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martes, 21 de abril de 2020

Estamos bien jodidos (y VIII)

The result of this system is that the gullibility of sympathizers makes lies credible to the outside world, while at the same time the graduated cynicism of membership and elite formations eliminates the danger that the Leader will ever be forced by the weight of its own propaganda to make good his own statements and feigned respectability. I has been one of the chief handicaps of the outside world in dealing with totalitarian systems is that  it ignored this system and trusted that, on one hand, the very enormity of totalitarian lies would be their undoing and that, on the other, it would be possible to take the Leader at its word and force him, regardless of his original intentions, to make it good. The totalitarian system, unfortunately, is foolproof against such normal consequences: its ingeniousness rest precisely on the elimination of that reality which either unmask the liar or forces him to live up to his pretences.

Hannah Arendt, The Origin of Totalitarism

El resultado de este sistema es que la credulidad de sus simpatizantes provoca que las mentiras parezcan creíbles desde el exterior, mientras que, al mismo tiempo, el cinismo gradual de militantes y formaciones de elite evita el peligro de que el Líder se vea forzado, por el peso de sus propia propaganda, a hacer realidad sus promesas y fingir respetabilidad. Uno de los obstáculos principales, desde el exterior, a la hora de tratar con un régimen totalitario es que se ha ignorado esta realidad, al tiempo que se confiaba en que, de un lado, la enormidad absoluta de las mentiras del totalitarismo provocaría su derrumbe, mientras que, por otra parte, sería posible tomar la palabra al lider para forzarle, en contra de sus intenciones originales, a cumplirla. El totalitarismo, por desgracia, está blindado contra esos desarrollos naturales: su ingenio radica, precisamente, en eliminar cualquier hecho real que lleve a desenmascarar al mentiroso o le obligue a mantenerse a la altura de sus pretensiones.

Como les decía al principio, no tengo la altura mental, mucho menos el espacio, para realizar un análisis en profundidad del libro que Hannah Arendt dedicó al estudio de los totalitarismos. Es una pena, puesto que gran parte de los fenómenos que ella identifica, mirando a su pasado reciente, son identificables al instante en nuestro presente. Como esa paradoja, incompresible e inatacable, que lleva a que las mentiras del líder, a pesar de su evidente falsedad, sirvan para fortalecerle aún más entre sus seguidores. Debilitando y derrotando a quienes las ponen de manifiesto, incapaces de encontrar un arma, en ellas, para vencerlo. Como ocurre con esos genios de la desfachatez y el descaro que son Donald Trump y Jair Bolsonaro.

Me limitaré, por tanto, a señalar algunos puntos que me han llamado especialmente la atención. El primero es que Arendt utiliza una definición muy restringida del totalitarismo. Para ella sólo han existido dos que se puedan llamar plenos: el Nazismo y el Estalinismo. La URSS de Jrushov, por ejemplo, dejó de serlo, mientras que la China de Mao no llegó a culminar. Puede parecer sorprendente, pero creo que la razón se deba al carácter destructivo, asesino, que se hizo inseparable de estos totalitarismos plenos. El Nazismo es indisociable de Auschwitz, conclusión lógica de sus ideales racistas de exterminio, tanto de judíos como de eslavos. Por su parte, Gulag y Estalinismo han terminado por ser sinónimos: sólo con el uso extensivo de mano de obra esclava, extraída de la demolición de la sociedad anterior, pudo la URSS convertirse en una superpotencia industrial.


Esos factores estarían ausentes en la Rusia de Jruschev, en donde se comenzó el desmantelamiento del sistema de campos, al igual que se renunció a la ejecución del contrario como medio de resolver las tensiones políticas. En el caso de China, no obstante, la opacidad de ese sistema engaño a Arendt, al igual que a la entera totalidad de la intelectualidad Europea del segundo cuarto del siglo XX: sería sólo a la muerte de Mao cuando surgirían a la luz los muchos crímenes de ese sistema. Por otra parte, si nos movemos al otro extremo del espectro político, ni el Fascismo ni el Franquismo llegaron a cristalizar en un totalitarismo pleno. 

En el caso italiano, el partido no consiguió imponerse por completo a la coalición de derechas que lo llevó al poder. La fuerza oculta de las antiguas élites bastó para deshacerse del dictador al primer instante de debilidad, sin que se produjese una contrarevolución fascista. Por su parte, Franco, como buen intrigante, supo jugar con la constelación de fuerzas dispares en las que se apoyaba, favoreciendo a unos, relegando a otros, según le convenía para mantenerse en el poder. Sin embargo, si Hitler hubiera ganado la guerra, es más que probable que ambos sistemas hubieran evolucionado hacia el totalitarismo. Recordemos el ascendente de Falange en los primeros años del Franquismo, parado en seco en cuanto el Eje comenzó a cosechar derrotas.

Otro punto importante -muy relevante ahora- es examinar como los totalitarismos consiguen su objetivo principal: un control total sobre todas las actividades del individuo, incluso las más últimas. Arendt señala, con gran agudeza, que uno de los primeros síntomas de un totalitarismo es ciernes es una modificación en como se contemplan, desde la sociedad, las actividades del individuo. Lo privado se comienza a considerar público, sometido además a escrutinio. La persona tiene que rendir cuentas de lo que hace en su intimidad, demostrando que se ajusta a un ideal externo de conducta. Si lo quiebra, aunque haya sido de pensamiento o en la reclusión de su alcoba, será condenado de inmediato, reo de las peores penas. Ni siquiera hará falta probar que esos actos han sido cometidos, bastará la sospecha, el mero intento por mantener en secreto una faceta de sus actividades. Quien tal hace, se juzga en el totalitarismo, es porque pretende cometer un delito. Los thought-crimes que decía Orwell.

¿Por qué es esto relevante? Vivimos en un mundo que ha renunciado a la privacidad. Nuestros mobiles saben de nuestras andanzas, los aparatos multimedia de nuestras casas tienen la capacidad de grabar nuestras conversaciones. Sin prestar atención, aceptando alegremente las condiciones de uso de aplicaciones y utilidades, cedemos parcelas crecientes de nuestra intimidad, de nuestros datos personales, a grandes corporaciones que no revelan en qué se usan. Confiamos en las leyes nacionales, en la obligación expresa de anonimizar esos datos y sólo guardar los agregados, las tendencias, pero el caso es que la inconcebible potencia de cálculo de esos gigantes informáticos ha permitido hacer realidad la profecía de Orwell: el control completo de los individuos. Realidad aterradora que ahora, con esta crisis del coronavirus, se empieza a vender como necesaria y beneficioso, al igual que se viene haciendo desde hace tiempo en China.

Por último, recordar que un totalitarismo no surge de una maldad devoradora que infecta y consume la sociedad, ni suelen llegar al poder en medio de una orgía de violencia y muerte. Los totalitarismos siempre han gozado de un considerable apoyo popular, de auténtica fidelidad, incluso hasta la muerte, por parte de quienes son sus víctimas. En parte por su estructura en forma de círculos, que abarca desde una mayoría de población indiferente y conformada hasta una mínoría fanatizada y politizada, a traves de muchos estados intermedios. Esto hace especialmente fácil el control de la población y, sobre todo, el de la información. Es característico del totalitarismo el fundarse sobre la mentira y utilizar la propaganda para modificar la realidad, expulsando de ella todo lo que puede perjudicar al líder, potenciando todo aquéllo que le favorezca. La fe de unos pocos se transmite así hacia el exterior, hacia quienes sólo pueden, desde fuera, admirar la grandeza de quienes les dominan.

Se llega así a esa paradoja que Arendt resumía en el párrafo que abre esta entrada: revelar la falsedad de las declaraciones del líder sólo sirve para fortalecerle. El sistema totalitario se arroga las características de la religión, de la verdad revelada, del credo. Atentar contra él es atentar contra el orden natural de las cosas, contra lo evidente y sacrosanto. Quien cae en esa trampa mental ya no podrá salir de ella. Acabará viendo las contradiciones, los reveses, las derrotas como pruebas a su lealtad. La verdad será subsituida por la fidelidad a ultranza, único valor, única certeza, que sobrevivirá a todas.

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