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martes, 17 de mayo de 2016

Leyendo a Tucídides (XI)

...y, ante todo y de la forma más clara, proclamaron que no habría guerra si derogaban el decreto sobre los megareos, en el que se les prohibía la utilización de los puertos del Imperio ateniense y del mercado ático. Pero los atenienses ni hicieron caso de las otras exigencias ni derogaron el decreto, acusando a los megareos del cultivo ilícito de la tierra sagrada y del territorio sin delimitar, 
 y de dar acogida a los esclavos fugitivos.


 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso

Les había hablado ya del carácter de excepción que la obra de Tucídides tiene dentro de la historiografía grecolatina. Es uno de los pocos autores que aún hoy parece tener algo que decirnos, más aún, que su pensamiento es plenamente válido y útil a la hora de orientarnos por los vericuetos de la geopolítica contemporánea. Además, su relato se caracteriza por una voluntad de objetividad y ecuanimidad, por un tal distanciamiento y un desapego, que lo torna aparentemente en un estudio científico objetivo, casi de laboratorio, en vez del testimonio de un testigo de los hechos, que participó en ellos ocupando puestos de importancia para uno de los bandos en conflicto. 

Alguien, en fin, que tuvo que tener un posicionamiento político claro en esa guerra, preferir un sistema frente al otro, desear que uno de los bandos ganara al menos que no perdiera.

Sin embargo, la mayoría de los lectores nos olvidamos de esta circunstancia y nos dejamos ganar por el poder de persuasión de Tucídides, considerándolo una fuente neutral y sincera. Frente a esta ilusión se han levantado voces en el ámbito anglosajón - aquí es imposible, ya saben que fuera de los toros y las procesiones no existe otra cultura -, pidiendo una reevaluación de la figura de Tucidides, llegando incluso a negarle esas características de ecuanimidad y objetividad, de fuente fiable y desinteresada que normalmente se le reconocen. Aunque no comparta estas últimas conclusiones, si que tengo que agradecer que estos estudiosos nos hayan hecho reparar en los muchos problemas que tiene esta obra, en los sutiles modos en que Tucídides forma nuestra opinión, la conduce y la decide, sin que lleguemos a darnos cuenta de sus manipulaciones y distorsiones
 
Especialmente con su silencio.

Hay muchas maneras de distorsionar la historia. La más burda, obviamente, es crear una versión paralela que substituya y expulse a las demás. Esta estrategia era muy efectiva en tiempos de poder hegemónico, como el del Imperio Romano o los totalitarismos recientes, en los que el estado utilizaba todo su poder para propagar su relato y acallar los de los demás. Sin embargo, mucho más efectivo es la estrategia del silencio, evitando citar ciertos hechos o haciéndolo de pasada, de manera que la línea de acontecimientos se mantiene más o menos intacta, pero la falta apenas visible de algunas piezas impide que nos formemos la imagen completa, o al menos otra que no sea la que desea el narrador.

Un ejemplo muy reciente está en la serie que el Canal Historia está dedicando a las técnicas bélicas de las primera Guerra Mundial. Quien la ha escrito, lo hace desde el lado anglosajón, con la intención de subrayar que ellos eran los buenos y que lo que inventaron fue aún mejor. Así, al narrar el uso de los tanques en combate, indica correctamente la sorpresa que supuso su primer uso masivo a finales de 1917, en la batalla de Cambrai, donde consiguieron romper el frente alemán, pero olvida anotar que el contrataaque alemán dejo las lineas de trincheras casi donde estaban al principio. Por otra parte, al tratar la guerra submarina, mezcla los dos periodos de ofensiva submarina sin restricciones, uno a principios de 1915, el otro a principios de 1917, casi en uno sólo, consiguiendo que el hundimiento del Lusitania en 1915 parezca la chispa de la declaración de guerra americana, que tuvo lugar dos años más tarde y en la que tuvo casi el mismo peso el caso del Telegrama de Zimmermann a México.

Como pueden ver, el uso del silencio o del acordeón permite que una serie de acontecimientos ciertos y cotejables acaben por decir algo muy distinto a lo que realmente ocurrió. Esta manipulación que no parece serlo es uno de las mayores objeciones contra Tucídides, quien nos cuenta lo que ocurrió pero no todo lo que ocurrió. El caso más famoso y más flagrante es el que se refiere al llamado decreto megárico, por el que Atenas cerraba sus puertos y los de todas las ciudades de la liga Délica al comercio con Megara. Dado que Megara estaba en el lado del Egeo del istmo de Corinto y que ese mar era, prácticamente, un mar ateniense, eso significaba la muerte económica de esa ciudad, a menos que aceptase cambiarse de bando, abandonar el de Corinto y Esparta, y someterse al imperio Ateniense.

En el contexto de una política ateniense cada vez más intervencionista, la defección de Mégara era un golpe directo al poder económico de Corinto y a la hegemonía que Esparta detentaba sobre el Peloponeso. Tanto que ese cambio podía desestabilizar la región por completo y conducir a una victoria ateniense definitiva sin necesidad de guerra. Con todo esto, sera de esperar que Tucidides pusiese este tratado en primer plano y que fuera uno de los temas principales en los debates dentro de la liga Corintia que nos describe con tanto lujo de detalles. Pero no es así, sino que apenas queda una alusión pasajera, la reproducida arriba, en la que el decreto megárico sería una más de las causas que llevaron a la guerra y no la más importante.

No queda ahí la cosa, porque el libro primero está dedicado a investigar las causas próximas y lejanas de la guerra, así que Tucídides se ocupa tanto de los sucesos en los dos años anteriores al conflicto, como de los que llevaron a la creación del Imperio Ateniense tras las guerras médicas. El método de Tucídides sería así ejemplar, pero algo en lo que pocos han reparado es que entre ambos relatos existe un hueco importante. Se trata de los cinco años que van del del 440 al 435, justo tras que Atenas reprima una más de las rebeliones de sus aliados y comiencen las tensiones en torno a la alineación de Córcira. ¿Importante? Pues no lo sabemos, pero es justo cuando se proclama el decreto megárico y cuando ambos bandos comienzan a prepararse en serio para la siguiente guerra, la narrada por Tucídides. Nos falta entonces, ese juego de diplomacias y posiciones previo a los primeros roces y que tan bien supo describir en ocasión de otro periodo de tregua tensa y guerra fría: el que media entre la Paz de Nicias (421) y la expedición a Sicilia (415).

..AI propio Endio le decía (Alcibiades) en privado que sería honroso que gracias a él se produjera el levantamiento de Jonia y se consiguiera que el Rey fuera aliado de los lacedemonios, y que este triunfo no debía ser para Agis, con el que él, en efecto, estaba enfrentado.

Pero no es sólo esto. Los silencios de Tucídides pueden ser al mismo tiempo elocuentes y frustrantes. Tras el fracaso de la expedición a Sicilia se nos narra como crece la tensión entre el rey espartano Agis y el exiliado ateniense Alcibiades, quien había aconsejado a los espartanos sobre el mejor medo para derrotar a su enemiga. Aunque esa enemistad llevará a Alcibiades a cambiar de bando y volver a su patria, Tucídides nunca nos explica las razones de la misma, sólo que existía y que se fue enconando. ¿Por qué? Otras fuentes como Plutarco nos informan que la mujer de Agis había cometido adulterio con el atenienses, pero no sabemos hasta que punto esto es un rumor conveniente para explicar la ruptura posterior de relaciones. Sí sabemos, porque Tucídides nos lo cuenta que Albiciades gustaba de los extremos, de quebrar las reglas sociales para aumentar su prestigio; mientras que respecto a Agis, el historiador deja bien claro que sus actuaciones estaban rodeadas de polémica, tanto que en ocasión de la batalla de Mantinea paso a estar vigilado de cerca por comisionados enviados por los éforos, temerosos de que sus decisiones llevasen al ejército a la derrota.

No sería de extrañar que, sin motivo real, una fuerte antipatía hubiese distanciado a ambos nombres. El espartano con fama de perdedor e incompetente, el ateniense, triunfador por naturaleza y dotado de un carisma natural que le permitía escapar de casi cualquier contratiempo. Sería la solución más natural, pero no podemos confirmarlo, porque Tucídides, tan locuaz otras veces, no nos aclara nada.

Cleón, hijo de Cleéneto, que había he cho triunfar la anterior moción de dar muerte a los mitileneos, y que era en todos los aspectosel más violen to de los ciudadanos y con mucho el que ejercía una mayor influencia sobre el pueblo en aquel entonces, se adelantó de nuevo y habló de este modo...

¿Tan locuaz? Palabras equívocas aplicadas a Tucídides, porque ese silencio del que hablaba llega a tal extremo que demasiadas veces deja de contarnos todo lo que no esté relacionado directamente con la guerra, el objeto de su trabajo. Así, a pesar de indicarnos con absoluta precisión quienes mandaban cada expedición, aunque esos nombres nunca vuelvan a aparecer en su relato, de personajes cruciales, como el demagogo Cleón, jamás nos señala como llegaron a la posición y el prestigio que ostenten. Aparecen ya formados y completos en su relato, como si hubieran sido creados de la nada ya perfectos, sin que se trasluzca cuales eran sus apoyos, alianzas y simpatizantes.

Y quien dice su entrada en escena, dice también sus mutis, puesto que personajes a los que se han dedicado página tras página, como Formión de repente se desvanecen sin dejar rastro alguno. ¿Murieron? ¿Se retiraron? Nos quedaremos, eternamente, sin saberlo.

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