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lunes, 7 de enero de 2019

Contemplando el pasado desde el futuro


























































Cuando, durante los últimos años, escribí para la revista Detour unos amplios resúmenes sobre  propaganda y política en la historia de la animación, me olvidé de citar una serie de especial relevancia. Se trata de la famosa Il était une fois... L'Homme, realizada por Albert Barille en 1978. Omisión imperdonable, puesto que la influencia de esta serie ha sido inmensa, ha contado con multitud de continuaciones, de mayor o menor calidad, y no hay niño crecido a finales de los 70 que no la guarde en un lugar especial de su memoria, como es el caso.

Sin embargo, se me había desdibujado su fuerte intencionalidad política. Cosa rara, pues una serie tan ambiciosa como ésta, que pretendía narrar la historia completa de la humanidad, tenía que tener un claro posicionamiento ideológico, ya fuera implícito o explícito, intencionado o involuntario. Esa toma de posición, o compromiso, como se decía entonces, estaba clara desde casi el primer episodio. La marcha histórica se expresaba en forma de conflicto entre fuerzas progresistas y retrógradas, enfrentando a las que buscaban la paz, la igualdad, la justicia y el progreso de la humanidad con  aquellas que primaban la guerra, la explotación, la desigualdad y la ignorancia.

La radicalidad con la que se plasmaban esta posturas puede apreciarse en toda su amplitud con un ejemplo. En la España de esa época, apenas salida de la larga noche del Franquismo, se prohibió la emisión de dos capítulos muy concretos. En el primero, dedicado a la España del siglo XVI, se representaba a los conquistadores como una banda de forajidos, que destruían culturas milenarias para llenarse los bolsillos de oro, mientras que en la tierra de origen reinaba la intolerancia hacia el judio y el hereje, perseguidos por la inquisición. En el otro capítulo censurado, dedicado el periodo de entreguerras de 1918 a 1939, la ascensión imparable del nazismo se ilustraba con imágenes de la Legión Condor bombardeando a la poblacion civil indefensa. 

Dos problemas históricos, la conquista como robo, saqueo y masacre, junto con la idea de que en la Guerra Civil un bando, el franquista, fue más culpable y asesino que el otro, que aún siguen siendo campo de batalla hoy en día. Tanto, que me temo que si ciertos partidos gobernasen, estos episodios volverían a ser eliminados de cualquier reposición de la serie. E incluso algunos otros más, puesto que Il était un fois... l'homme es, por voluntad propia, antirracista, anticolonialista, antimperialista e antibelicista. O por decirlo con positivos, pacifista, ecologista, incluso revolucionara y feminista.  

Sí, revolucionaria, porque aparte de su antifascismo, la Revolución Francesa y la Rusa son consideradas como momentos estelares de la humanidad, lo que no le evita denunciar sus excesos, mientras que en ambas las mujeres tienen un papel protagonista, como inductoras y directoras de las mismas. Sin contar con que, en los últimos episodios, aparecen mujeres piloto, científicas y economistas, en clara ilustración de ese espíritu que no concibe el progreso de la humanidad si de él es excluido uno de los sexos.

Son factores que, como les indico, tornarían a esta serie de nuevo en polémica, incluso peligrosa para algunos, que no dudarían en lanzar sobre ella el peso de su propaganda mentirosa. Más aún se consideramos que un capítulo entero está dedicado al Islám, al que se pinta con tintes positivos y elogiosos. Consideración que era habitual en esos años, cuando al Islam se le contemplaba de forma neutral y que sólo ha cambiado con el ascenso de los islamismos y el impacto de los atentados 11S de 2001. Reacción contra un integrismo que ha sido acaudillada por otro integrismo: ese cristianismo intransigente que día a día conquista nuevas parcelas de poder.

No es que Il était un fois... le homme, esté exenta defectos. Su animación ha envejecido bastante y varios episodios no acaban de encontrar un equilibrio entre la narración histórica, la anécdota personal de los personajes y los necesarios momentos de comedia. En ciertos capítulos , en especial los primeros, los avances en la investigación han tornado anticuado su contenido, anclado en un conocimiento parcial y erróneo. En otros, la descripción de ciertas civilizaciones, como la Egipcia, no pasa de la mera cita - la Hindú ni siquiera se cita,  la China, sólo de pasada  - aunque es de agradecer la mención a la civilización de Mohenho Daro o la visión positiva de las culturas precolombinas, obedeciendo a su claro posicionamiento antiocolonial.

Además, son ahora muy visibles las servidumbres del pasado. Por ejemplo, ciertas caricaturas étnicas, muy comunes en aquel tiempo y sólo ahora señaladas como ofensiva. También el claro eurocentrismo - bueno, en realidad galocentrismo - lo que lleva a que, pasado cierto episodio, la historia que se narre sea exclusivamente la de Europa y aledaños, aunque esto sea disculpable, dado el público infantil al que iba destinado. Por último, le lastra bastante el claro maniqueísmo en su descripción de los conflictos humanos, con dos personajes, Teigneux y Nabot (Tiñoso y Canijo, en la versión castellana) encarnando los vicios de la humanidad. Polarización que hace difícil comprender cómo es posible que la tiranía, la injusticia o la discriminación acaben siendo siempre dominantes, tanto en el pasado como ahora.

Lo que nos lleva al último punto de la serie: su conclusión pesimista. En el último episodio, el planeta tierra se torna un entorno contaminado, donde el entorno natural ha sido industrializado y urbanizado. Para empeorar las cosas, el planeta se halla dividido entre poderes totalitarios y militarizados, legitimados ante la población por su odio al otro, siempre amenazante y ante el cual hay que armarse sin tasa. Resultado no muy lejano al que parecemos encaminarnos, pero que pronto se revela comoun  equilibrio inestable, para confluir en una catástrofe planetaria: la guerra termonuclear masiva, tan temida entonces, que acaba con la vida en el planeta.

Salvo las colonias en el espacio, de donde surge un último rayo de esperanza. Una comunidad formada por científicos e idealistas, sin distinción de razas, patrias o sexos, gobernada por la ciencia y la razón. Último refugio y semilla futura de una tierra renovada, una vez que la radioactividad decrezca en nuestro planeta madre.



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