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martes, 13 de marzo de 2018

Literatura y arte

Relieves de Almada Negreiros para el antiguo cine San Carlos de Madrid
Como ya les he dicho en otras ocasiones, el MNCARS se caracteriza por organizar exposiciones que pueden calificarse como "excentricas". Ya sea por intentar hacer una crónica del arte posterior a 1945, tan desconocido para el aficionado al no formar parte de la vanguardias "clásicas" y consagradas; ya sea por mezclar artes y géneros, buscando asociaciones inesperadas que nos ayuden a comprender como el arte influye y se ve influido por los acontecimientos sociales. Otras son temáticas, intentando ilustrar lo que se podría llamar un "sentir" cultural, que ha sido expresado de maneras muy distintas, dependiendo de la sensibilidad del artista, las posibilidades y limitaciones de la técnica escogida, o los tabúes y fetiches de la época en que se desarrollo su obra.

Detrás de todo ello subyace un afán por liberar al arte de los grilletes en los que él mismo se aprisionado o dejado aprisionar. Pensar en un arte que no deba expresarse en los estrechos límites del lienzo o del bloque de madera, ni quede encerrado en las salas asépticas de los museos, al mismo tiempo sanatorio y panteón, cuando no manicomio. Esto explica por qué un subgénero de las muestras del MNCARS es el de las exposiciones literarias. Bien porque se glose la figura de un escritor, tanto desde sus coetáneos como desde nuestros contemporáneos, como era el caso de la dedicada a Raymond Roussel; bien porque la literatura se muestre de igual a igual comparada con las artes plásticas, como ocurría en aquella muestra, de nombre Formas Biográficas, en que descubrí a Gerard de Nerval y recordé a un dramaturgo esencial como Tadeusz Kantor

Pues bien, ahora mismo está abierta una muestra que gira en torno a otro escritor insoslayable: el portugués Fernando Pessoa. No diré que lo he descubierto gracias a esta muestra, ya que es un nombre casi úbicuo dado su lugar central en la cultura del país vecino, pero sí que me ha animado a leer los libros suyos que me compré hace tiempo y que no hacen otra cosa que cubrirse de polvo en mis estanterías. Sin embargo, si les confiaré que la exposición no ha llegado a convencerme. Mejor dicho, que es una grandísima exposición, pero que en realidad Pessoa queda un tanto a trasmano, como excusa, porque de lo que se trata es de otras cosas.


Amedeo de Sousa Cardoso, Reflejos metálicos

Lo que se extraña en esta muestra es, precisamente, la obra literaria de Pessoa. En la exposición de Roussel que les mencionaba, sus libros eran el centro de atención, de manera que gran parte de lo expuesto era comentario, antiguo y moderno, sobre sus novelas y poemas. En esta ocasión, sin embargo, la obra de Pessoa brilla por su ausencia e incluso su figura queda desdibujada. Algo que, por cierto, no deja de ser muy apropiado, ya que Pessoa se empecinó en acumular disfraces sobre disfraces, personalidades sobre personalidades, hasta convertirse en enigma y cifra de sí mismo.

Lo que le interesa a la exposición es algo muy distinto de la producción literaria de Pessoa. No menos importante, no menos interesante, pero sí apartado de lo que podría esperarse de una exposición dedicada a un literato. La cuestión es que Pessoa fue una personalidad proeica, de manera que además de escribir y juguetear con su figura pública, fue también gran impulsor de la vanguardia artística portuguesa. Gran parte de su actividad se centró en publicar manifiestos, fundar diversos ismos y reunir a su vera a los artistas plásticos que pudieran plasmarlos. Esa vertiente y sus frutos son el tema de la exposición, más que el Pessoa escritor.

De ahí que, pasada la decepción inicial, la muestra se revele de gran importancia. Como sabrán, el rasgo esencial de la relación entre estos dos países ibéricos, España y Portugal, es que no hay ninguna. Vivimos los unos al lado de los otros, pero no nos conocemos, ni tenemos intención de hacerlo. No nos molestamos, no nos odiamos, pero sólo porque hemos devenido indiferentes y ajenos, hacia el vecino, hasta un punto que si uno de los países desapareciese, no echaríamos nada en falta . Aparte de una leve modificación en las desembocaduras del Tajo y el Duero.

Me acabo de traicionar, porque en realidad seríamos los españoles los que no percibiríamos nada. Esa  indiferencia, aparte de fingida, es unilateral. Desde hace siglos, para salir a Europa, los portugueses han tenido que cruzar España, de manera que su vecino de al lado siempre está demasiado presente, como algo molesto, un estorbo y un obstáculo. Sin contar, las varias guerras que han tenido que librar para zafarse de nuestro cariño agobiante, tan proclive a tratar de incorporarlos a nuestra familia tan mal avenida.

Gilherme de Santa-rita, Cabeza
La muestra, por tanto, nos descubre un paisaje desconocido. El de los muchos artistas portugueses que tomaron el camino de la vanguardia, sin verse obligados a abandonar su patria. Al contrario que entre nosotros, cuyos grandes nombres, al menos en las artes plásticas, tuvieron que tomar el camino de Paris. De muy jóvenes, antes de que se contaminaran, se aburguesasen o simplemente se rindiesen.

¿Y merece la pena esa exploración? Pues sí y mucho. Porque aunque la mayoría de los artistas expuestos sean de segunda y tercera fila, entre las obras hay más de alguna perla escondida. Como la serie de grabados de Adriano de Sousa Lopes sobre la primera guerra mundial, en la línea del Goya de Los Desastres de la Guerra; o el curioso y fructífero viaje cubista de Amadeo de Sousa Cardoso, tan original y personal dentro de un movimiento que tendía a la mímesis

Pero sobre todo, la obra destinada a la escena de Almada Negreiros, tanto sus diseños para la obra La tragedía de doña Ajada, pensados para ser proyectados con una linterna mágica, como los relieves que adornaban el extinto cine San Carlos de Madrid, auténtico manifiesto de amor al cine mudo de los años 20 y al cartelismo del art Deco. Obras tanto más importantes porque durante decenios se consideraron perdidas irremediablemente, hasta que se unos descubrieron amontonados en el desván del Cine, tras haber sido retirados de la fachada, mientras que los otros aún estaban in situ, tapados por gruesas capas de pintura.

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