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viernes, 9 de febrero de 2018

Cine Polaco (XXXII): Rejs (El crucero, 1970) Marek Piwowski
























Tras ver Rejs (El crucero), rodada por Marek Piwoksi en 1970, dediqué un rato a leer el prospecto que acompañaba al DVD. En él se contaba que esta película ha alcanzado un raro privilegio en su país: ser un hito cultural. No por ser especialmente lograda o influyente, sino por haber sido vista por varias generaciones de polacos, integrarse en sus recuerdos y pasar a formar parte de la cultura popular. Sus escenas y diálogos se citan de forma natural, como algo compartido, sentido y querido por todos los polacos, quienes ven en esa película el mejor reflejo de como eran en los años setenta, ellos y su país. Por poner un ejemplo cercano, la resonancia y permanencia de esta película es similar a la que aún tienen en nuestro país obras como Bienvenido Mr. Marshall (1953), de Luis Garcia Berlanga, o Atraco a la tres (1962), de José María Forqué

La referencia no es arbitraria, puesto que estas tres películas comparten rasgos esenciales. Se trata, en primer lugar, de comedias, pero de comedias que ocultan una evidente retranca contra la sociedad de su tiempo. No sólo contra ese momento histórico en concreto, sino contra rasgos esenciales de la forma de vida nacional que siguen vivos y reconocibles décadas más tarde, lo que ha servido para asegurar su pervivencia en la conciencia nacional. De ahí, asímismo, su mayor defecto, la imposibilidad de ser exportadas, ya que el público extranjero desconoce el transfondo que insufla vitalidad a sus muchos chistes. O será incapaz de identificarlos como tales.

En el caso de Rejs esto se ve empeorado por un rasgo típico del comunismo - también de nuestro fascismo patrio, por cierto -: la omnipresente presencia de la censura, tan atenta a detectar cualquier desviacionismo ideológico para extirparlo de raíz. La intervención de esa policía del pensamiento explicaría, aunque no pueda decirlo con seguridad, dos rasgos que me chirrían en esta cinta. En primer lugar, su exigua duración, de apenas poco más e3cuna hora, cuando da la impresión de que Rejs y su director Piwoski tenían mucho más que decir... y con mucho más vitriolo. En segundo lugar, las abruptas transiciones entre escenas, que no se limitan a la ruptura de la secuencia narrativa, sino que afectaban al modo de la misma. Porque Rejs, en ocasiones, parece una película de Tati, basada en un humor situacional heredada del mudo, mientras que en otros es más una película más de diálogos y personajes. En concreto, de los muchos absurdos derivados de los puestos que las personas asumen... o creen y pretenden desempeñar.

Es en esa otra película dentro de Rejs donde es más evidente su retranca , lo que me lleva a otra paradoja. Curiosamente, la misma que se producía en películas más serias, como el Stalker (1979) de Andrei Tarkovski, en donde había escenas que no se podía entender como habían logrado pasar la férrea censura. En esta última obra, si la han visto, los protagonistas atravesaban una tierra de nadie cerrada con alambradas  y torres de vigilancia, patrullada con tropas armadas hasta los dientes y con órdenes de tirar a matar. Imágenes que a cualquier espectador de Occidente le recordaban la situación en el muro de Berlín. En Rejs, de forma similar, se asiste a un auténtico Rake's progress, donde un frescales, sin oficio ni beneficio, mucho menos ideología, asciende hasta lo más alto de la muestra de la sociedad polaca encerrada en el crucero fluvial que da título a la película. Aprovechando los propios mecanismos del sistema, utilizándolos en su beneficio.

Sociedad que, en la forma en que se representa, es un calco del sistema comunista, del cual se señalan su peores defectos, de manera hiriente y descarnada. Entre ellos, como las aspiraciones de democracia directa de las que tanto se ufana no son sino una herramienta, a cargo del estado, para aplicar las políticas sancionadas por las altas esferas, que deben ser obedecidas de manera inmediata y sin rechistar. Asambleas que además sirven para detectar a los disidentes, con el objetivo de neutralizarlos, cuando no represaliarlos. Al final, por tanto , quien realmente detenta el poder no es el pueblo, sino un comité en la sombra, que obra a su antojo y no tiene reparos en decidir sobre el futuro de las personas, asignando puestos en la sociedad a modo de recompensa y de castigo. Sociedad que se pretende perfecta, satisfecha, feliz, plena de entusiasmo, sacrificio y entrega personal, dogmas de fe inamovibles de los que depende su solidez y estabilidad, lo que lleva a una peligrosa contradicción. Porque esa felicidad no se consigue haciéndola real, satisfaciendo los deseos de los individuos, sino castigando y persiguiendo a los infelices, a quienes se considera como enemigos del estado. Peor incluso que los auténticos enemigos ideológicos.

Ahí es nada. Mostrado además en imágenes inequívocas y directas. De las que no se sabe muy bien como lograron pasar la atención de la censura.

Pero no nos vanagloriemos de Occidente. En nuestro mundo en libertad, los mismos vicios y resabios del antiguo mundo comunista son el pan de cada día en el ambiente empresarial, cuya propaganda interna en poco se diferencia de la soviética.

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