Además,
si alguien tiene derecho a dirigir su crítica contra otros, pensamos
que somos nosotros, sobre todo cuando están en juego grandes intereses
de cuya importancia, por lo que parece, no os dais cuenta, como tampoco
parece que hayáis reflexionado nunca sobre cómo son los atenienses,
contra los cuales sostendréis la lucha, ni sobre cuán absolutamente
diferentes son de vosotros. Ellos son innovadores, resueltos en la
concepción y ejecución de sus proyectos; vosotros tendéis a dejar las
cosas como están, a no decidir nada y a no llevar a cabo ni siquiera lo
necesario. Además, ellos son audaces hasta más allán de sus fuerzas,
arriesgados por encima de toda reflexión, y esperanzados en medio de los
peligros; lo vuestro, en cambio, es actuar por debajo de vuestras
fuerzas, desconfiar de la seguridad de vuestras reflexiones, y pensar
que nunca os veréis libres de peligros. Ellos son decididos y vosotros
vacilantes, y son aficionados a salir de su país, mientras que vosotros
estáis apegados a la tierra: ellos creen que con su ausencia pueden
lograr alguna ganancia, y vosotros que con una expedición perderíais
incluso lo que ya tenéis. Cuando vencen al enemigo, avanzan lo más
posible; vencidos, son los que menos retroceden. Y entregan sus cuerpos
al servicio de su patria como si no fueran suyos, mientras que disponen
de la absoluta propiedad de su mente, también para actuar en su
servicio. Si no alcanzan el objetivo previsto, piensan que han perdido
algo propio, pero cuando en una expedición consiguen la propiedad de
algún territorio, lo consideran un pequeño logro en comparación con lo
que esperan obtener en el futuro; y si fracasan en alguna tentativa,
compensan su frustración con nuevas esperanzas, pues son los únicos para
quienes tener y esperar lo que se han propuesto es la misma cosa
gracias a la rapidez con que ejecutan sus proyectos. En todo este
quehacer se afanan durante toda su vida en medio de dificultades y
peligros, y disfrutan muy poco de lo que tienen debido a que siempre
siguen adquiriendo y a que consideran que no hay otra fiesta que la del
cumplimiento del deber, y que una tranquilidad ociosa es mayor
adversidad que una actividad en medio de dificultades. En consecuencia,
si alguien dijera resumiendo que han nacido para no tener tranquilidad
ellos mismos y para no dejar que los otros la tengan, diría la verdad.
Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso
Aunque en la entrada anterior había señalado implícitamente que lo siguiente a tratar sería la malhadada expedición ateniense a Sicilia, se hace necesaria una parada técnica. La razón es que aún no me he referido a las causas del conflicto entre Atenas y Esparta, en el sentido de explicar dónde y por qué se encontraban las raíces de la oposición entre ambas potencias.
Ese tema se halla omnipresente en la obra de Tucídides, apareciendo una y otra vez tanto en los discursos de los diferentes protagonistas como en las propias meditaciones del historiador. Curiosamente, no es tanto un problema político como cultural, de manera que casi podríamos hablar, si se tratase de personas, de una diferencia de caracteres. Ese choque entre temperamentos como origen de una guerra por la supremacía resulta chocante en nuestros tiempos modernos, aconstumbrados a justificar las guerras por enfrentamiento ideológicos, es decir, a asumir que un modo de gobierno es el único justo y válido. Con la obligación de ser adoptado por el resto de las naciones y exportado, incluso con la fuerza, a aquellas que aún lo rechacen.
No es que ambas potencias griegas no favoreciesen un modelo de estado entre sus aliados y súbditos. Ya hemos visto como los Atenienses implantaban democracias, mientras que los Espartanos favorecían las oligarquías. Sin embargo, en el relato de Tucidides esto es simplemente una medida táctica, la manera en que estas potencias pueden movilizar amplios sectores de la población dentro las polis aún no alineadas, para inclinarlas hacia su esfera de influencia, además de asegurar la fidelidad de las ciudades que ya pertenecen a ella o de propiciar inversiones repentinas de las alianzas. Fuera de este uso de la política como herramienta, aceptado y conocido por todos, no existen pretensiones de que un sistema sea mejor o preferible a otros... o al menos, no para la mente de un Tucidides claramente desengañado y escéptico.
Ese tema se halla omnipresente en la obra de Tucídides, apareciendo una y otra vez tanto en los discursos de los diferentes protagonistas como en las propias meditaciones del historiador. Curiosamente, no es tanto un problema político como cultural, de manera que casi podríamos hablar, si se tratase de personas, de una diferencia de caracteres. Ese choque entre temperamentos como origen de una guerra por la supremacía resulta chocante en nuestros tiempos modernos, aconstumbrados a justificar las guerras por enfrentamiento ideológicos, es decir, a asumir que un modo de gobierno es el único justo y válido. Con la obligación de ser adoptado por el resto de las naciones y exportado, incluso con la fuerza, a aquellas que aún lo rechacen.
No es que ambas potencias griegas no favoreciesen un modelo de estado entre sus aliados y súbditos. Ya hemos visto como los Atenienses implantaban democracias, mientras que los Espartanos favorecían las oligarquías. Sin embargo, en el relato de Tucidides esto es simplemente una medida táctica, la manera en que estas potencias pueden movilizar amplios sectores de la población dentro las polis aún no alineadas, para inclinarlas hacia su esfera de influencia, además de asegurar la fidelidad de las ciudades que ya pertenecen a ella o de propiciar inversiones repentinas de las alianzas. Fuera de este uso de la política como herramienta, aceptado y conocido por todos, no existen pretensiones de que un sistema sea mejor o preferible a otros... o al menos, no para la mente de un Tucidides claramente desengañado y escéptico.
Por supuesto, a pesar del evidente desapasionamiento con el que Tucidides narra la la Guerra del Peloponeso, él tiene algunas simpatías. Es ateniense antes que nada, de manera que la democracia le parece la forma natural de gobierno, aunque deba ser en una forma moderada y controlada, la primacía de Pericles , que evite los riesgos de la demagogia, la división y la parálisis... o la acción precipitada e irresponsable. Sin embargo, fuera de ese amor por el terruño, no se encuentra en él una preferencia clara, o al menos una necesidad moral - como ocurre en tiempos modernos - que obligue instaurar un tipo de gobierno de manera general en toda Grecia.
Parte de esta tolerancia e indiferencia hacia lo político se debe a que los griegos habitaban un mundo donde el tipo de estado admitía muchas variantes, desde difusas confederaciones de tribus hasta imperios fuertemente centralizados y organizados, desde tiranías personales hasta democracias radicales. Como también ocurrirá más tarde con Aristóteles, la concepción de Tucídides es que todas las formas de gobierno son válidas, en tanto sean una evolución propia de las sociedades que la adoptan y construyan un sistema legal que asegure la justicia entre los ciudadanos. Es decir, que no surjan del conflicto civil y que no opriman a unos sectores de la población a costa de los otros. La concepción tucidideana se acercaría a la Platónica, que concebía un amplio espectro de formas válidas de gobierno - monarquía, aristocracia y democracia -, todas ellas igual de preferibles, pero que también definía sus formas degeneradas - tiranía, oligarquía y demagogia -, de las que había que apartarse a cualquier propia.
Dada esta igualdad entre posibilidades políticas, Tucídides basa el conflicto entre Atenas y Esparta en razones culturales, de carácter, como ya les había apuntado. La sociedad espartana es profundamente conservadora, inmovilista, reacia a tomar decisiones, que sólo adopta cuando se ve forzada a ello. Aún así, incluso cuando el peligro amenza, su movilización es lenta y tardía, mientras que su modo de actuar se basa en aplicar las políticas y las estrategias que ya tuvieron éxito en ocasiones anteriores. No es, sin embargo, que el sistema espartano no esté abierto al cambio o la innovación, sino que éste sólo se produce como último recurso, cuando todas la soluciones probadas han fallado y está en peligro la propia supervivencia del estado espartano. De ahí también su retraimiento expansivo, que en principio no les lleva a ser imperialistas, pero que les obliga a serlo con todas las consecuencias, en el caso de verse amenazados.
Esta coexistencia de contrarios fue determinante en el curso de la guerra del Peloponeso, puesto que la indiferencia imperial de los espartanos produjo que los griegos les vieran como liberadores filantrópicos, desinteresados y abnegados... para descubrir luego que eran todo lo contrario una vez vencedores. Este error se vio aumentado porque en el bando contrario, el ateniense, no existían estos claroscuros referentes a sus intenciones. La sociedad ateniense, como bien indica Tucídides, era esencialmente dinámica e innovadora. Como raíz y motivación de sus acciones se halla el convencimiento de que en las sociedades humanas, en las relaciones entre estados, es imposible mantener un equilibrio estable y duradero. Que no actuar, limitarse a conservar lo existente, conduce inevitablemente a la decadencia, a perder lo poco que se hubiera obtenido.
El carácter ateniense es por tanto el de los emprendedores en su sentido primigenio. Están siempre dispuestos y en busca de nuevas empresas, de nuevas aventuras, sin parar mientes en los peligros que en ellas podrían encontrarse. Están convencidos de poder superar todas las dificultades, de que el éxito, sean cuales sean las miserias y penalidades en el camino, sera finalmente suyo. Unas características que les convierten en temibles enemigos, porque no cejarán hasta que la última de sus flotas, la última de sus formaciones hoplítica haya sido vencida, dispersada o aniquilidad. Toda guerra, en la que ellos se vean implicados será por tanto, larga y costosa, con un precio en el caso de la victoria que pocos enemigos estarán dispuestos a pagar y que propiciará paces de compromiso, treguas que darán el respiro preciso para que los atenienses se recuperen.
El ejemplo perfecto, por tanto, para nuestros neoliberales contemporáneos que se ven, ellos mismos, como luchadores invictos a los que la fortuna siempre sonríe. Y el contraejemplo perfecto, también, porque al final fueron vencidos, por un adversario más prudente e incluso más tenaz.
Al que no le cegó la ambición, como le ocurrió a los atenienses con su expedición a Sicilia.
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