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jueves, 1 de septiembre de 2016

Silencios (V)








Siento cierta prevención a hablar de No Home Movie (2015), última película de Chantal Akerman. Sobre ella pesa el suicidio de su directora al poco de completarla y que, a mi entender, este acto definitivo guarda relación con lo narrado en el filme: la lenta decadencia y muerte de la madre de Akerman. Porque si algo queda claro tras ver este documental, es el fuerte vínculo entre madre e hija, junto con el intento de la directora por crear una de memoria fílmica de su madre antes de que  desapareciera por completo. Sé que especulo, que hablo de lo que no sé, pero no puedo quitarme de la cabeza que algo se rompió en Akerman tras la muerte de su madre y la finalización de la película. Como si esa desaparición hubiera eliminado el último lazo - iba a decir obstáculo - que la ligaba a esta tierra.

De nuevo, especulo y hablo de lo que no sé, pero tras mis dos contactos con la obra de Akerman - su obra temprana y esta etapa final - sabrán que el análisis de la soledad, el aislamiento y el extravío me parecen centrales en su producción cinematográfica. Tanto en documentales como en obras de ficción, sus películas parecen gravitar alrededor de personas en la encrucijada, pero no entendida como dilema que se soluciona de forma heroica, a base de fuerza de voluntad, sino como lento derivar y hundirse, hasta que no queda otra salida que aquélla más temida y al mismo tiempo más deseada.

Repito. Me temo que estoy proyectando mis propios miedos y obsesiones sobre la muerte y la obra de Chantal Akerman, puesto que yo tengo también esa tendencia hacia la soledad, el aislamiento y la reclusión que veo en todas sus películas. Temo también, en definitiva, que cuando algún obstáculo desaparezca, habré de seguir el camino que me lleve a desvanecerme de este mundo.

A descansar por fin.













Volviendo a la película. Su estructura es aparentemente muy sencilla, similar a la de los otros documentales que ya he comentado en este blog, y gira alrededor de tres tipos de planos, que se alternan sin lógica aparente. Primero, se tienen largas vistas de paisajes cuyo significado no comprendemos al principio, pero que luego se identifican como lo visto por Akerman en sus viajes, cuando está lejos de su madre. Segundo, las conversaciones que tiene con ella, bien en persona, cuando va a visitarla, bien por videoconferencia, cuando está ausente. Por último, planos que nos describen la casa donde vive, imágenes que se van tornando cada vez más vacías y donde se va filtrando un desorden que replica la decadencia de la madre de Akerman.

Estas tres secciones parecen aisladas las unas de las otras, especialmente la primera, pero van cobrando sentido, imbricándose entre sí, a medida que avanza la película. Los largos planos de paisajes sirven para indicar el paso del tiempo, las interrupciones que nos permiten comprobar como avanza la enfermedad de la madre de Akerman, que quedaría difuminada si ella estuviese siempre presente. Asímismo, apuntan a una cierta amargura y arrepentimiento por parte de la directora. La certeza de que en cada una de sus ausencias, su madre se aparta un poco más de ella, que cuando vuelva la encontrará cambiada irremediablemente, que algo se habrá perdido sin remedio, sin que  haya podido hacer nada por evitarlo.

Los planos de la casa vacía cobran así otro significado, aparte de la constatación de una decadencia paulatina e imparable. Al contemplar esos espacios, donde años tras año, decenio tras decenio, se ha ido acumulando la personalidad y las experiencias de una persona, es inevitable pensar que dentro de poco, cuando la madre de Akerman desaparezca, habrá desaparecido el elemento que les daba significado. Para Akerman seguirán siendo, durante largo tiempo, los ámbitos de su niñez y juventud, pero para el resto del mundo permanecerán mudos, indescifrables, sin nadie que pueda revelarlos a los visitantes. Hasta que esos mismos objetos, esos mismos espacios, sean habitados por otras personas que desconozcan quienes los recorrieron antes. Hasta que procedan a reformarlos, borrando todo rastro, todo recuerdo, de aquéllos que ya no están, que no importan para el mundo.

Entre medias, entre paisajes y habitaciones vacías, están las conversaciones entre Akerman y su madre. Los intentos, se podría decir desesperados, por petrificar esa memoria compartida entre ambas, por conseguir que los recuerdos, los de la madre de la directora, los de la propia Akerman, los de todos sus familiares, vivos o muertos, no se pierdan por completo. Que quede algo que pueda ser compartido por extraños, por gentes que no saben nada de esa familia y de su historia, como lo somos nosotros, espectadores atrevidos que proyectamos nuestros defectos sobre imágenes que tienen su propio significado, ajenos al nuestro y a nosotros.

Misión imposible, siempre abocada al fracaso. Porque al final los extraños - como curre con la mujer sudamericana que viene a cuidar a la madre de Akerman - serán incapaces de entender lo que se les cuenta, o si lo hacen, no podrán sentirlo con la misma intensidad. Incluso peor, porque al final se cegará la fuente original, la madre de la directora, y lo único que quedará ante los ojos de los que la aman, es un "algo" viviente que se parece y recuerda al ser que llevaba su nombre. Alguien que responde a tus preguntas, que incluso llega a reconocerte, pero con quien es imposible ya cualquier relación humana.

Alguien a quien se ama y se cuida desde el recuerdo, sabiendo que quien fue se ha perdido para siempre.















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