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sábado, 13 de mayo de 2017

No cine, cine real

Oskar Fischinger, bocetos para Fantasía (1940, Walt Disney)


Últimamente, la exposiciones del CaixaForum madrileña me habían dejado bastante frio. Ya les había comentado el mal sabor de boca, cuando no irritación, que me había producido la muestra de Ramón Casas, puesto que bajo el disfraz de pretendida modernidad que nos quiere vender la muestra, no se ocultaba otra cosa que un artista esponja, demasiado atento a los gustos de su época. Hoy la he visto de nuevo y mi opinión se ha visto confirmada, a la que se ha venido a añadir que Casas me parece un pintor aburrido, sin otro interés que el mero histórico. Alguien cuya obra no tiene relación alguna con nuestro presente, al menos con el mío.

Por suerte, me esperaba una gran sorpresa en la otra muestra que se puede visitar allí. Tanta, que no venía preparado para disfrutarla con la atención que se merece, de manera que tendré que ir especialmente a verla, para poder degustar cada una de sus piezas por entero. Porque la mitad de la exposición Arte y Cine: 120 años de intercambios está formada por escenas de películas, así que hay que sentarse y ocupar el tiempo en contemplarlas. Algo que, como bien me ocurrió con la vecina muestra de Bruce Banner en el MNCARS, requiere varias horas de dedicación.


Sin embargo, el interés de esta exposición no está en ser sobre la historia del cine, ni siquiera en que se intente ilustrar la evolución de ese arte con fragmentos de las propias obras, como si se tratase de una muestra de pintura o escultura. Ese esfuerzo, desgraciadamente, siempre da lugar a exposiciones fallidas, desequilibradas, incompletas y abigarradas,  demasiado similares a tiendas de televisores. Ésta tampoco escapa a ese reproche, pero ese no es ni con mucho el mayor problema de este tipo de exposiciones. El obstáculo insalvable es la actitud del propio público, que nunca dedicará a estas obras visuales más allá de unos pocos segundos, como si fueran cuadros o esculturas, mientras que los filmes necesitan tiempo y tranquilidad. Verlos en toda su longitud, como conviene a un arte que se desarrolla en el tiempo y cobra su sentido en él

Aún así, la exposición es notable, de las mejores de este año, si solo por su enfoque metodológico. Porque su objeto no es la historia del cine comercial, ése que parece concebido para ofrecer algo de que hablar al lunes siguiente, sino los modos, medios y métodos en que ha influido al arte de vanguardia y ha sido influido por él. Objetivo que obliga a hablar de Viking Eggeling, de Hans Richter, de Walter Ruttmann, de Oskar Fischinger, de Berthold Bartosch y de Len Lye. Todas figuras en la penumbra, a caballo entre la pintura, el cine y la animación, integrantes conscientes y esenciales de la vanguardia, pero que a pesar del semiolvido del gran publico, son referencia constante para todo enamorado de la animación, como es el caso.

Max Richter, Rythmus 23

De hecho, las salas dedicadas a las décadas de los 20 y 30, con un pequeño epílogo en los 40, son lo mejor de la exposición. No por el valor intrínseco de las obras, sino por su carácter de excepcionalidad, ya que en esas décadas, la animación, en su manera abstracta, estuvo a punto de constituirse en otra de las vías válidas de la modernidad, sin nada que deber a los demás, ni mucho menos con motivos que avergonzarse. Todos sabemos lo que ocurrió, sé lo he contado ya demasiadas veces. Venció Disney, para nuestra desgracia, y la animación quedo obligada a tener que demostrar su valía y su importancia en cada década, sin llegar jamás a consolidarse, ni en el sentir popular, ni en la apreciación crítica.

Pero dejando esto aparte, lo cierto es que el resto de la muestra, a pesar de su interés, me parece que se desinfla un poco. Por alguna razón, me temo que el origen francés del material, la exposición se deja seducir por el fantasma de la Nouvelle vague y deja de lado investigar la explosión del cine experimental de los años sesenta y setenta. O los que es lo mismo, Norman MacLaren, Stan Brakhage, Jonas Mekas o Hollis Frampton, por nombrar a unos pocos. Ausencias que quisiera suponer son debidas a problemas de acceso al material, pero que me temo responden a razones más de fondo, ya que la muestra no duda en proclamar que "el cine no ha influido en el arte en los últimos 30 años". Afirmación, cuando menos, algo aventurada. Cierta sólo si nos referimos al cine comercial.

Pero no hagan mucho caso a lo anterior, son sólo quejas de aficionado que se cree por encima de los demás. Nada de lo anterior disminuye el valor de lo que realmente importa: que se nos cuente una historia del cine distinta. Esos otros caminos ocultos tras la fronda del cine comercial y que me espero que, en el futuro, cuando ésta se mustie y perezca, serán los que realmente queden.

Así que, si no lo conocen, vayan y déjense deslumbrar. Y si ya estaban avisados, contémplenlas todas reunidas.

Viking Eggeling

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