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sábado, 21 de septiembre de 2019

La propaganda y la historia

Este es el retrato de un hombre prosenatorial (Tácito) a quien su resignación por la decadencia de su clase le había hecho dirigir sus iras contra aquéllos que habían debilitado su poder y la justificación de quien más tiene que esconder. Revisar sus obras en el contexto en el que fueron escritas nos puede dar incluso más información sobre los porqués de sus acusaciones. Vivió bajo las órdenes del emperador Trajano, al que ayudó, en gran parte, a destruir el recuerdo de quienes le precedieron para realzar a quien servía, cuidándose mucho de conservar, eso sí, la memoria del Divino Augusto. Al fundador del Principado también la habría podido lanzar tantas y tan horribles acusaciones como hubiera querido, algo que no hizo por ser el referente de la virtud para el propio Trajano y sus sucesores.

Néstor F. Marqués, Fake news de la antigua Roma.

Hace ya un tiempo, les reseñaba un libro excepcional: Un año en la antigua Roma de Néstor F. Marqués. La excusa de esta obra era mostrar cómo se organizaba el calendario de la antigua Roma,  iba recorriendo sus principales festejos y festividades. Sin embargo, al describirlas con gran detalle, tanto en su ritual como en su significado, origen, importancia y repercusiones. se conseguía introducir al lector en la vida cotidiana de los romanos, tan dejada de lado en los relatos tradicionales, demasiado centradas en los hechos políticos. El resultado era una visión nueva, poco transitada de la romanidad que subrayaba una paradoja. La cercanía que nuestra civilización siente por esa otra, separada de nuestro presente por más de 1500 años, que es inseparable de un abismo cultural que nos impide franquear ese lapso temporal. La mayoría de las costumbres y creencias romanas nos pueden parecer ahora incomprensibles, propias de sociedades tribales, no de un Imperio que dominó el mundo y del que nos consideramos herederos.

Con este preámbulo, se pueden imaginar que esperaba con gran expectación este segundo libro suyo: Fake news de la antigua Roma. El propio título, con su guiño a nuestra actualidad de noticias manipuladas y tendenciosas, prometía mucho. Ni más ni menos que hacer un análisis crítico de la historia tal y como nos la han transmitido los propios romanos, descubriendo en qué aspectos la modificaron y manipularon, ya fuera de forma consciente, para promover su propio ideario político,  involuntaria, al no poder escapar a las limitaciones de su tiempo. Es decir, denigrando o ensalzando por sistema a unos emperadores frente a otros, lo que en nuestros tiempos llamarían propaganda o Fake News.


¿Es tan importante esa tarea? Les voy a poner dos ejemplos. En el caso de las dinastías Julio-Claudia y Flavia, en otras palabras, la historia del Imperio Romano durante el siglo I .d.C, las fuentes escritas más tempranas que tenemos están concentradas en las primeras décadas del siglo II d.C. Los historiadores de ese tiempo, Tácito y Suetonio, fueron muy críticos con los emperadores anteriores, hasta un punto que su relato fue utilizado, por los Ilustrados y la Revolución Francesa, como justificación contra cualquier tipo de poder absoluto que, en su opinión, sólo conducía a la corrupción, el abuso y la opresión. En el lado opuesto, historiadores como Mommsen, del tiempo de la Alemania de Bismarck, tomaron tal inquina a ese retrato del poder, contrario a las aspiraciones de Imperio Alemán reunificado, que procedieron a un desmontaje completo del relato de Tácito, reduciéndolo a mero relato propagandístico. Tendencioso e interesado.


La verdad, si es que eso puede decirse, se halla en el punto medio.  Los emperadores electivos del siglo II intentaron crearse una imagen de restauradores del principado Augustano. Se presentaban como primus inter pares dentro de la elite romana, aparentando gobernar en armonía con un senado al que mostraban clara deferencia, aunque al final su voluntad fuera determinante y ley. Lo que importaba no era tanto la realidad y substancia de esa posible concordancia, sino las formas, que debían respetarse de manera exquisita. Cualquier desviación de ese orden ideal, de ese ritual puntilloso, era un síntoma de decadencia, de corrupción y arbitrariedad, que sólo podía achacarse a quien tenía la misión de velar por él: el emperador.

De esa manera, subrayando los abusos de los emperadores del siglo I, se realzaba la virtud de los nuevos gobernantes del siglo II, al mismo tiempo que se ofrecía un ejemplo moral negativo, un ideal tenebroso del que había huir para mantener el imperio. El emperador debía de huir del aislamiento rencoroso de Tiberio, de la paranoia divina de Calígula, de la pusilanimidad de Claudio, del capricho desbridado de Nerón, del cinismo bilinoso de Vespasiano, del despotismo oriental propio de Domiciano. Rasgos de carácter que Tácito y Suetiono, con sus dotes narrativas, convirtieron en paradigma, en retrato aceptado a pies juntillas por la posteridad hasta ayer mismo, pero que en cuanto se rasca un poco se desmenuza. Al contrastarlos, entre sí y con las fuentes epigráficas y arqueológicas, se hace imposible saber hasta que punto estamos tratando con propaganda, rumores, equívocos o hechos verdaderos.

Como muestra, tanto Tácito, Suetonio y Dion Casio coinciden en que Claudio fue asesinado, pero no en los detalles ni en los ejecutores, de manera que es igual de probable que muriera de viejo y que su muerte repentina fuera achacada a otras causas. Al igual que ahora aún seguimos discutiendo sobre si el asesinato de Kennedy, único hecho cierto, fue perpetrado por un tirador aislado o por asesinos a sueldo, o quién, en este último caso, fue el instigador del atentado y por qué razones. De hecho, dentro de unos siglos, cuando el tiempo haya eliminado algunas fuentes, conservado otras, puede ser que el azar sólo respete las que lo atribuyen a una conspiración. Podríamos llegar a una situación similar a la narrada para Claudio, con todos coincidiendo en un plan premeditado de asesinato, pero sin que haya otra concordancia.

Ésto último, por otra parte, es un problema que tenemos con las fuentes escritas de la Edad Antigua: son tardías, incompletas y contradictorias. La arqueología puede ayudarnos en algo, confirmando o descartando datos, pero no hay que olvidar que las inscripciones que nos han llegado, o bien son de carácter privado, o bien propaganda estatal. No están interesadas en contar la verdad, sino en proclamar la grandeza del gobernante, así como el poder del estado. Para que se hagan una idea de los múltiples problemas de las fuentes y la dificultad de encajarlas en un todo coherente basta considerar -el segundo ejemplo que les anunciaba- el caso de la muerte del emperador Gordiano III, a mediados del siglo III, en tiempos de la anarquía militar,

Desde tiempos de Trajano era obligado que todo emperador emprendiese una campaña contra los Partos. Si era victoriosa, demostraba sus dotes de buen general, ademas de afianzar su poder, al demostrar que el estado estaba en buenas manos. Sin embargo, a principios del siglo III, el Imperio Parto se había derrumbado, siendo substituido por el imperio Persa Sasánida. Sus gobernantes se consideraban herederos del Imperio Persa Aquémenida y no ocultaban su deseo de recuperar los territorios perdidos. Esas ambiciones les colocaban en trayectoria de colisión con el Imperio Romano y pronto se convertirían en un peligroso enemigo, cuya amenaza no desaparecería hasta el siglo VII, con las invasiones árabes.

En ese contexto, Gordiano III marchó a Oriente, pero nunca volvió de su campaña. Se cree que fue asesinado, siendo substituido por Filipo el Árabe, quien pudo haber participado en su asesinato. Sobre estos detalles, las fuentes romanas, casi inexistentes, callan, pero tenemos otra versión, procedente de sus oponentes Sasánidas, que aclara algunas cosas pero complica otras. En Naq-i-Rustan, el cementerio de los reyes aqueménidas, Sapor I mandó tallar un relieve en que se ve a Gordiano y a Filipo humillándose a los pies del emperador Sasánida. La conclusión que se desprende es que las legiones romanas fueron derrotadas y que, para evitar un desastre, Gordiano III tuvo que acordar una paz desfavorable. Eso podría haber llevado a su asesinato, punto en el que calla el relato Sasánida, pero llama la atención que en el relieve se prosternen tanto Gordiano como Filipo. ¿Hubo varias campañas en distintos años? ¿Varias paces, una con el emperador muerto, otra con el nuevo? No lo sabemos.

¿Y respecto al libro? ¿Responde a las expectativas? Pues creo que no llega a cumplir lo que promete. Es más bien otra historia de Roma, centrada, por razones de espacio, en algunos momentos muy concretos, en la que de vez en cuando se hacen puntualizaciones. Unas necesarias, otras no tanto; unas muy interesantes, otras irrelevantes. En general trata de corregir esas versiones transmitidas de las que todos tenemos alguna idea, aunque sea leve, pero poco más. Falta, porque no se puede decir con seguridad, proponer qué ocurrió en realidad, o cual sería la nueva postura, más allá del drama, la anécdota y lo novelesco.

Pero es precisamente lo que nunca podremos saber.

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