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sábado, 9 de mayo de 2015

Mostrando el Pasado (II): Problemas, limitaciones y ausencias

Idolo Oculado, Calcolítico, Tercer Milenio AC

Hace ya casi un año que comencé esta serie de entradas dedicadas a la renovación del Museo Arqueológico Nacional (MAN)... y su continuación ha tenido que esperar a que encontrase un hueco largo en el programa expositivo madrileño, para poder así volver a visitarlo y estudiarlo en varias veces.

Ya les comenté entonces que la reforma del MAN ha sido al mismo tiempo magnífica y frustante. Magnífica porque una actualización metodológica era cada día más necesaria, ya que la colección anterior aún se regía por los dogmas de la arqueología cultural. Frustrante porque muchas piezas que uno recordaba han desaparecido - o están mal expuestas -, bien debido a un loable propósito de no apabullar al visitante, bien porque ciertas instituciones autónicas y regionales se han negado a devolver los préstamos realizados durante el cierre del museo - caso de los arcos de la Alfajeria de Zaragoza, bien por simple metedura de pata de los conservadores del MAN



No obstante y aceptadas estas carencias y faltas, necesarias las unas, inevitables la otras, el auténtico problema que sigue aquejando al MAN es uno genérico a toda instititución museística: la dificultad de transmitir al publico el conocimiento asociado a los objetos que expone. Cada pieza tiene un significado una función, un contexto y unas relaciones que no se pueden resumir en cuatro líneas, lo que obliga al visitante a ir con la lección bien aprendida - es decir, ser un aficionado experto o un profesional - o bien recurrir a las muletas del guía o la audioguía, con todas sus limitaciones, deformaciones e inexactitudes.

Como les apuntaba este problema no es privativo del MAN, pero resulta especialmente llamativo en la zona dedicada a la prehistoria - con su límite arbitrario del año 1000 a.C, es decir antes de la llegada de fenicios y griegos a la península -, donde no se pone a disposición del vistitante la información que le permitiría apreciar lo que ve. Parte del problema proviene que la prehistoria ha sido siempre la cenicienta de los estudios históricos, con cada vez menos presencia en las historias generales de España, al mismo tiempo que su estudio ha quedado muy circunscrito al terruño, faltando, al menos en España, los estudios de conjunto que permitan distinguir tendencias generales y que eran tan caros - y tan útiles-  a la anticuada arqueología cultural.

No obstante, a pesar de este desinterés, la arqueología prehistórica de la Península Ibérica es de una riqueza extrema, lo que hace aún más extraño y sorprendente lo resumida y superficial con se muestra en las salas del MAN dedicadas a ella. Por alguna razón, parece que los diseñadores y organizadores han querido dar más peso a las recontrucciones pictóricas - que en unos cuantos años estarán desfasadas -  que a la inclusión de cuadros cronológicos que permitan colocar lo que estamos viendo en su sitio. Llama la atención que no se muestre la secuencia de los periodos paleolíticos cuando se hacer referencia a ellos una y otra vez, o que no se fechen los objetos expuestos, dificultando así sentir ese paso del tiempo o los avances tecnológicos... a lo que no ayuda tampoco el no incluir tablas de tipologías de objetos que permitan, por poner un ejemplo, saber la función y uso, excepto excepciones, de los múltiples artefactos líticos que se nombran.

Esta contradición entre citar y no explicar se da también a la hora de señalar los avances que se van produciendo a medida que la agricultura y la metalurgia se hacen comunes en la vida de la península. Resulta absurdo mostrar con todo lujo de detalles las lesiones que provoca el trabajo agrícola en el ser humano - pero sólo las derivadas de la molienda - y no las transformaciones que requirió la domesticación de animales y plantas en esas mismas especies, ni los nuevos utillajes y aperos que estas labores requirieron. Por poner un ejemplo una especie como el trigo silvestre, con apenas unos cuantos granos por espiga que además se desprendían antes de cosecharlas, se transformó mediante selección y experimentación el trigo de grano fijo y de espiga repleta que conocemos.

O que, por ejemplo no se señale la singularidad de un yacimiento como el de Los Millares, del cual es cierto que se incluye una magnífica reconstrucción pictórica... que la mayoría de los visitantes no sabrá identificar ni interpretar, ya que ni siguiera se señala que lo que estamos viendo es precisamente ese yacimiento.


Vaso Campaniforme de Ciempozuelos, Tercer Milenio
Pero dejando a un lado esto, resulta no menos llamativo que la historia de la prehistoria ibérica, tal como la cuenta el MAN, siga siendo una historia de llegadas, de manera muy similar a lo que proponía la arqueología cultural. Se tienen así la llegada del Neandertal, la llegada del hombre moderno, la llegada de la agricultura, la llegada de la metalurgia - y la extensión del campaniforme con ella -  por concluir con la llegada de los primeros colonizadores y el comienzo de la protohistoria peninsular.

Es cierto que la mayoría de estos cambios no se explican ya por substitución de poblaciones, sino por difusión cultural, caso del campaniforme. Incluso cuando se trata de la metalurgia, es muy probable que esta fuera inventada de forma independiente en el ámbito de Los Millares y el Argar, donde una posible gran cultura mediterránea semejante a la Micénica o las del levante del segundo milenio sólo fue abortada por la duras condiciones climáticas de la Almería que era su centro. No obstante, resulta curioso también constatar como hay otras que sólo pueden ser explicadas por migraciones, que han sido incluso confirmadas por la investigación genética reciente.

Una de ellas, por supuesto, es la colonización temprana a cargo del Homo Erectus y los Neandertales, para luego ser substituidos por el hombre moderno, si que se sepa aún a ciencia cierta sí llegaron a coincidir o si Europa estaba de nuevo vacía cuando la especie más moderna se extendió - aunque para nuestra sorpresa, sí ha quedado claro que hubo una importante hibridación entre ambas especies -. No obstante, la más importante y curiosamente más fuera de cuadro, es la migración que llevó la agricultura desde Oriente Próximo hasta el Atlántico.

Esta movimiento hacia el Oeste enfrentó a dos poblaciones entre las que mediaba un abismo cultural y tecnológico. Por una lado, cazadores-recolectores de amplio radio de acción y poca densidad poblacional, por otro lado,  agricultores sedentarios de poca movilidad y mayor densidad de población. Sólo este factor, el de ser más, bastaba para inclinar la balanza del lado de los agricultores, ya que como demostró Colin Renfrew, cualquier incremento en la población les llevaba a reclamar nuevas tierras, empujando y expulsando a los cazadores recolectores hasta que a estos no les quedó espacio alguno... o sólo las tierras marginales.

Un proceso que no necesitaba verse expresado en guerras y batallas - aunque seguro que las hubo - dada su lentitud, que necesitaba varias generaciones para plasmarse, pero que, de acuerdo con los últimos descubrimientos genéticos adoptó un cariz inesperado: el racial. Porque las poblaciones originarias de hombre moderno, las que habían ocupado Europa tras los Neandertales, eran altos, esbeltos y de piel obscura, mientras que los agricultores recién llegados de Oriente Próximo eran bajitos, rechonchos y de piel clara. Una división pasada que se ve reflejada en todo europeo actual, cuya genética es una mezcla variable de características de las dos poblaciones - e incluso de una tercera, proveniente del Asia central - .

Descubrimientos muy recientes que, obviamente, no han podido ser incluidos en la exposición renovada del MAN , pero que muestran hasta qué punto la arqueología es una ciencia viva, capaz de transformar nuestras ideas y nuestras convicciones, como pocas otras.

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