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viernes, 22 de diciembre de 2017

Hasta la última gota de sangre (y II)


Nur weil man etwas Sonne braucht,
haben wir die Welt in Nacht getaucht.
Mit Gift und Gasen, Dunst und Dämpfen
woll'n bis zum jüngsten Tag wir kämpfen.
Denn bis wir Gottes Donner hören,
muß unsrer uns Ersatz gewähren.
Drum überall und auf jeden Fall
braust unser Ruf wie Donnerhall.
Ist das nicht praktisch von dem Deutschen?

Schon brennt die Erde lichterloh
dank unserm Fenriswolff-Büro.
Solang es andere Völker gibt,
ist leider unsres nicht beliebt.
Wo man nichts auf die Waffe setzt,
wird unsre Leistung unterschätzt.
Die Welt will weniger Krawall,
und unsrer braust wie Donnerhall.
So hört man überall den Deutschen!

Nach’m Krieg wird noch mehr Arbeet sein
und noch mehr Krieg und noch mehr Pein.
Wie freue ich mich heut’ schon drauf,
die Liebe höret nimmer auf.
Ach, wenn nur schon der Friede war’,
damit ich seiner müde war’!
Es gilt die Technik auszubaun.
Zum U-Boot haben wir Vertraun.
Den Fortschritt liebt nun ‘mal der Deutsche!

Wir woll'n die Wehrpflicht dann verschärfen,
die Kleinen lehren Flammen werfen.
Wir woll'n indes auch für die Alten
die Kriegsdienstleistung beibehalten.
Was wir gelernt, nicht zu verlernen,
laßt uns vermehren die Kasernen.
Die Welt vom Frieden zu befrein,
steht fest und treu die Wacht am Rhein
Aus der Geschichte lernt der Deutsche!

Und wenn die Welt voll Teufel war’,
und wenn sie endlich menschenleer,
wenn’s endlich mal verrichtet ist
und jeder Feind vernichtet ist,
und wenn die Zukunft ungetrübt,
weil es dann nur noch Preußen gibt —
nee, darauf fall'n wir nicht herein!
Fest steht und treu die Wacht am Rhein!
Und weiter kriegt und siegt der Deutsche!
Porque bajo el sol buscamos un sitio,
el mundo en noche hemos sumergido.
Con humo y vapor, gases y venenos,
incluso hasta el Juicio Final lucharemos.
Y mientras el trueno de Dios no estalle,
será nuestro trueno quien lo reemplace.
En cualquier lugar, sea como sea,
nuestro grito suena como cuando truena.
¿Acaso no es práctico el alemán?

Ha estallado en llamas ya oda la tierra
a causa del lobo Wolff y de su agencia.
Y así mientras haya otros pueblos también
al nuestro no hay nadie que lo quiera bien.
Cuando nadie apuesta por las armas
ya nuestros esfuerzos no causan alarmas.
El mundo no quiere jaleo ni líos,
por eso gritamos como poseídos.
¡Así se hace respetar el alemán!

Después de la guerra habrá más faena,
y mucha más guerra y mucha más pena.
Y ya de antemano hoy quiero alegrarme,
El amor jamás volverá a acabarse.
¡Ay, si me llegara por fin la paz,
para así de ella podernos cansar!
Tenemos la técnica para mejorar,
en el submarino hay que confiar.
¡Progreso es lo que ama el alemán!

¡Que aumente el servicio militar pedimos
y a usar lanzallamas aprendan los niños!
También a los viejos, no obstante, queremos,
prestando el servicio los conservaremos.
Y si lo aprendido queremos salvar
muchos más cuarteles hay que levantar.
Y para evitar al mundo la paz,
la Guardia del Rin sigue en su lugar.
¡De la historia aprende el alemán!

Si lleno estuviera el mundo de diablos,
y libre por fin de seres humanos,
y con el trabajo al fin acabado,
y los enemigos bien aniquilados,
y el futuro bien claro y despejado,
puesto que no habría ya más que prusianos…
¡No nos dejaríamos engañar!
¡La Guardia del Rin sigue en su lugar!
¡Y guerreando y triunfando el alemán!
 Karl Kraus, Los últimos días de la humanidad, traducción de Adan Kovacsics

Comienzo a escribir estas líneas cuando se está votando en Cataluña y seguramente lo publique cuando se ya sepan los resultados. El resultado, me temo, será irrelevante y sólo nos devolverá a la casilla de salida, a la confusión en la que las dos partes, los nacionalistas de aquí y de allí, se sentirán autorizados para continuar con sus acciones. Porque el auténtico ganador de esta selecciones, y de las anteriores y posteriores, es la propaganda. Aquélla que divide el mundo en amigos y enemigos, busca la aniquilación del contrario, o al menos su humillación completa, mientras que tacha de traidor a quien se atreve a disentir de las verdades reveladas. Peor, por tanto, que el enemigo, puesto que éste afirma la postura monolítica por la que se combate, mientras que aquél demuestra su mentira e incuria intelectual.

Más o menos como le ocurría a Karl Kraus frente a la locura de la Primera Guerra Mundial. De ahí que siga siendo tan relevante.

Como ya les comentaba, Kraus es una personalidad contradictoria. Militarista, pero antibelicista. Conservador, pero opuesto a las estructuras de poder tradicionales, como la monarquía Austrohúngara. Judío, pero antisemita. Esas aparentes inconsistencias tienen una razón muy clara. El profundo amor de Kraus por la verdad. Mejor dicho, su acendrado asco y revulsión por la mentira.

Los últimos días de la humanidad es, de principio a fin, una apasionada denuncia de la guerra, de ese conflicto mundial que estaba destruyendo la civilización desde dentro y que, en las últimas páginas de la obra de teatro, llevará a los marcianos a esterilizar la tierra, para evitar el contagio. Sin embargo, al leer libro se tiene la impresión de que los dardos de Kraus no van tanto contra el dolor y el horror de esa guerra, sino contra las ingentes de propaganda falaz y mendaz que está produjo. Es decir, contra todos aquéllos que utilizaron su inteligencia para acumular excusas, razonamientos y silogismos con los que justificar la matanza. Con los que convencer a la gente para que se transformaran en asesinos y que aceptasen ser sacrificados en los campos de batalla. En ofensivas y combates sin sentido, ni resultado.

En la concepción de Kraus, estos artistas de la mentira y la manipulación son peores que los generales y los políticos. Simplemente porque éstos primeros, los dirigentes de nuestra sociedad, son generalmente obtusos, incapaces de comprender y entender los mecanismos de la historia, mucho menos las consecuencias de las fuerzas que, en su irresponsabilidad, ponen en marcha.  Sus crímenes, que son muchos e innegables, se ven atenuados, disculpados incluso, por su esencial estupidez. No ocurre lo mismo con los otros, los intelectuales y pensadores, aquéllos capaces de desentrañar la estructura del mundo y de prever a donde nos llevarán nuestras apetencias, decisiones y acciones.  Perspicacia que no les libra de un defecto nefasto: su tendencia irrefrenable por venderse al mejor postor, convertirse en sus sirvientes, propagar sus mentiras. Con alegría, ilusión y convencimiento.

 ¡Y si aún fuera eso! La mayoría no necesita que les paguen, sino que ofrecen sus servicios con entusiasmo y entrega abnegada. Se podría decir que, antes de aplicar su artes y habilidades en los demás, las han utilizado para convencerse a sí mismos, como prueba y ensayo. No puede explicarse de otra manera que sus cantos de sirena, mejor apelativo no hay, sean tan seductores y atrayentes, tan convincentes y alentadores. Las contradicciones evidentes de su pensamiento, las calamidades a las que conducirán, las mentiras sobre las que se basan, la abyección que emana de ellas, quedan recubiertas por ostentosos ropajes que cubren su deformidad. Por palabras altisonantes, como patria, nación, lengua, religión, bandera, honor, unidad, valentía, fidelidad, lealtad, resistencia. Nombres que, al cabo de tanto usarlos, han perdido todo significado, si es que no fuera otro que el de justificar la opresión y la injusticia, pero que, paradoja sobre paradoja, siguen resonando en nosotros, moviéndonos a acometer las más altas empresas, dejando a un lado nuestra seguridad e intereses. Hazañas que, en su consecución, en su deslumbrante gloria sólo nos reportan miseria, injusticia, hambre,  muerte y cementerios.

Palabras vacías, pensadores abyectos, consecuencias demoledoras. Suficientes para arrasar un continente y demoler su cultura, tornándola en letra muerta, invalidada para siempre por los incontables muertos que dejó a su paso. Y no queremos verlo. Y nos negamos a aceptarlo. Y volvemos a caer en los mismos errores. Y repetimos todos, una y otra vez, las palabras asesinas, suicidas,. que nos inculcaron, temiendo la venganza del rebaño, de nuestros vecinos y conciudadanos, quienes antes tolerarán la ocupación del enemigo, que la repulsa de un disidente, que deje bien a las claras nuestra estupidez e ingenuidad. Porque cuando el niño dijo que el emperador estaba desnudo, no le creyeron, sino que le hicieron pedazos entre todos.

Así callamos y consentimos. Dejamos hacer y nos dejamos hacer. Excepto unos pocos valientes, que se atreven a hablar, a señalar y denunciar, sin temor a la censura y el aislamiento.

Como Kraus en su tiempo, el de esa guerra que asesinó a  Europa.

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