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jueves, 9 de abril de 2020

Estamos bien jodidos (y V)

The final mode is misplaced faith. It involves the sort of self-deifying claims the president (Trump) made when he said that "I alone can solve it" or "I am your voice". When faith descends from heaven to earth in this way, no room remains  for the small truths of our individual discernment and experience. What terrified Klemperer was the way that  this transition seemed permanent. Once truth had become oracular rather than factual, evidence was irrelevant. At the end of the war a worker told Klemperer that "understanding is useless, you have to have faith. I believe in the Führer".

Timothy Snyder. On Tyranny

La última variedad es la fe equivocada. Implica el tipo de declaraciones divinizadoras hechas por el presidente cuando afirmó que «Solamente yo puedo resolverlo» o «yo soy vuestra voz». Cuando la fe desciende de los cielos a la tierra de este modo, no queda espacio para la pequeña verdad de nuestro discernimiento y la experiencia personal. Lo que aterrorizaba a Klemperer er el modo en que esa transición devenía permanente. Una vez que la verdad se tornaba un Oráculo en vez de componerse de hechos, cualquier prueba era irrelevante. Al final de la guerra un trabajador contó a Klemperer que «comprender es inútil, hay que tener fe. Yo creo en el Führer».

En la entrada anterior de esta serie, les comentaba como Snyder narraba el fenómeno más inquietante de este último lustro. Hasta la llegada del coronavirus, claro. En esos años, al socaire del desastre social provocado por la Gran Recesión, los movimientos populistas de ultraderecha han experimentado un auge considerable. Tan grande, que les ha llevado a controlar el gobierno de la primera potencia mundial, sacado al Reino Unido de la Unión Europea, convertido a países como Hungría en laboratorios de un futuro nuevo autoritarismo, entrado con fuerza en los parlamentos nacionales del resto de los países. No con la suficiente para gobernar por sí solos, pero sí para mediatizar cualquier medida gubernamental o dar con ella al traste, en aplicación paradójica del «cuanto peor, mejor& de los antiguos movimientos comunistas. Por ejemplo, en nuestro país, los antisistema de VOX están haciendo todo lo posible por terminar con el confinamiento, pero sólo por derribar el gobierno, sin importar el coste humano que eso pueda causar. 


Se ha hablado largo y tendido de por qué se ha producido este viraje en Occidente. Se suponía propio de países que nunca habían adoptado las libertades democráticas, caso de Rusia y China. En ésta, porque el monopolio de poder del partido comunista había sido salvado transformándolo en un sistema capitalista de partido único. Enriquecerse sin tasa, así como ostentar las nuevas fortunasw, estaba permitido e incluso se alentaba, pero a cambio se mantenía un control férreo sobre la población haciendo uso de la nuevas tecnologías. Se han creado así aplicaciones para móviles que asignan el acceso a los recursos estatales puntuando la buena conducta de los ciudadanos. A quienes no cumplen -díscolos, contestatarios y disidentes- se las relega al vacío social, asociado a una caída en la marginalidad . Un arma poderosísima que ha servido, entre otras cosas, para cortar de raíz el avance del COVID-19 en esas tierras y que hace babear de gusto a nuestros liberales patrios, mientras critican el autoritarismo chino a regañadientes.

El caso de Rusia es más complejo, pero también más relevante. Tras la caída del sistema soviético se realizó una transición fulgurante al capitalismo, pero sin ningún orden ni concierto, mucho menos pensando en el bienestar de la población. En la práctica, se pignoraron los recursos del país, vendiendo sus activos a precio de ganga, mientras se desmantelaba el estado del bienestar comunista. En la década de los noventa, la pobreza de la población creció hasta niveles inusitados, convirtiendo a Rusia casi en un país del tercer mundo. Desde el año 2000, con la llegada de Putin, Rusia ha vuelto a ocupar una posición de importancia, pero ha sido mediante la constitución de una democracia de cartón piedra, apenas un vehículo ceremonial para confirmar en el poder a su presidente, sustentada por una ideología hipernacionalista de carácter revanchista y discriminatoria. Dispuesta a recuperar el control de la antigua área soviética y contraria. por principio, a todo tipo de libertades y derechos fundamentales occidental. Signo de debilidad y de decadencia.

Ese sostén popular a unas políticas autoritarias evidente, aunque repugnante, no se halla entre los sectores más desfavorecidos. En todos los países, por muy democráticos que sean, esos segmentos marginales han sido ya excluidos de los procesos electorales o se autoexcluyen de ellos, desanimados por nunca ser el objeto de atención de las políticas de los partidos ganadores, se proclamen o no de izquierdas. El apoyo social de esos partidos neoautoritarios está entre quienes temen perder status. No las clases más altas, primeros beneficiarios de cualquier reforma reciente, sino los amplios segmentos que pensaron formar parte ya, para siempre, de la mitificada clase media. Gozando, durante varias décadas, de una vida desahogada. A esas clases temerosas del porvenir, los partidos de ultraderecha renovada les ofrecen protección mediante el racismo y la xenofobia. Crean, al viejo estilo fascista, un enemigo identificable con facilidad,- emigrantes, gentes de otra raza, mujeres, izquierdistas, homexuales- cuya eliminación permitirá volver al status quo anterior. Esa tierra de jauja soñada, en la que el estado de bienestar proporcionaba todo.

Por supuesto, eso es una mentira. Muchos de esos partidos militan en el neoliberalismo más belicoso, sin importarles en absoluto mantener redes de protección social. Se da así el caso paradójico de que los votantes más indefensos antes futuras medidas liberalizadoras votan con gusto, con pasión y fe, a los partidos que van a destruir los fundamentos de su bienestar. Un caso clamoroso fue el de los agricultores británicos, subvencionados en gran medida por la Unión Europea, que votaron mayoritariamente por el Brexit promovido por el UKIP.  O, en nuestro propio, país, el de los jubilados que votan por VOX, un partido que anuncia a los cuatro vientos que va a abolir el sistema público de pensiones y privatizar la sanidad.

Se comprueba entonces que esa ascensión de la ultraderecha está fundada en la mentira. En lo que antes se llamaba propaganda y ahora denominamos "Fake News". Diseminada bien al modo tradicional, mediante emisoras como Fox News en EEUU o Libertad Digital en España, bien mediante las nuevas tecnologías, creadoras de las redes sociales. Sea con ejércitos de "bots" que crean bulos y los distribuyen a personas susceptibles de tragárselos sin verificarlos, gracias a los avances en inteligencia artificial, sea con la ayuda de incautos que aceptan esas consignas y las defienden contra viento y marea. Con esa reproducción exponencial, parecida a la de un virus, esas mentiras alcanzan una repercusión inusitada, sólo parecida a la de las consignas de las antiguas guerras de religión. No debería ser sorprendente, porque se trata de cuestiones de fe, en la que defender al partido, y a su lider, se antepone a cualquier otra consideración. Donde aplastar  al contrario, incluso eliminarlo físicamente, se convierte en la prioridad.

¿Cómo luchar contra eso? Ése es el objetivo de este breve panfleto de Snyder. Averiguar en qué medida podemos aprender de las enseñanzas de los totalitarismo del pasado, felizmente derrotados, para acabar también con éste.

Por desgracia, no creo vaya a servir de mucho. Dada la experiencia anterior y la exasperación a la que está conduciendo la crisis sanitaria actual.

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