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domingo, 13 de enero de 2019

Contemplando el futuro desde el pasado































En una entrada anterior,  les indicaba lo bien que se conserva la serie de animación Il était une fois... l'homme (Érase una vez el hombre, 1978). No es que no tenga sus defectos, entre ellos las limitaciones de su animación, pero asombra lo avanzado de sus posicionamientos políticos, que algunos de los nuevos partidos de nuestro presente considerarían un ultraje. En todo caso, la serie fue un éxito absoluto, permitiendo que su creador, Albert Barillé, creara una entrega tras otra de la franquicia, casi hasta hasta su muerte en 2008.

La primera de esas continuacione fue Il était une fois... l'espace (Érase una vez, el espacio,1982) que, como la anterior, pertenece a mis más queridos recuerdos de infancia/adolescencia. Se pueden imaginar la ilusión con que me preparaba para volver a verla, aunque sólo hubiera podido hacerme con una edición en DVD. Esto último, la falta de copias en alta definición, me preocupó un tanto, puesto que todas las series anteriores y posteriores sí contaban con ella. Pronto descubrí el porqué. Il était une fois... l'espace es una obra un tanto incómoda en el corpus de Barillé, por lo que se mantiene en una protectora penumbra, como esos recuerdos, situaciones y acciones a los que no se desea volver.

Como sabrán, las otras series de Barille tienen un claro propósito divulgativo, ya se extienda a la historia de la humanidad, la naturaleza o el funcionaniento de nuestro cuerpo. En l'espace, esta divulgación queda en un claro segundo plano, puesto que nos adentramos en los territorios de la ciencia-ficción, en su rama de anticipación. En concreto, en los problemas políticos de una futura Confederación Galáctica, enfrentada a amenazas internas y externas. Esta, la rebelión de las máquinas robóticas construidas por esas civilizaciónes, aquélla, el militarismo imperialista de uno de los miembros de la confederación. En ese sentido, y aunque haya sus concesiones al Space-Opera (no se olvide que Star Wars y Galactica habían sido estrenada apenas un lustro antes), el propósito decidido de la serie es meditar sobre los aspectos morales y éticos que podrían aquejar a una futura civilización estelar hipertecnificada, extendida por toda la Vía Lactea. Algo que le acerca, por cierto, a las posiciones de Star Trek, al menos a sus entregas clásicas.

La serie se construye así como una amalgama de múltiples influencias, casi un compendio de lo que, aquellos tiempos, se entendía por ciencia ficción. Se incluyen, por tanto, influencias no sólo del cine comercial, sino del cómic europeo de los años 70 y las novelas de anticipación clásicas. Son esos aportes, más allá de las armas láser o las batallas especiales, las que distinguen la serie de otras muchas. Como se puede apreciar en las capturas que abren esta entrada, se puso especial cuidado en el diseño de los diferentes mundos en los que se desarrolla la acción, cada uno con una personalidad propia, aunque compartan un mismo grado de ultratecnificación... o lo que se pensaba entonces que debería ser, puesto que aún hay ordenadores con tarjetas perforadas. La serie es así muy agradable de ver, ya que esa atención al detalle se extiende al resto de los elementos, sean naves, armamento o uniformes, aunque en este último aspecto haya que lamentar esa tendencia al kitsch indumentario, entre función de circo y desfile de carnaval, que aqueja a tantas y tantas películas de ciencia ficción.

Esos aciertos visuales se extienden también a ciertos aspectos temáticos. Por ejemplo, en un episodio se conoce a una sociedad que aplica el infanticidio de manera normal, para controlar la población, además de haber realizado un genocidio sobre otra especia inteligente. En otro se visita un planeta en el que la especie dominante es una raza de termitas gigantes, en constante guerra con colonias de hormigas igual de mostruosas, lo que sirve para meditar sobre la libertad humana y la sociedad perfecta, que no tiene porque ser la más eficaz. Un tema, el de los mecánico, racional y prefijado, en enfrentamiento con la libertad, la intuición y la humanidad, que entronca con el otro problema central de la serie: la posibilidad de que nuestras creaciones técnicas, en forma de robots dotados de conciencia, nos superen y substituyan. Dominación y esclavitud no por ansias de poder, sino por nuestro propio beneficio, al mostrarnos incapaces de alcanzar la paz y justificia por nuestros propios medios. Reflexión que no es original de la serie, sino que entronca con una de las constantes de la ciencia-ficción, ya desde los años veinte del siglo pasado.

Sin embargo, a pesar de estas virtudes, la serie contiene graves errores científicos, que no son disculpables como licencia poética o servidumbre dramática. En especial, cuando se considera que todas las series de Il était une fois, intentan divulgar los logros de la ciencia y el saber. Por ejemplo, se puede aceptar la posibilidad de viajes a mayor velocidad de la luz o la existencia de comunicaciones casi instantáneas, por que sin ellos la serie no podría desarrollarse, pero otros son inexcusables. Sin ánimo de ser exhaustivo y sólo por poner un par de ejemplos, la confederación galáctica está dividida en facciones basadas en las constelaciones que se ven desde la tierra, pero no desde otro punto de vista en la Galaxia, ya que sus configuraciones se deben a ilusiones de perspectiva. Tenemos también esos cinturones de asteroides repletos de meteoritos, casi innavegables cuando en realidad las distancias entre ellos son enormes, que los planetas de los sistemas que se visitan parezcan pegados los unos a los otros, o que en el sistema solar estén permanentemente alineados, obligando a navegar pasando por todos ellos. Sin contar que la inmensidad del espacio parece elástica. El sistema solar tarda varios días en ser atravesados, mientras que en otras ocasiones el ámbito galáctico no es suficiente y se viaja a las galaxias vecinas, como la de Andrómeda.

No obstante, eso no es lo peor. Lo que  en mi opinión ha hecho que se mantenga a L'espace en el olvido es que parece una edición de las obras completas de Von Daniken, tan de moda en aquel entonces. Una y otra vez se nos intenta convencer de que la civilización, cualquier civilización, surgió del contacto con entidades extraterrestres, sin las cuales hubiera sido imposible el más mínimo avance científico o cultural. Así, se insinúa que el cinturón  de asteriodes fue antaño un planeta más, destruido en el curso de una guerra intergaláctica, se proclama la existencia de los Atlantes en la tierra   se afirma su origen extraterrestre, así como que sus experimentos biológicos dieron lugar a nuestra especie. En otros episodios, ciertos motivos de las pinturas rupestres se explican como recuerdo de visitas de alienígenas, en ese caso los protagonistas de la serie, mientras que los logros de los incas solo son concebibles como producto de visitas extraterrestres realizadas en tiempo inmemorial o, de nuevo, por los propios protagonistas en el presente de la serie. Influencia que se aplica, por cierto, a la mitología griega, explicada como recuerdo de antiguos naufragios estelares.

Licencias que hubiera sido disculpable si se utilizase como el recurso dramático que es, un deus ex machina que permite resolver el conflicto insoluble con el que se hubiera cerrado la serie, pero el problema es que lo que se realiza es una promoción descarada y acrítica de unas teorías que son, en definitiva, pseudociencias. La serie se niega así a sí misma, puesto que sus objetivos divulgativos quedan en entredicho al propagar falsedades. Y no sólo en un sentido científico, sino también político. Tanto en l'homme como en l'espace es perceptible un posicinamiento progresista: igualitario, antirracista, pacifista y feminista. Parte de esto sigue aquí - la federación es gobernada, por ejemplo, por una mujer -, pero Barillé no parece darse cuenta de la profunda componente racista que se esconde en las propuestas de von Daniken.

Que toda civilización se producto de las acciones de unos extraterrestres blancos y barbudos equivale a que las otras razas son incapaces de pensamiento independiente. El progreso y el conocimiento les está vedado, quedando ambos como patrimonio inviolable de la raza blanca.

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