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viernes, 18 de marzo de 2016

Los buenos viejos tiempos


















Ya les he comentado en varias ocasiones que mi afición al anime se despertó justo con el cambio de siglo, de manera que caí en el error de considerar las producciones de finales de los noventa como muestras paradigmáticas del estilo de esa escuela de animación. Desde entonces ha llovido mucho y mis apreciaciones se han modificado casi enteramente debido a causas externas e internas. La interna es que que mi curiosidad cinéfila me ha llevado a explorar la obra de los grandes maestros de la animación internacional, educando asó mi ojo y haciéndome más sensible a las cualidades de la buena animación. La externa consiste en que la adopción del ordenador como herramienta esencial en la animación ha permitido alcanzar lo imposible, borrar los defectos que plagaban las producciones antiguas, artesanas a pesar de su sofisticación, de manera que se consiguen cotas mayores de calidad con menores presupuestos. 

De hecho, casi cualquier anime de ahora tiene mas dinamismo y fluidez en sus secciones más reposadas que los intros de las series de los años noventa, donde se acumulaba lo mejor que podía ofrecer el estudio y la serie, para atrapar así al espectador. El resultado de casi veinte años de aprendizaje y demasiada animación a mis espaldas, es que cuando reviso series como Bubblegum Crisis Tokyo 2040 (1998), una de mis favoritas de antaño, los errores, imperfecciones y trucos para ahorrar dinero son más visibles que nunca. Tanto, que si los encontrásemos en una serie actual la relegarían inmediatamente a producto de ínfima calidad, válida sólo para servir de hazmerreír entre los aficionados. 

Esta seria la primera impresión, exacerbada por la desilusión al constatar la vejez de una serie que me entusiasm´p en su momento - tanto, que por un momento mi artículo mítico sobre RahXephon en la difunta revista Tren de Sombras iba a estar dedicado a ella -. No obstante, una visión más reposada permite ver que las tosquedades y torpezas en Bubblegum Crisis Tokyo 2040 son debidas exclusivamente a la falta de presupuesto, no a la falta de ambiciones y maestría de sus creadores. Cuando la serie quiere y puede, la calidad de su animación se eleva a cotas que incluso hoy son difíciles de alcanzar, a pesar de tanto ordenador y tanto CGI. Unos tour-de-force que impresionan por su aparición repentina e inesperada en medio de la mediocridad, a lo que se añade que, con igual regularidad, no se aplican a las escenas de mayor acción o intensidad, sino a pequeños detalles de caracterización, a momentos de introversión y aquietamiento.

Esa sensibilidad hacia lo aparentemente menor era un rasgo distintivo del anime de los 90 que nos fascinó a muchos, tornándonos defensores al ultranza de ese modo de animación, pero que ha desaparecido casi completamente en las producciones actuales, como si se redujera a ser un residuo indeseable - una necesidad, hecha virtud - de la penuria de las producciones de entonces. Al igual que ellas, ha desaparecido la componente pictórica, casi acuarelista, del anime de antaño, donde muchos de los fondos quedaban voluntariamente abocetados e incluso en su plasmación se deleitaban en conseguir efectos impresionistas, mientras que ahora ha sido substituido por un fotorrealismo que por su misma perfección cristalina se torna frío e incomunicable. Conviertiendo a esos fondos en decorados en vez de personajes con todo derecho.

Estos curiosos, casi inimaginables, pasos atrás propiciados por los avances tecnológicos se aprecian también en las cuestiones narrativas. Bubblegum Crisis Tokyo 2040 cuenta con guion de uno de los grandes del anime, Chiaki Konaka, responsable por ejemplo, de Serial Experiments Lain, serie también de 1998. Aunque Bubblegum Crisis no sea una de sus mejores obras, ya que abunda en agujeros, sin contar con quie las partes de especulación filosófica no acaban de casar con el desarrollo de la historia, su estructura, consistencia y contenido se encuentran muchos enteros por encima de las historias de los animes recientes.

Una superioridad que no estriba en que Konaka, como es costumbre suya, se embarque en complejas especulaciones filosóficas sobre la consciencia humana, la evolución de la especie o la relación entre hombre y máquina. Se trata, simplemente, que frente al infantilismo y puerilidad en la que se enfangan hasta las mejores obras de hoy en día, los personajes de Konaka son adultos - o en vía de ser adultos - que deben vivir en un mundo de adultos y resolver conflictos de adultos. Esto no se reduce a que sus personajes tengan mayor edad o que tengan un trabajo y una profesión, sino que hay una madurez en su comportamiento, en el modo en que sienten y reaccionan - o caen y se desmoronan -, que evita caer en el estereotipo o el guiño al otaku, e incluso llega a rozar, como les indicaban, el estudio filosófico o el alegato feminista.

Un modo que casa perfectamente con lo que había sido el ambiente temático habitual del anime durante los años ochenta y parte de los noventa, pero que ha ido desapareciendo paulatinamente. Un giro voluntario y claro hacia una ciencia ficción obscura y pesimista, máquina de construir distopias, que entroncaba con el cómic vanguardista e independiente europeo de los 60 y 70.

Una ambientación e intenciones que resultan especialmente queridos, y no menos fascinantes, para cualquier aficionado de cierta edad. 

Y que no pueden imaginarse cuanto echamos de menos.

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