Como todos los domingos continúo mi con revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno a Goodnight Norma, Goodnight Milton (Buenas Noches Norma, Buenas Noches Milton), corto realizado en 1988 por el animador neoyorquino John Schnall.
Supongo que a estas alturas deben estar hartos de mis quejas, de mis continuas jeremiadas, pero mi insistencia hasta el aburrimiento no quita que la realidad siga siendo la misma: para el público y gran parte de la crítica la animación norteamericana se reduce a Disney y Pixar. Sin embargo, frente a esos dos mamuts empresariales, existe toda una constelación de animadores independientes, que se las han arreglado para crear obras que buscan explorar nuevas posibilidades en ese arte, sin tirar mecánicamente del último refinamiento técnico, al mismo tiempo que abordan temáticas más profundas e importantes que la mera cita "pop".
Hablo, por supuesto, de personalidades como John y Fate Hubley, Bill Plympton, Michael Sporn o los muy recientes PES, Signe Baumane o Nina Paley, cuyas obras fueron y siguen siendo una continua fuente de sorpresas y satisfacciones. John Schnall es uno de los componentes de esa nube de artistas que se podría llamar, de forma muy laxa, escuela de Nueva York, a quienes sólo une el vivir y trabajar en esa ciudad, en el campo de la animación independiente. Aunque aún en activo, Schnall es principalmente conocido por dos cortos de los años 80, I was a Thanksgiving Turkey y el que nos ocupa hoy.
Goodnight Norman, Goodnight Milton, toma como partida un estereotipo muy de moda en aquellos tiempos: el matrimonio cansado de ellos mismos, cuyo único nexo de unión estriba en despellejar a sus supuestos amigos. Sin embargo, lo que podría haber terminado siendo un ejercicio de teatralidad recogido por las cámaras, es decir, lastrado por un exceso de diálogo y no muy diferente de una sit-com, excepto por su pretendida seriedad, es transformado en algo muy distinto por el poder metamórfico de la animación.
Sí, la frase anterior era otra vez una de mis expresiones clichés, pero de nuevo eso no le quita nada de su verdad. Lo que hace Schall es ilustrar con imágenes el callejón sin salida en el que vive esa pareja, sus amargura y su resentimiento, acompañando el diálogo estereotipado e insulso que mantienen con un strip-tease sarcástico en el que ambos se van liberando de todas las máscaras de las que se han revestido para recibir a esos amigos que odian. En ese proceso de desnudarse, permitido porque tantos años de convivencia impiden que puedan tener secretos entre ellos, se van despojando de los muchos disfraces que les impone el mundo, primero de la educación y la cortesía, luego, de la juventud eterna sin la cual no se puede llegar a ser nada en este mundo. Finálmente de ellos mismos, de sus cuerpos y sus cerebros, hasta quedar convertidos en esqueletos que reposan en ataúdes convertidos en lechos.
La conclusión es evidente. A pesar de todas sus pretensiones y fingimientos, a pesar de que aún quede una última mentira compartida, ese amor que se profesan, ambos no son otra cosa que muertos en vida, fallecidos, suicidados, de manera efectiva. Personas que no notarán cambio alguno cuando a final se conviertan en auténticos cadáveres y sean enterrados, puesto que ya lo eran desde hacía mucho tiempo, sin que quede en ellos recuerdo alguno de cuando alguna vez estuvieron vivos.
No les entretengo más. Aquí les dejo el corto. Gran ejemplo de lo mucho que puede y tiene que decir la animación. Si la dejan. Si la dejamos.
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