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martes, 4 de diciembre de 2018

En busca de Bergman (I): Crise (Crisis, 1946)









































Si son cinéfilos, sabrán que Criterion, la gran editora de DVD y BR norteamericana, nos ha hecho un magnífico regalo. Hace unos pocos días, ha sacado a la venta una enorme compilación de films de Ingmar Bergmann para celebrar el centenario de su nacimiento: 39 en 30 blue rays, muchos de ellos en edición restaurada, partiendo de los negativos originales. Es cierto que no es una integral de sus filmes y que faltan varios, algunos de primerísima categoría, como Ansikte mot ansikte (Cara a cara, 1976), pero aún así es difícil poder disfrutar de una selección tan amplia, tan completa y tan cuidada de su obra.

Como pueden imaginar por el título, me propongo revisar las 39 películas, labor en la que voy a reencontrarme con algunas de mis cintas favoritas, ya les diré cuáles, revisaré otras que tenía muy olvidadas, descubriré otras cuantas que no pude ver en su momento y, espero, me llevaré varias sorpresas. La primera, vaya por delante, antes de haber llegado a ver ninguna de las películas, sólo con recibir el paquete y leer la lista de obras contenidas: de las 39, 12 se pueden calificar de anteriores al director, si consideramos que su estilo nació, irrumpió sería más preciso, con el doblete de  Det sjunde inseglet (El séptimo sello) y   Smultronstället (Fresas salvajes). Dos películas estrenadas en 1957 y posteriores en 11 años a su primera película, la Crise (Crisis) que les comento en esta entrada.

Este largo periodo de incubación no era extraño en la época. Lo parece sólo ahora, cuando esperamos que todo artista novel se descuelgue con una obra maestra y, desde ese instante, empiece a producirlas en serie, con frecuencia anual. Es un sistema nefasto, puesto que un traspiés en esa obra introductoria puede cerrar las puertas de modo definitivo, mientras que un acierto, convertirse en una maldición. La inexperiencia obvia y el peso del éxito pueden convertirse en una losa abrumadora, llevando al director principiante a convertirse en otro de tantos cuya carrera se reduce a una única obra. El sistema antiguo, con su largo periodo de aprendizaje, permitía que un aspirante a director fuera refinando su talento, mejorándolo a base de batacazos, en productos de segunda fila de los que nadie esperaba que fueran a convertirse en exitazos. Lo que no significa que ese método estuviera exento de riesgos, demasiados fueron los que jamás salieron de la serie B y consumieron sus fuerzas en obras de usar y tirar, pero sí que daba un poco más de holgura para que el director en ciernes diese prueba de su valía... tal y como ocurrió con el primer Bergman.

Porque se ponga uno como se ponga, Crise no es una buena película. Si no supiéramos por quién esta hecha, nadie se hubiera preocupado en rescatarla del olvido. De hecho, gran parte de sus supuestas virtudes, en forma de anticipos estéticos y temáticos del Bergman mayor, parecen más bien construcciones a posteriori por parte de críticos y comentaristas, empeñados en justificar el tiempo que han perdido en verla. O quizás estoy cayendo en el defecto contrario y me ciega la decepción de no haberme encontrado en esa película con el Bergman que me fascino de joven, aunque fuera en germen y potencia, porque lo cierto es que poco más podía esperarse de un director de 26 años, que apenas había escrito unos cuantos guiones para sendas películas comerciales y al que se le había encargado poner en pie la versión cinematográfica de una obra teatral, que se intuye no debía ser muy buena.

Crise se muestra así como un catálogo de torpezas, las de un artista que acaba de comenzar y cuya educación ha sido autodidacta, viendo como otros rodaban y planificaban. Se observa, por ejemplo, que aún no confía por entero en las imágenes que rueda y que cree necesitar el apoyo de la palabra hablada, de una voz en off que nos ponga en antecedentes. Un error que otros directores habrían sabido  disimular mejor, pero que en este caso chirria, puesto que es fácil darse cuenta de lo mucho que habría ganado la cinta si se se hubiera mantenido callada y hubiese dejado que el espectador adivinase lo que realmente estaba sucediendo. Truco de guionista avezado que habría servido, por otra parte, para dejar que los personajes se explicasen más tarde con sus propias palabras, dando así una mayor dimensión a ellos y a sus conflictos.

No obstante, es obvio que poco más se podía hacer con un material de partida tan deleznable: un dramón anticuado en el que se contrapone la vida sencilla y recta de los pueblos con con la disolución y la confusión moral de la ciudad. Conflicto que, es obvio, termina en tragedia, suavizada con  la regeneración y vuelta del hijo pródigo al redil, en esta ocasión hija pródiga. Pretendido camino de perfección, bastante ramplón, en que los buenos y la buena sociedad resultan bastante intragables, cuando no peores que sus antagonistas, al mostrarse violentos y opresores. Perdidos en su inamovible provincianismo, reflejo de su estrechez de miras.

Un material que en otro director, más astuto, podría haber sido rodado a la contra, en irónica complicidad con el público, como solía hacer Douglas Sirk, pero que en manos de un inexperto Bergman sólo sirve para ser decorado con múltiples influencias obvias, como un expresionismo pasado por el filtro de Hollywod, aún no cristalizadas en un estilo propio, y con inconcebibles errores técnicos. Como que en dos personajes fotografiados en una misma escena y casi tocándose, uno quede desenfocado y el otro, sin que esto suponga un subrayado dramático, sino simplemente que la iluminación y la cámara no daban para más.

Y sin embargo, sí, hay algo del Bergman futuro. En particular, su obsesión por la muerte, que se sabe próxima, y el paso de un pasado del que no hay escapatoria. Narrado con un audaz uso de los fundidos, ilustrado arriba, que aunque denota claras influencias del cine europeo de antes de la guerra, no deja de tener su aquél.



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