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jueves, 11 de octubre de 2018

Cine Polaco (LV): Blizna (La cicatriz, 1976) Krysztof Kieslowski


















Sigo revisando la obra temprana de Kieslovski, tan chocante para quien, como yo, sólo conoce sus películas finales. Ya les he comentado que su aspecto más llamativo es la presencia constante de la política, en muchos casos centro y motor de la peripecia argumental. Esto ocurre también con la película que les comento hoy, Blizna (La cicatriz) de 1976, sólo que en ella, me parece, se adelantan algunos aspectos del Kieslovski final, aunque mezclados con los reflejos del documentalista que fue en sus inicios.

La historia de Blizna es sencilla. Sigue el ascenso y caída de un ingeniero industrial, al que se le encarga la construcción y dirección posterior de un inmenso complejo fabril, destinado a la producción de abonos artificiales. Sin embargo, esa tarea se ve viciada desde un principio por la intromisión de complejos intereses políticos, que vienen a frustrar sus posibles beneficios. El primero y principal de estos tejemanejes es que su ubicación no está regida por consideraciones de utilidad y eficiencia, sino como compensación a una región dejada un tanto de lado en los sucesivos planes quinquenales promovidos por las autoridades comunistas. De esa manera, la factoría es erigida en medio de un bosque de gran importancia ecológica, que será destruido no sólo por las labores de tala, sino por una catástrofe medioambiental provocada por la mala calidad de los materiales utilizados, así como la ausencia de mecanismos de seguridad adecuados.

Es en ese instante cuando, gracias al montaje, Kieslovski introduce un momento de especial sarcasmo, que cuesta imaginar como pasó la censura. A una inspección que constata la magnitud del desastre, que constata que lo quedaba del bosque ha sido destruido en radio de varios kilómetros alrededor de la planta, le sigue una reunión de emergencia de los funcionarios del partido en la región. Sólo que en ella no se trata nada concerniente a los daños irreparables que la fábrica ha causado con sus emisiones contaminantes. Lo único que importa es descubrir quien realizó una pintada en el muro del complejo, exigiendo que se derribe. De hecho, esto también es irrelevante, puesto que constituye un mero pretexto para desencadenar una purga contra la dirección de la fábrica, utilizada como chivo expiatorios, aunque al final no llegue a materializarse.

Desde un punto de vista estético, el modo en que se narra esta historia de envidias e intrigas, deja traslucir mucho del Kieslovski documentalista. De vez en cuando, el director polaco se deja llevar por impulso de rodar lo que le rodea sin adulteraciones, embarcándose - y embarcándonos - en largas secciones contemplativas que buscan reconstruir el ambiente en el que viven los personajes: la tala de los bosques, la soñolienta ciudad de provincias en la que se instalará la factoría, la bulliciosa fiesta de su inauguración. Asímismo, las muchas reuniones que se intercalan en el metraje están rodadas como si se produjesen en directo, cámara al hombro, con encuadres y movimientos dictados por el instante, burdos y urgentes. Incluso desde fuera de la propia reunión, con cabezas tapando a los que intervienen, tal y como lo vería un espectador un tanto alejado.

Sin embargo, en esta película, al contrario que las otras que había visto, hay mucho del Kieslovski que habrá de venir. La historia que se cuenta está llena de silencios y omisiones, de sucesos acaecidos fuera de campo, que nunca serán aclarados, pero que pesan de manera ominosa sobre los personajes. Entre ellos  y principal, el hecho de que el ingeniero protagonista habitase en esa ciudad tiempo atrás, que su exmujer se niegue a visitarle allí, por miedo a resucitar rencores olvidados, o que exista una sorda enemistad con ciertos jerarcas y directivos locales. Algo grave debió ocurrir mucho tiempo atrás, dejando esa cicatriz a la que se refiere el título, y fue de la entidad suficiente como para generar agravios perpetuos, pero que  nunca llegan a revelársenos, mucho menos a estallar. Aunque la conducta de todos esté condicionada por ellos y la última escena pueda asimilarse a una venganza muy, muy tardía.

La cinta tiene así un tono introspectivo, enigmático, en donde los problemas colectivos, por muy urgentes que sean, se ven postergados y disminuidos ante las penalidades personales. Insolubles, informulables, impronunciables.

Y sin que al final del camino, como sí ocurriría en la etapa francesa, se halle una cierta redención. Aunque sea mínima, hogareña, efímera.

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