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sábado, 23 de mayo de 2015

Mostrando el pasado (IV): Problemas, limitaciones y ausencias

Urna cineraria romana de vidrio
Les comentaba la semana pasada como hay dos secciones centrales en el museo arquelógico, sin las cuales este museo no sería nada. Por una por una parte la dedicada a la España prerromana. Por otra obviamente, la dedicada a la España propiamente romana.

La importancia de la colección del MAN dedicada a ese periodo es en gran parte debida a los propios romanos. Como buen imperio que fue capaz de organizar a su gusto los recursos de la cuenca mediterránea durante cuatro largos siglos, Roma proyecto su cultura y sus productos hasta los más remotos rincones de su área de influencia .. y mucho más allá de sus fronteras, hasta la lejana escandinavia, las estepas rusas e incluso la India. Además, esta uniformización/romanizacion se realizó a escala industrial, de manera que los productos romanos eran fabricados en serie en los talleres del imperio, sin  quedar limitados a las clases más poderosas, sino abarcando, en mayor o menor medida, a todas las clases sociales, del patricio afincado en Roma al siervo en los confines del Imperio, en cuyas casas podía encontrarse la misma vajilla de uso cotidiano.



El resultado final es que no importa donde se excave en este periodo, porque los objetos que se encuentran son fácilmente identificados como romanos, mientras que la cantidad de hallazgos es tal que puede superar los recursos de almacenamiento de cualquier museo, obligando en muchas ocasiones a destruir parte de lo encontrado, especialmente la cerámica. Una abundancia que no significa que la cerámica encontrada - o cualquiera de los productos romanos - sea de mala calidad, barata, de usar y tirar. Muy al contrario,. eso productos son de una calidad nunca vista en los periodos anteriores y que tras la caída del imperio tardará mucho en ser replicada al menos con ese nivel de producción y con esa ubicuidad geográfica y social.

Porque vuelvo a repetirlo, no estamos hablando de artículos de lujo, estamos hablando de objetos de uso corriente, que han sido producidos siguiendo modelos estandarízados, ajustándose a unos requisitos de calidad muy estrictos. Tanto que una de nuestras mayores fuentes de hallazgos son precisamente los inmensos vertederos que rodeaban los talleres de producción, donde se arrojaban precisamente aquellas piezas que salían defectuosas, algunas mejores que las cerámicas de lujo de los pueblos prerromanos o de los sucesores bárbaros del Imperio

El resultado es que la reconstrucción que podemos hacer de la vida cotidiana de los romanos es de  detalle casi microscópico, a lo que se une que contamos con los objetos reales que ellos utilizaron, no con descripciones que pueden ser tan falsas como incomplets. Sus objetos están ante nuestros ojos, podríamos tocarlos, sopesarlos, si nos dejaran, mientras que sus funciones siguen siendo tan claras, tan evidentes, que ante ese reconocimiento quedan abolidos los siglos, borradas las diferencias. Podemos sentirnos, también nosotros, ciudadanos romanos.

Combate de Gladiadores
Ciudadanos Romanos. Cierto, pero también mentira. Nosotros, especialmente los latinos, nos sentimos cerca de esos romanos de la antigüedad porque hablamos lenguas derivadas de la suya, pero especialmente porque una casualidad/causalidad histórica nos hizo considerar ese tiempo pasado, el de Roma y su Imperio, como modelo del nuestro, tanto por razones religiosas como políticas, aunque en el caso de las primeras, y en gran parte de las segundas, esa fascinación rozase la esquizofrenia.

Resulta cuando menos curioso que una civilización como la cristiana occidental mantuviese esa fidelidad a ultranza por otra tan distinta como la pagana grecorromana. La una, fiel a su dios único y celoso, temerosa de todo lo que estuviera relacionado con el cuerpo, concibiendo del mundo  como espacio ritual único y exclusivo para la adoración ese dios solitario y sin pareja, simbolizado ese espacio en el edificio singular de la catedral. La otra, mientras tanto no tenía problemas en la convivencia de una infinidad de dioses, de los que no importaban sus atributos ni orígenes, admiraba a su vez el cuerpo, su belleza, la práctica del deporte y del ejercicio necesarios para mantenerlo en ese estado de perfeción, tornando así el mundo en un lugar para el espectáculo humano, para el teatro, para la competición deportiva, para el combate, fuera este cruento o incruento.

Paradoja pasada que se continua en una paradoja presente. Porque ahora que la antigüedad romana, la lectura de los clásicos y el conocimiento de su historia han dejado de ser rasgo común y definitorio de la cultura occidental, deviniendo en campo estudio de unos pocos especialistas - o de unos cuantos huraños-, resulta que todas esas características tan típicas y distintivas de los romanos han pasado a ser las nuestras:  la convivencia de las religiones, sin considerar unas sean mejores que las otras, o la concepción de la vida como perenne espectáculo en que todos representan su papel, donde el  valor de cada uno se mide precisamente por su éxito en la representación diaria.

Sin olvidar por supuesto, que nuestro mundo es también el de la producción industrial masiva, que conlleva el deshacerse sin contemplaciones de todo aquello que no responda a los niveles de calidad que consideramos mínimos. O dicho de otro modo, por proponer otra paradoja, que nuestros mayores monumentos, los que sobrevivirán a aquellos que equivocadamente pensamos son nuestros monumentos, los que nos representan, serán nuestras pilas de basura, entre las cuales, al rebuscar, nuestros descendientes hallarán maravilla tras maravilla.

Como nos ocurre a nosotros al explorar las viejas ciudades, villas, explotaciones y minas abandonadas y encontrar objetos imposibles, como los frágiles cristales que adornaban las casas romanas - y sus tumbas - o artilugios de avanzada tecnología, como esta bomba de Ctesibio olvidada por los mineros en el pozo de una mina, cuando finalmente se les rompió sin posibilidad arreglo.

Bomba de Ctesibio

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