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sábado, 24 de junio de 2017

Mundos transfigurados


Creía que al final no iba a poder visitar la exposición de Escher abierta en el renovado Palacio de Gaviria, pero resulta que la han prorrogado hasta finales de septiembre, así que no tenía que haber ido con prisas y  a la carrera.

Se me presentan varios interrogantes sobre esta muestra, no siendo el menor el destino del espacio expositivo. Su sede es el Palacio de Gaviria, en cuyo edificio se alojaba el antiguo decomisos, y que llevaba largo tiempo cerrado. Aunque se presenta como completamente renovado. es patente el estado de abandono en que debía encontrarase hasta que lo compró el grupo italiano Arthemisa, como sede de sus exposiciones en Madrid. ¿Y quién es Arthemisia? Pues una empresa privada que desde el 2000, según indica su web, se dedica precisamente a eso, a organizar muestras de arte, y que ya hace unos años se ocupo de la Muestra Kandinski en el CentroCentro 

Lo de privado se nota en el elevado precio de la entrada y en que te obliguen a cargar con la audioguía, aunque lo primero se ha convertido en tónica general del panorama expositivo desde que estalló la Gran Recesión. El arte, debido a esta crisis, se ha convertido en un privilegio, no en un bien común a todos, de manera que las exposiciones de acceso libre han desaparecido por completo, mientras que los museos han subido considerablemente el precio de sus entradas. 

En fin, son los tiempos que nos han tocado vivir. 

Por otra parte, para un artista tan popular como Escher, me ha llamado la atención la poca afluencia de público. Tengo el recuerdo que en la muestra que organizó en 2007 la fundación Canal, había considerables aglomeraciones, pero puede que me equivoque. Asímismo, me da la impresión de que aquélla  otra exposición era más amplia que ésta otra nueva, en la que se echan a faltar algunos grabados icónicos del artista holandés. Ausencias clamorosas que se intentan suplir con metamontajes e ilustraciones tridimensionales de algunos de los grabados. Con atracciones casi de barraca de feria, que dejan a un lado los problemas matemáticos y filosóficos de estas obras, para llevarlas a terrenos más pop y superficiales. La muestra cae, por tanto, presa de sus propias exigencias didácticas, que como en tantas ocasiones, revelan una consideración del espectador próxima al débil mental. Dándole todo por adelantado y sin dejarle pensar por sí mismo. 

Esta deriva pop, clara en la última sección de la muestra, que explora la recepción de Escher en la cultura popular, se revela también en la etiqueta de surealista que se le asigna. Como debería saberse, Escher fue un artista atípico, siempre aislado y aparte de los muchos ismos coetáneos, al mismo tiempo que era considerado por sus contemporáneos como artista menor, indigno de mención. De forma involuntaria, este juicio equivocado viene a ser confirmado por la propia exposición. Al rastrear los orígenes del arte de Escher, sólo le reconoce una influencia: la del muy olvidado grabador Samuel Jessurun de Mesquita, cuyo estilo art nouveau Escher asumió por completo, sin llegar a abandonarlo nunca.

De igual manera, durante su primeras décadas de producción, Escher fue ante todo un artista realista, un paisajista que daba a sus grabados un leve acabado simbolista. Sus paisajes italianos, por ejemplo, aparecen casi desprovistos de toda presencia humana, situados en un limbo fuera del mundo, como fantasmagorías inalcanzables. De hecho, nos parecen más importantes de lo que quizás sean por el contraste que presentan con la obra posterior de Escher, como si hubieran creados por dos personas completamente distintas: un observador meticuloso y fiel enfrentado a un visionario de lo imposible.

Por otra parte, la fama de ese otro Escher posterior, el creador de paradojas visuales,  no se debe a su repercusión en el arte moderno, sino a la fascinación que creo entre físicos y matemáticos. Para ellos, Escher había conseguido mostrar en imágenes las paradójas abstractas, casi incomunicables, con las que se afanaban a diario. Fue así como muchos, en nuestra infancia y juventud, conocimos a Escher, no a través de las historias del arte, sino mediante las revistas y programas de divulgación científica. Contemplando obras en cuyo misterio nos perdíamos horas y horas, sin llegar a agotarlo jamás, ni ser capaces de reproducirlas. Ni lo visto, ni sus secretos.

Y ese quizás es el mayor logro de Escher. Haber creado esas imágenes imposibles, capaces de fascinar a cualquiera, independientemente de su formación o su conocimiento.

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