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jueves, 21 de febrero de 2019

Con ojos nuevos


Un comentario previo, antes de hablarles de la exposición Man Ray: Objetos de ensueño, recién abierta en la fundación Canal de Isabel II. Cuando, ingenuo de mí, esta misma semana se me ocurrió publicar algunas fotos de Man Ray en Tumblr, esa plataforma procedió a censurarlas de forma fulminante. No es que fuera demasiado explíticas ni escandalosas, apenas unos cuantos desnudos que además, pasados por el tratamiento surrealista propio de este fotógrafo, quedaban alejados y vaciados de cualquier posible atisbo de excitación sexual, mucho menos de pornografía. Pero ya saben el grado de puritanismo, pacatería y mogigatería al que estamos llegando en esta sociedad. Tumblr, por ejemplo, prohíbe los desnudos, salvo si se apela a excepción artística, pero claro, esa frontera no está bien definida, aparte de ser absurda, de forma que el desnudo pintado o dibujado suele pasar sin problemas, mientras que el fotografiado es prohibido. Aunque esté firmado por una artista de tanta categoría como Man Ray.

Dejemos esto a un lado. Si son aficionados a la historia del arte -o de la fotografía-  el nombre de Man Ray no les será desconocido. No hay exposición centrada en el surrealismo donde no aparezca alguna de sus obras e incluso hemos podido disfrutar de alguna monográfica suya, como la organizada por el Reina Sofia en 1999. Una muestra, además, con un interés especial, puesto que en ella se ilustraban los métodos de trabajo ocultos detrás de sus obras más significativas. No ya el sacar múltiples copias de la misma escena, hasta dar la mejor versión como hacen la mayoría de los fotógrafos, sino el uso continuo del reencuadre una vez revelado, de manera que se extrajese de una foto anodina, ese gesto, esa postura, ese chispazo que lo tornaba único, nunca visto, deslumbrante y revelador. Una práctica muy discutida, puesto que para muchos fotógrafos supone pervertir la verdad que se supone asociada a la instantánea fotográfica.

En ese sentido, la muestra de la fundación Canal es mucho más tradicional, ya que se centra en las fotografías finales, lo que no significa que esté desprovista de interés. En concreto, es de agradecer que se explore una vertiente de la obra de Man Ray que había quedado un tanto en la penumbra: su obsesión por crear objetos surreales. Objetos desconcertantes e imposibles que solían ser destruidos o desaparecer, pasado el momento de su exhibición, y que en el último tercio de este siglo han sido reconstruidos, devueltos a nuestra visión. Para en algún caso, como la máquina de coser envuelta en tela de saco, convertida en secreto insondable, anticipan lo que un artista como Christo llevaría hasta sus últimos límites, los del gigantismo, la ubicuidad, el evento mediático y publicitarío.



Merece elogios, asímismo, que la muestra se centre en la vertiente menos surrealista y más experimental del trabajo de Man Ray. En concreto, sus fotografías sin cámara, o rayografías, realizadas por el sencillo expediente de depositar objetos sobre papel fotográfico y exponerlas a la luz. Lo que quedaba impresionado eran los contornos de los objetos, sus sombras en negativo, las interferencias entre ellas, creando una geografía espectral que permita vislumbrar esa realidad superior a la que aspiraban los surrealistas. O lo que se conoce como solarización, la osadía de exponer fugazmente el negativo a la luz, lo que producía orlas y auras alrededor de los contornos. Conectando, además, con esa obsesión de los surrealistas, y de gran parte del arte posterior, por romper la rigidez del proceso creativo, por quebrar la omnipotencia del artista sobre su obra. Introduciendo el azar y el riesgo, esperando que ambos, en vez de arruinar la obra, le confiriesen la vida, la espontaneidad, la libertad que normas y academias le arrebataban.

Aunque, todo hay que decirlo, en realidad la solarización no fue un descubrimiento de Man Ray, sino de otra fotógrafa esencial, Lee Miller, quien trabajaba entonces en su estudio. Lo que nos lleva a otro punto no menos importante, al menos en estos tiempos recientes. La mujer es omnipresente en la obra de Man Ray, pero vista a través de la mirada surrealista, que era esencialmente masculina. La figura femenina es así objeto de deseo - y de perversión -, presencia inalcanzable, fuerza natural, cualquier cosa, menos persona al mismo rango que el artista que la retrata. Que seguro la codicia y anhela.

Sin embargo, y he ahí la paradoja, de esas mujeres, desnudas y erotizadas, conocemos en general sus nombres, sabemos que ellas eran asímismo artistas de gran talento. Lee Miller, Meret Oppenheim, Dora Maar, eran creadoras que poco tenían que envidiar a sus compañeros masculinos, pero cuya contribución, hasta hace nada, era casi poco desconocida, reducida a su relación con sus mentores y amantes. Así, Miller era la modelo norteamericana que viajó a Europa para aprender fotografía con el maestro; Oppenheim era la modelo que aparecía desnuda, manchada de tinta, casi un útil más de impresión, en la magnífica - y turbadora - sería de fotografías de la imprenta; Maar no pasaba de ser otra más de las mujeres de Picasso, como mucho hito cronológico con el que organizar la biografía del genio.

Menosprecio del que sólo muy recientemente han sido rescatadas, para demostrar como consiguieron crear, en paralelo al de sus compañeros masculinos, un surrealismo en femenino, dinamitando los postulados del movimiento para que en él cupiesen también sus obsesiones.



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