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domingo, 16 de agosto de 2020

Estamos bien jodidos (y XXI)

Privé de ce correctif, le système a rapidement dégénéré, comme un arbuste qu'on aurait cessé de tailler, et qui serait revenu à l'état sauvage. Son rapport à l'argent et a la manière de le gagner est devenu obscène.

Qu'il n'y ait aucune honte a s'enrichir, j'en conviens. Qu'il n`y ait aucune honte non plus à savourer les fruits de sa prospérité, je le crois aussi; notre époque nous propose tant de belles et bonnes choses, ce serait une insulte à la vie que de refuser d'en jouir. Mais que l'argent soit complètement déconnecté de toute production, de toute effort physique ou intellectuelle, de toute activité socialement utile? Que nos places boursières se transforment on de gigantesques casinos où le sort de millions de personnes, riches ou pauvres se décide sur un coup de dés? Que nos institutions financières les plus vénérables se comportent comme de garnements ivres? Que les économies de toute un vie de labeur puissent être anéanties, ou alors multipliées  par trente, en quelques secondes, et selon de procédés ésotériques auxquels les banquiers elles mêmes be comprennent plus rien?

Amin Maalouf, Le dérèglement du monde.

Desprovisto de ese contrapeso, el sistema ha degenerado con rapidez, como un arbisto que se deja de podar y que ha retornado a su estado salvaje. Su relación con el dinero y el modo de obtenerlo se ha vuelto obscena.

Convengo en que enriquecerse no supone una vergüenza. También creo que tampoco hay vergüenza en saborear los frutos de la prosperidad; nuestro tiempo nos ofrece tantas cosas buenas y bellas que sería insultar a la vida  negarse a disfrutarlas. ¿Pero que el dinero se disocie de todo tipo de producción, de todo esfuerzo físico o intelectual, de toda activida útil para la sociedad? ¿Que las bolsas se transformen en gigantescos casinos donde el destino de millones de personas, ricas o pobres, se decida en una tirada de dados? ¿Que nuestras instituciones financieras se comporten como bribones ebrios? ¿Que los ahorros de toda una vida de trabajo puedan ser aniquilados, o multiplicados por treinta, en unos segundos, siguiendo unos procedimientos esotéricos que los mismos banqueros no comprenden en absoluto?

Como Baricco, Maalouf va publicando sus meditaciones sobre el estado del mundo cada década, aunque sus conclusiones no pueden ser más opuestas. Esta segunda entrega, Le dérèglement du monde (El desarreglo del mundo), corresponde por tanto al año 2009, mientras que la anterior, Les identités meurtrières (Las identidades asesinas), se situaba en 1998. Dos fechas entre las que media un abismo, el que corresponde al epílogo del siglo XX y el inicio del auténtico siglo XXI.

Desde el punto de vista tecnológico, la Internet de 1998 no pasaba de ser un juguete, mientras que el móvil no era más que un fijo sin cables. En 2009, sin embargo, las redes sociales, YouTube y Google eran una presencia constante e indispensable en la vida de cientos de millones de personas, una influencia potenciada por la conversión del móvil en un ordenador de bolsillo, el smartphone. En términos políticos, asímismo, se habían producido eventos cataclísmicos que iban más allá de una reorganización del equilibrio de poder mundial. Los atentados de septiembre de 2001, contra las Torres Gemelas y el Pentágono, habían hecho visible la ascensión de una nueva ideología, el islamismo radical, opuesta y refractaria a Occidente, sin posibilidad de acuerdo o negociación. Las posteriores invasiones de Afganistán e Irak, lanzadas por EE.UU en respuesta a esos eventos,  pondrían en entredicho las aspiraciones de ese país a convertirse en única superpotencia mundial. No sólo desembocaron en empate, cuando no en derrota, frente a un enemigo mucho menos poderoso, militar y económicamente, sino que habían sumido a Oriente Próximo en un estado de caos que parece haberse convertido en su nueva normalidad, ahora que esa expresión está tan de moda.


Esa radicalización religiosa de las sociedades islámicas, entremezclada con divisiones raciales e identitarias, había sido ya denunciada por Maalouf en su obra interior. La diferencia es que esa evolución indeseable de esos países, que ha terminado por expulsar de su seno a todo movimiento laíco, progresista y de izquierdas, ha sido exacerbada por la intromisión desacertada de la superpotencia americana. Un sistema político, al menos en lo que a sus dirigentes atañe, contamidada con los mismos tics integristas y racistas que los movimientos a los que hace la guerra. Ya en los años ochenta, durante la lucha contra la URSS en Afganista, dio alas a estos mismos movimientos, otorgándoles un aura de victoria que se ha vuelto contra sus mismos instigadores. Para el integrismo, son igual de despreciables el comunismo ateo que el capitalismo hedonista. Por otra parte, el apoyo inquebrantable de EEUU al estado de Israel, así como la diferente vara de medir frenta a los regímenes dictatoriales de la región, divididos en aliados y enemigos, estos a derribar, los otros a soportar, ha conducido a que la única fuerza creíble en la región, en términos de victoria militar y política,  haya sido el islamismo radical. Cada vez en versiones más radicales e intransigentes, que culminaron, ya fuera del periodo que nos ocupa, en el anacronismo histórico representado por el Califato de Levante, ISIS o DAESH, como prefieran.

Sin embargo, la crítica de Maalouf no se detiene en este derrumbe de los regímenes laícos del Próximo Oriente y sus substitución por diferentes teocracias, más o menos integristas y radicales, incluyendo Turquía y Arabia Saudí. El problema tampoco se extingue en el contagio de estos fenómenos a Occidente, no ya en forma de terrorismo radical islámico, sino, mucho más peligroso, en el surgimiento de movimientos similares en el seno de las democracias de Europa y América. En esos países, en los últimos tiempos, han proliferado los movimientos nacionalistas, integristas y racistas. Dispuestos, todos ellos, a deshacerse de la democracia, antaño bandera de Occidente, para volver a un pasado glorioso en el que todos los habitantes de un país determinado hablen la misma lengua, profesen la misma religión, pertenezcan al mismo pueblo, etnia o raza, mientras que los que tengan la suerte de cumplir esos requisitos sean expulsados de su seno o bien reducidos al nivel de súbditos o siervos. Como en tiempos de los años treinta, pero sin soluciones corporativistas o estatales, sino en el contexto de un capitalismo salvaje sin restricciones, limitaciones o regulaciones.

Éste, y no otro, es el punto fundamental de este segundo libro de Maalouf. Cuando se publicó acababa de estallar, en EEUU, la Gran Recesión, producto de la locura especulativa en la que había derivado el capitalismo occidental tras la caída de la URSS en 1991. Es cierto que la contrarrevolución neoliberal llevaba en marcha desde 1980, pero no fue hasta los años 90 y la primera década de este siglo, como bien señala Maalouf, que arraigó con fuerza en nuestras sociedades. Incluso los partidos que se denominaban socialistas y laboristas comenzaron a transigir con esas transformaciones económicas, políticas y sociales, aceptándolas como necesarias e inevitables. Incluso justas y provechosas. El desmantelamiento del estado de bienestar, los recortes de impuestos a los más ricos, la precarización de las condiciones de trabajo, se convirtieron así en dogmas de fe frente a los que no cabía ninguna crítica. La legislación, las tareas de gobierno, debían orientarse a favorecer a los más ricos, mientras que al resto de la población se la dejaba abandonada a su suerte. El estado hacía dejación de sus funciones, sin que nada viniese a substituirlo.

Una evolución perversa acelarada por la caída de la URSS; que con su sóla presencia, su carácter de amenaza, de enmienda a la totalidad del modelo capitalista, impedía cualquier radicalización neoliberal. Una deriva, asímismo, que ha permitido la germinación de los movimientos autoritarios, racistas e integristas que determinan nuestro panoráma político actual. Para ellos bastaba que una crisis económía, mundial y prolongada, como ocurrió con la del 29, empujase a amplios sectores de la clase media hacia una proletarización irreversible, para que éstos buscasen protección fuera de los partidos políticos tradicionales. ¿A dónde, entonces? A partidos que proclaman que si perteneces a un grupo de determinado, estarás a salvo. 

Ellos velarán por eso. Serán otros, los extranjeros, las razas inferiores, las mujeres, los homosexuales, los que sufrirán en tu lugar.






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