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viernes, 7 de julio de 2017

Sutilezas y sobreentendidos




Hacía mucho tiempo que no iba a las salas de cine, casi quince años ya, y me he animado a volver esta semana para ver Kono sekai no Katasumi ni (En esta esquina del mundo, 2016) de  Katabuchi Sunao  a la que le tenía muchas ganas desde que vi sus primeros trailers. Entre medias, esta cinta ha adquirido un reconocimiento que supera en mucho a sus competidoras animadas. Tanto, que no sólo ha sido premiada en  el festival de Annecy, sino que en su tierra de origen ha sido celebrada como la mejor película de ese año. Sin adjetivos. Punto,

Parte de esa consideración radica en relatar una historia estrictamente realista, ambientada en los duros años finales de la guerra del Pacífico para la población japonesa. En eso coincidía, por cierto, con la también reciente Kaze tachino (Se levanta viento, 2013) de Miyazaki Hayao, aunque Kono Sekai se centre más en los sufrimientos de la población civil que en las dudas existenciales del ingeniero creador del caza Zero. Para narrar esas calamidades de tiempo de guerra utiliza dos armas principales en las que estriba su éxito y reconocimiento internacional. Primero, tomarse su tiempo en que conozcamos a su personajes, sin permitirse apresuramientos ni brusquedades, ni una voz más alta que otra. Lo segundo, construir su historia de manera muy sutil, con alusiones y sobreentendidos, en los que muchos de los hechos ocurren fuera de campo o no subrayan. De esa manera, cuando la tragedia estalla, cuando las perdidas y el dolor se acumulan, su efecto es abrumador, casi devastador. Para los personajes y el espectador.



No obstante, ese camino es muy difícil de recorrer, puesto que sin pretenderlo lleva al distanciamiento, a una cierta desconexión emocional. Por otra parte, su ligereza, acentuada por un estilo de dibujo un tanto infantil, casi trabaja en contra de la dureza de lo que estamos viendo, como si, a pesar del horror visible, esto no dejase de ser una excursión sin consecuencias de la que se puede salir incólume, aunque en realidad no sea así. Como si esa guerra y sus atrocidades fueran algo que enseguida se olvidará y cuyas consecuencias no tendrán demasiada continuidad. Se roza así una incomoda ambigüedad que imbuye toda la película, una especie de apoliticismo que alcanza su culmen en una escena que me dejó especialmente preocupado. En parte porque no alcanzaba a comprender su significado, si relación con lo visto anteriormente y su posicionamiento político.

Casi al final de la película, la familia a la que pertenece la protagonista escucha el mensaje radiado en el que el emperador anuncia el fin de la guerra. Ella se marcha al terminal, corre al huerto cercano a la casa y comienza a llorar. ¿Por qué? ¿De alegría por el fin de la guerra? ¿De dolor por todos los que han muerto antes? No, porque los militares japoneses se han rendido y, según la traducción, "porque no han permitido que todos murieran juntos". Es una confesión inesperada y forzada, puesto que nada antes en el personaje nos había predispuesto para suponerlo imbuido de un profundo patriotismo. Si es cierto que su familia, trabajadores militarizados del arsenal de Kure, no debían tener demasiadas razones para ser opositores al régimen, pero su lealtad y fidelidad casi nunca había sido mencionada, mucho menos mostrada.

Sabemos, no obstante, por la historia, que en los últimos meses de la guerra la maquinaria propagandística imperial había llevado a la población a un frenesí suicidad. Niños y mujeres fueron entrenados para enfrentarse a los invasores americanos armados sólo con lanzas de bambú, lo que hubiera conducido a una matanza sin sentido, como ya había ocurrido en la isla de Okinawa. Por otra parte, los continuos bombardeos americanos y la creciente carestía de productos básicos habían empezado a quebrar la tradicional solidaridad japonesa, incluso entre parientes de la misma familia. Hechos que no han quedado enterrados en los libros de historia, sino que han sido mostrados en otros animes y mangas, como en Hotaru no haka (La tumba de las luciérnagas, 1988) de Takahaka Isao, o Hadashi no Gen (Pies descalzos) de Nakazawa Keiji. Obras cargadas de indignación, denuncia y exasperación. Contra la jerarquía militar japonesa. Contra los militares americanos.

No hay nada de esta urgencia en Kono sekai, lo que puede explicar por que la tendencia de su personaje principal a aislarse del mundo, a protegerse en su pequeño rincón privado, en donde, desgraciadamente, no está a salvo de las bombas americanas. Por eso quizás es más notable y desconcertante ese momento de patriotismo a ultranza del que les hablo, contrario a como se nos había descrito a la protagonista hasta entonces. O quizás sí se trata de una reacción completamente lógica.

Porque unas escenas antes, cuando una bomba incendiaria cae en su casa, se la queda mirando con especial fijeza, rayana en la locura. Como si desease que estallase ya, cuanto antes, y que sus llamas la inflamasen. Como si buscase un suicidio, pero no por sus propias manos.

Muerte traída por otros que la rendición de su país le ha hurtado.





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