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sábado, 17 de noviembre de 2018

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Quel Amor, Dorothea Channing

Una consideraciones antes de comentar la exposición de Dorothea Tanning - Detrás de la puerta invisible, otra puerta, es el subtítulo -, abierta en el MNCARS. En estos últimos tiempos, coincidiendo con el auge del feminismo, se está procediendo a rescatar a muchas artistas femeninas del olvido en que se hallaban sumidas. Injusto olvido, añado, puesto que bastantes de ellas tienen poco que envidiar a sus contemporáneos masculinos. E incluso aunque no fuera aí, no puedo imaginarme mayor alegría, para cualquier aficionado al arte, que descubrir nuevos nombres, enfrentarse a nuevas experiencias. Encontrar, en definitiva otras visiones que rompan los diques en los que nos hemos aconstumbrado a embalsar a nuestras afinidades artísticas. Tanto más importante cuanto más viejo se va siendo, como es mi caso, y esa sensibilidad embota, dejando su lugar al hastío y la indiferencia, incluso ante los grandes maestros.

Queda mucho por hacer, no obstante. Entre otras, cosa la revisión completa del canón, para decidir quien, de entre los grandes nombres masculinos, debe ceder su lugar a los grandes nombres femeninos. Así ha ocurrido, por ejemplo, con Artemisia Gentileschi, cuyo lugar en el panteón artístico del XVII es, al fin, innegable e inatacable. Y no por las circunstancias biográficas que rodearon su trayectoria, sino por su propia valía. Asímismo, en lo que se refiere a la historia del surrealismo, cada vez es más frecuente encontrar en sus exposiciones toda una constelación de nombres femeninos, que supieron adaptar el movimiento a su propia sensibilidad y preocupaciones, sin deberles nada a sus coetáneos masculinos. Tanto más chocante cuanto el surrealismo, en su vertiente masculina, era refractario a la presencia creadora de la mujer, reducida a musa y objeto del deseo, pero nunca considerada como protagonista.  Por ello, en larga y longeva injusticia, las artistas surrealistas quedaron ocultas tras la sombra de sus colegas masculinos, apenas atisbadas como modelos, citadas como amantes.

Así, a las listas del surrealismo se han añadido nombres como Dora Maar, Kay Sage, Meret Oppenheim, Leonora Carrington, Remedios Varó y tantas y tantas otras. De obra más que interesante y que resulta difícil de concebir por qué han permanecido tanto tiempo en la penumbra, aparte de por lo obvio. 

Y entre ellas, Dorothea Channing


La principal aportación de Channing al surrealismo fueron sus esculturas blandas. En ellas se transgrede la clasificación tradicional de los materiales escultóricos, donde algunos, como el mármol eran considerados nobles y ennoblecedores. Channing, utilizando telas, acolchados y rellenos, viene a demostrar que con esos materiales pobres, y no con otros, se logra la carnalidad inalcanzable con la que los escultores habían soñado desde antiguo. En la plasmación de Channing, los trapos y los tejidos devienen auténticos cuerpos, dotados de su blandura característica e, imaginamos, del mismo calor corporal del nuestro. Hasta ahí, la ambición al fin lograda, pero, junto a ella, lo inquietante y aterrador. Porque esos cuerpos, no tienen rostro, no pueden vernos, oírnos  o hablarnos, pero eso no impide que retuerzan y enreden, que se enlacen, amen y torturen, con pasión y con crueldad. Al igual que nuestro cuerpo hace con otros. Al igual que nuestro cuerpo podría hacerlo con ellos.

Guest Room

La altura de la obra escultórica de Channing no significa que su pintura sea de menor calidad. Muy al contrario, su aportación al surrealismo consistió en adaptar las normas del movimiento a su propia sensibilidad, como un medio de desnudar su psique ante los demás y combatir sus fantasmas personales. Esa manera personal suya traiciona el mayor reproche que se le puede hacer al surrealismo: su carácter de juego intelectual, de simbolismo indescifrable e irrelevante, apartado de la experiencia cotidiana y sin repercusión en ella, por muchas pretensiones en sentido contrario por parte de sus autores, siempre presumiendo de quebrar la sensatez y conformismo de los espectadores, para abrir paso a la corrientes subterráneas de la psique, primales e irracionales, enterradas bajo densos estratos de educación y obediencia.

Sin embargo, aunque enigmáticas, las obras  de Channing son meridianas. Sus pinturas son reflejo de una continua lucha, la de definir su doble identidad, como mujer y como artista, frente a un mundo que no las acepta en esa forma, objetando un cúmulo abrumador de ideas heredadas, siempre sometedoras y esclavizantes. Sean estas la presencia de la tradición, el poder del padre o la consciencia de verse relegada a un papel pasivo, sea como amante o esposa, nunca como protagonista. Y sobre todo ello, perenne y insoslayable, la experiencia constante de la violencia, ya sea verbal o física, explícita o implícita, declarada o temida.

Así, de sus obras emana una sensación de miedo, de angustia expectante, que pocos pintores han sido capaces de plasmar y tramsmitir, mucho menos sus correligionarios masculinos. Ansiedad y terror que no implica aceptación ni sumisión, sino que se haya siempre asociado con la rebelión, con el combate, el mismo que esta pintora tuvo que librar todos los días de su vida, en solitario, sin saber si su lucha alcanzaría, no ya el triunfo, sino el ser escuchada.

Por eso su pintura, en sus mejores cuadros, se asemeja a una bofetada. Único medio de despertarnos de nuestro ensueño y nuestra indolencia. En especial, a los que ya somos demasiado viejos y creemos saberlo todo, haberlo experimentado todo.

Lo que no esperamos ya cambios, ni creemos en ellos.

Nude Couché
















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