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sábado, 26 de noviembre de 2016

Rutas Secundarias

Bodegón de Clara Peeters

En el museo del Prado se pueden visitar ahora tres exposiciones notables. Cada una de ellas justificaría la visita a nuestra principal pinacoteca, así que se pueden imaginar el privilegio cuando tenemos tres compartiendo tiempo y espacio. No les voy a hablar ahora de la titulada Metapintura, pues creo que sus luces y sombras, sus aciertos y errores, su conexiones y contradicciones necesitan de un espacio mayor, así que me centraré en las otras dos: la dedicada a la holandesa Clara Peeters y la que recorre la producción dibujistica de Ribera.

Sobre Peeters, se ha hecho mucho ruido mediático sobre que es la primera vez que el museo acoge una exposición monográfica dedicada a una pintora. Más que un motivo de alegría, debería considerarse una llamada de alerta - y un ejemplo de la ignorancia e hipocresia de nuestros medios informativos -, puesto que perdidos entre las salas del museo figuran cuadros de al menos dos otras artistas de talento, que yo recuerde: La italiana Sofonisba Anguissola y la alemana Angelica Kaufmann. Quizás, en sus periódicas catas de la colección, el Prado podría considerar rebuscar en sus fondos y obsequiarnos con una exposición colectiva dedicada a sus inquilinas. Alguna gran sorpresa seguro que habría.


Sin embargo, organizar una exposición dedicada a una pintora de antes del arte contemporáneo - 1870, por poner una fecha - es casi una pesadilla . No porque no haya artistas o no sean de talento, sino porque se reducen a unas pocas contadas excepciones, debido a la casi imposibilidad para una mujer de aquellos tiempos de llegar a ser algo fuera de los tres papeles que la sociedad les asignaba: monja, esposa o puta. Las que finalmente lo consiguieron fue porque tuvieron la suerte de nacer en familias excéntricas que no distinguían en el género de sus hijos a la hora de darles una educación, ,caso de Anguissola, o pertenecían a importantes dinastias de pintores, como Marie-Louise-Elisabeth Vigée Lebrun, Marietta Robusti. también llamada la Tintoretta, Hokusaki Oei o la excepcion absoluta en todos los sentidos que fue Artemisia Gentileschi -

Añadan a esta dificultad de llegar a ser lo que querían en una sociedad que les negaba este derecho, el hecho que esos obstáculos continuaron incluso cuando pudieron ejercer su carrera, para prolongarse tras su muerte. La obra de muchas de estas pintoras - como la de Hakusaki Oei o la de la Tintoretta - se realizó a la sombra de la de sus padres y hermanos, de manera que  bastantes de sus cuadros quedaron escondidos bajo la marca de la empresa familiar, sin que sea ya posible distinguir cuáles. Por otra parte, en los siglos que siguieron a sus muertes, las obras dudosas que la crítica iba identificando no eran normalmente atribuidas a ellas, sino asignadas a sus colegas masculinos, preferentemente los grandes nombres. La situación es tan confusa - y tan delicada de abordar, por miedo a quebrar mitos - que un cuadro como la Dama del Armiño, tradicionalmente considerado obra de El Greco, podría ser creación de Anguissola, dado que su estilo y acabado no es precisamente  propio del cretense.

Si se dan cuenta, el rollo que les acabo de soltar es otra prueba de lo lejos que estamos aún de una normalización de genero en el campo artístico. En mis disquisiciones no les he hablado de cómo es la pintura de Peeters o si me gusta. Pues bien, aunque ella pertenece al siglo XVII, su pintura parece aún anclada en el siglo anterior. Si los grandes nombres, como Rubens o Rembrandt, por no decir Hals, tendían hacia un acabado abocetado, en el que la precisión se sacrificaba en aras de la inmediatez y la naturalidad, Peeters pinta con la precisión de un minaturista, consiguiendo que cada objeto tenga la textura y la apariencia del real, como ocurre con las aceitunas sumergidas en su adobo en el cuadro que abre esta entrada o el pan que figura en primer plano.

Una pintura que puede astragar en grandes dosis - es el mayor defecto de la muestra -, pero que se debe al hecho, tan común a los pintores holandeses, de la necesidad de especializarse en un tema para conseguir un nicho en un mercado destinado a compradores burgueses adinerados. Por otra parte, si las pinturas de Peeters se degusta por separado, una a una, sin apresurarse,  cada una de ellas invita a la meditación, a perderse en los múltiples detalles que las adornan. Transcritos, como ya les indicaba, con primorosa fidelidad.

Dibujo de José de Ribera
La otra exposición, la de los dibujos de Ribera, es una mirada nueva a la obra de uno de los grandes sin discusión de la pintura occidental. Alguien cuya valía no se reduce meramente a la representación naturalista del cuerpo humano, sino que tiene un instinto especial para la composición - sabe equilibrar sus pinturas como muy pocos - y que incluso en su etapa final se reveló como colorista excepcional, así como paisajista de talento, lo que nos hace pensar que habría sido de él, si hubiera nacido un par de siglos más tarde.

Estos dibujos afianzan aún más, si cabe, mi admiración por Ribera, que viene de ya de antaño. Con unos pocos trazos es capaz de crear rostros, expresiones, caricaturas, caprichos, incluso escenas completas que, en ocasiones, podrían pensarse surgidas de un cómic contemporáneo.  Alguien, en definitiva, con la suficiente pericia como para que su mano pudiese traducir en imágenes las ideas que abarrotaban su cabeza.

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