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jueves, 11 de junio de 2015

El horror absoluto
















































Hay dos acontecimientos definitorios del siglo XX, los dos con nombre de ciudad, los dos debido al horror que en esos lugares unos seres humanos desataron contra otros seres humanos. Se trata, como pueden imaginar, de Auschwitz y de Hiroshima.

No obstante, si en el caso de Auschwitz las interpretaciones y las condenas son unánimes, excepto por parte de algún fanático, no ocurre así con Hiroshima, sobre la que se sigue debatiendo sobre sí el lanzamiento de la bomba atómica fue necesario o no. Por supuesto, el horror que allí tuvo lugar es indiscutible y no debería haber duda alguna ni en la repulsa a esos actos, ni en su consideración de crimen de guerra sin paliativos. Desgraciadamente, en este juicio histórico, como en tantos otros, interfiere el hecho de que este acto fue ejecutado por los ganadores del conflicto, los EEUU, quienes en su papel de líderes del mundo jamás podrán admitir que ellos, como los buenos de la guerra que fueron, cometieran actos innobles o despreciables.

Una medida de esta negativa a aceptar la responsabilidad y la culpa por el lanzamiento de las bombas atómicas, la da el hecho que sucedió cuando, a finales del siglo XX, se añadió el avión B29 que lanzó la bomba sobre Hiroshima a la exposición aeronáutica del Smithsonian. En aquel entonces se levantaron voces airadas que clamaban contra el acento que se ponía en el sufrimiento de los civiles japoneses, sin poner en la balanza cuantas vidas, japonesas y americanas, habían sido ahorradas con ese acto de guerra. La conclusión fue que el director a cargo de la exposición tuvo que dimitir y presentar sus excusas, lo que sólo vinó a demostrar la intransigencia, cerrilismo y falta de humanidad de amplios sectores de la derecha americana.

Con esas reacciones, la derecha americana no se dio cuenta que sus argumentos eran peligrosamente cercanos a los de la Alemania Nazi - o el Japón Imperial - contra la que combatieron. Ese régimen proponía la teoría de que cuanto más cruel fuera una guerra, más humana resultaría, ya que se conseguiría acortarla. El resultado, sin embargo, fue completamente contrario, porque el ejército alemán, la Wehrmacht, devino una banda de asesinos, siempre dispuestos a destruir y exterminar, inmersos en un conflicto sin fin ni final, donde las cifras de muertos pronto dejaron de poderse contar.

Es por eso que los "si, pero" referidos a las bombas atómicas resultan ociosos, cuando no de una inconsciencia criminal. Se puede elucubrar con que una resistencia japonesa en las islas metropolitanas habría causado muchos más muertos que los de las bombas atómicas, pero al final los hechos que cuentan, los que ocurrieron, son los de ese horror excepcional, el sufrimiento de todos los inocentes cuya vida fue extinguida en ese día, sin otra falta ni culpa que la de vivir bajo el régimen equivocado, en la ciudad equivocada, en el día y hora equivocada.

Dejando esto a un lado, otro aspecto que llama la atención  de Auschwitz e Hiroshima es lo poco que se ha intentado representar en la artes estos acontecimientos únicos... y lo habitual que ha sido el fracaso cuando se ha intentado. En primer lugar, en el cine comercial, en las artes en general, siempre es más provechoso recurrir al patriotismo, aunque sea disfrazado, y cantar las alabanzas de nuestros virtuosos soldados, como ha sido el caso del 90% del cine bélico americano clásico y el cien por cien del reciente... olvidándose de que en esos conflictos la inmensa mayoría de las víctimas fueron civiles. 

Por otra parte, es casi imposible representar de una manera convincente un horror que escapa a nuestras concepciones, a nuestros medios para representarlo, y del que los supervivientes fueron escasos y casuales, de manera que no hay testimonios suficientes, ya sea orales, gráficos o documentales,  con que reconstruirlo. Como siempre, estos obstáculos y carencias se ven empeorados en tradiciones como la del cine americano, en la que el final feliz - algún final feliz - es imperativo, así como la narración de la superación personal, la presencia del héroe o la imposición de algún tipo de moral, en la que los buenos son premiados, los malos son castigados.

Esto ha sido la tónica en el caso de Auschwitz, pero afortunadamente - si esa palabra tiene sentido aplicada aquí - en el caso de Hiroshima contamos con una película que consiguió representar ese horror en casi su completa extensión y profundidad. Se trata, curiosamente, de un filme de animación japonés, Hadashi no Gen (Gen de Hiroshima, 1983,  Hirata Toshio), basado en el manga del mismo título, que narra los sucesos anteriores y posteriores al lanzamiento de la bomba atómica desde el punto de vista de un niño supervivientes... y que sólo con ese posicionamiento consigue desmontar esos "si pero" a los que me refería antes.

Es cierto que la edad del film se deja notar en su acabado final, que puede aparecer torpe y desmañado comparado con el brillo de producciones animadas actuales - mi versión incluso tiene el audio desincronizado con el vídeo - pero cualquier imperfección queda compensada por la potencia de su mensaje y la verdad con que ha sido plasmado. Como ya he apuntado es una de las pocas películas de "guerra" que aborda ese tema desde la perspectiva de los civiles, y que hace hincapié en lo absurdo e inhumano de las acciones bélicas destinadas contra ellos, punto reforzado porque la familia protagonista es de opositores al régimen, de gentes que aborrecen ese conflicto y al gobierno que les ha embarcado en esa catástrofe nacional... de la cual varios de ellos acabarán por ser víctimas, a manos de sus supuestos liberadores.

Y aunque no hubiera esa inclinación política en los protagonistas. Lo que la película deja bien claro es que en esa acción bélica , por usar un arma que no distingue entre amigos y enemigos, entre inocentes y culpables, entre soldados y civiles, no es otra cosa que un acto de exterminio, sin excusas ni atenuantes posibles, en cuya ilustración la película, y el manga, toma una decisión sorprendente, pero perfectamente lógica y natural, casi necesaria. Enfrentado ante unos hechos que escapan a nuestra compresión, que nadie ha visto, y si lo ha presenciado, es incapaz de narrarlo a otros, la película y el manga adoptan las formas del cine de terror, de la descripción de los horrores, soñados y presentidos, que aguardan más allá del sepulcro.

Porque la historia de Gen es la historia de todos los que murieron ese día, de los que fueron pereciendo en los días sucesivos, por una mano invisible, pero no menos letal, y de todos los que nuncan alcanzaron a comprender, qué azar, qué casualidad, decidió que su destino fuera otro, que no murieran, o mejor dicho, que siguieran en vida a pesar de haber muerto ese día a esa hora.

Y quería haber mostrado las imágenes que la película utiliza para demostrar ese horror supremo, pero son reales, tan ciertas, que no podido hacer otra cosa que autocensurarme. Por respeto y por horror.

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