un poco antes de que se decretase el confinamiento por el COVID-19. Les adelanto que me emocionó -me sacudió y conmovió- como pocos películas lo han hecho en los últimos tiempos, colocándose, por derecho propio, en mi lista de favoritas. Sin embargo, al buscar una edición física con la que incluirla en mi colección, encontré que no estaba editada en la mayoría de los países. Peor aún, en los pocos en donde estaba no se contaba con una edición en Blue Ray, sólo en DVD. Mala decisión para una película de especial belleza plástica y delicadeza en su dibujo.

No quiero especular con las razones de esa ausencia o el porqué de ese limbo en que creo que ha caído una obra que, sin embargo, venía con cierto renombre y como tal fue publicitada. Quizás haya que encontrarlo en lo incomodo, para unos y para otros, de su mensaje político: un ataque directo y sin componendas al fanatismo religioso del régimen talibán de Afganistan. En la visión de la película, con la que yo coincido, el integrismo consustancial a toda teocracia se torna rayano con el totalitarismo. Los talibanes implantaron un control completo de la vida privada de las personas, asfixiando cualquier posible creatividad o divergencia, en especial aquellas que pudieran surgir de una concepción de izquierdas o simplemente progresista. El país se convertió en una inmensa  cárcel, sometida a normas rígidas que prohibían hasta los más inocentes goces, mantenidas sólo con la aplicación desproporcionada de la fuerza y del castigo. Lo que no evitaba que reinase la arbitrariedad, expresada en el modo en que los poderosos, con total impunidad, tenían acceso a aquello mismo que prohibían al resto.

Sin embargo, la película nunca cae en el panfleto o la novela de tesis, virtud que debía encontrarse ya en el material original y que la cinta ha sabido mantener. Los personajes principales son complejos, varían con el tiempo, en el sentido de que sus ideales, sus convicciones, se ven afectados, incluso desmentidos, por la fuerza aplastante de la situación que les ha tocado vivir. Así ocurre con los dos personajes masculinos, que se ven escindidos por problemas morales a los que no hallan solución en su presente. Por un lado, el joven estudiante universitario, de ideas progresistas, a quién los talibanes han cegado toda posibilidad de formación y desarrollo, lo que le hace vacilar en sus seguridades, incluso dejarse arrastrar, consentir y participar, del clima de violencia asesina que imbuye toda la sociedad. Por otro lado, un antiguo combatiente talibán, con secuelas debido a la guerra, casado con una mujer enferma de un cáncer terminal y a cargo de una cárcel de condenadas a muerte. Alguien cuyas creencias religiosas están siendo disueltas, o al menos perdiendo ese fanatismo inconmovible de los buenos talibanes. Hay situaciones para los que una fe ciega y simplista no puede dar respuesta... fuera de la crueldad y la violencia.

Sin olvidar el papel central de las dos mujeres protagonistas, reflejo la una de la otra, pero también escindidas por la intransigencia aplastante del régimen talibán. Por un lado, la esposa del estudiante, también estudiante ella, presa de una desbordante creatividad artística que no puede mostrar al exterior, que sólo puede plasmar, para sí sola, en los frescos que pinta, obsesivamente, en la celda en que se ha convertido su casa. Unas ansias de libertad que la llevan a aceptar riesgos, a cometer pequeñas rebeliones que no tienen ningún efecto, sino es poner en peligro su vida. A una rebelión ciega, sin esperanzas pero necesaria, contra la muerte en vida a la que los talibanes la han condenado en vida. En el extremo opuesto, la mujer del combatiente talibán, que trata de vivir de acuerdo con las normas que le impone el régimen y la religión en que cree sinceramente, pero a quien su condición de agonizante, de muerta entre los vivos, le hace presentir lo frágil y absurdo de su posición. Ansiar, aunque sea de forma subconsciente, un mundo donde la voluntad de los hombres no sea ley inquebrantable, donde realmente haya igualdad, confianza, comunicación entre esposos.

La historia acabará en tragedia, no se lo oculto, con varios de los protagonistas muertos, el resto obligados a buscar su libertad, en otras tierras, en otros países más propicios. O a permanecer, agazapados, manteniendo una esperanza, por leve que ésta sea, en una liberación que cada día parece más lejana, puesto que no pueden traicionar una tierra que es la suya. Que seguirá siéndola por siempre, a pesar de la maldad quienes la gobiernen. Como verán se trata de una película con mensaje, incómodo, por más señas, lo que no quita que cuente con grandes aciertos estéticos. El principal, ese acabado dibujístico, entre acuarela y boceto, con tendencia a los colores pastel. Una belleza y una idealización, alejada de todo realismo, que subraya aún más la dureza de la situación en que viven los personajes. Opresión que no debería tener lugar, no debería haberse tolerado, puesto que contradice la plenitud que vemos. La misma que los personajes sueñan y perciben a cada instante.

Sin olvidar un ritmo lento y pausado, sin aspavientos ni regodearse, que nos permite aclimatarnos a ese ambiente de violencia, fanatismo y arbitrariedad. Compartir lo que los personajes sienten, como si nosotros estuviéramos allí con ellos.

Como los hermanos nuestros que son.

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